domingo, 14 de junio de 2020

La vida en tiempos de pandemia

Hemos oído hasta la saciedad en los últimos meses la palabra “pandemia”. Las autoridades sanitarias la declararon y los medios de comunicación enseguida la divulgaron a los cuatro vientos. La gente enseguida empezó a decirla. Algunos, los menos alfabetizados, la confundieron con “pandemonio”, que les sonaba  a algo así como a cosa del diablo, y la llamaron la pandemonia: la peste de todos los demonios.  Tiene su gracia el cruce pues un pandemonio es un lugar donde hay mucho ruido y confusión, según la academia lingüística. Según John Milton, que parece que acuñó el término, Pandaemonium era la capital de los infiernos de Satán y sus acólitos, construida por los ángeles caídos en una sola hora por indicación de Mammón.

 El Pandemonio, John Martin (1841)


¿Cómo ha adoptado la gente esta palabra tan inédita y traída por los pelos de “pandemia”, propia de pedantes enterados y cultiparlantes, como si fuera de uso normal y corriente? Pues porque hay que demostrar que uno está al tanto de lo que pasa. Su significado se deduce de su uso, pues viene a ser algo así como una epidemia más grave que las epidemias normales, vamos, gravísima, o, por lo menos, más de temer que una epidemia no pandémica.

Pero entonces hay que definir primero qué es una epidemia. Y aquí vienen los listillos a decirnos que es una palabra griega ἐπιδημία epidēmía compuesta de epí 'sobre' y y dēmía 'el pueblo',  que se aplica a una enfermedad infecciosa que se propaga sobre un país y que ataca a mucha gente. No nos extraña mucho porque es un término que desde Hipócrates por lo menos se utiliza con ese significado en la jerga médica. Pero hay que decir que antes que sustantivo era un adjetivo y que su sentido más antiguo era el de estancia en una población o llegada a ella. Podemos remontarnos hasta el divino Homero, que acuñó la expresión πόλεμος ἐπιδήμιος pólemos epidémios con el significado de “guerra civil” como aparece en la Ilíada IX, 64 ὃς πολέμου ἔραται ἐπιδημίου ὀκρυόεντος Que arda en amor de la guerra, heladora, peste de pueblos

A nadie le gusta quedar como un tonto preguntando qué significa y en qué se diferencia una pandemia de una epidemia, pero los mencionados pedantes, a los que les gusta pasar por listillos y enterados, van y nos lo explican, aparentando que saben algo de la lengua de Homero que ya nadie estudia, y entonces nos cuentan que la palabra ‘pandemia’ viene de πανδημία pandēmía compuesto de pan 'todo' y dēmía 'el pueblo' y que significa ‘todo el pueblo’. Era un vocablo que ya estaba depositado y disponible en el diccionario, y que nuestro diccionario de la Academia lo define como término médico con una doble acepción “Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”. O sea que a una enfermedad o a un virus lo llamamos “todo el pueblo” y nos quedamos tan anchos: 'pandemia' es una "epidemia de alcance mundial", universal o global, como dicen ahora, sin especificar la extensión que debe tener para que se considere su tamaño, tan totalitaria que parecería que no se salva ni Dios. 

Hay que decirles a esos listillos que en griego antiguo la palabra pandemia, a diferencia de epidemia, no se usó nunca para referirse a enfermedades. El significado actual de la palabra remonta al siglo XIX dentro del léxico médico anglosajón. En la lengua del Imperio, en efecto, aparece por primera vez como adjetivo pandemic en 1825 y en 1846 ya es claramente un sustantivo: pandemic: an epidemic which attacks the whole population





Remontándonos más atrás, encuentro sólo una vez la palabra en latín tardío, tomada como helenismo y no está muy claro si como sustantivo o como adjetivo aplicado a lues, que en la lengua del Lacio quería decir 'enfermedad contagiosa', 'peste', 'plaga', y que entró en castellano como lúe o lúes a finales del siglo XIX como sinónimo, tal vez eufemístico, de sífilis. Se halla en Amiano Marcelino, un historiador romano del siglo IV de nuestra era, que en el capítulo cuarto del libro XIX de su Historia narra la peste que surge en Amida (Siria) por la putrefacción de los cadáveres no enterrados unida al calor sofocante y a la debilidad de la gente. Dicha pestilencia se apaciguó a los diez días a causa de una llovizna. 

Amiano Marcelino hace a propósito un pequeño excursus sobre causas y tipos de pestes, distinguiendo tres: et prima species luis pandemus appellatur, quae efficit in aridioribus locis agentes, caloribus crebris interpellari, secunda epidemus, quae tempore ingruens, acies hebetat luminum, et concitat periculosos umores, tertia loemodes, quae itidem temporaria est, sed uolucri uelocitate letabilis. Pues bien, el primer tipo de peste es el “pandémico”, que hace que los que viven en lugares muy secos se vean afectados con frecuencia por la fiebre. El segundo tipo es “epidémico”, que ataca en determinadas estaciones debilitando la vista y que produce unas secreciones peligrosas. El tercero es “loemodes” (es decir “infeccioso”) que es también periódico, y que produce la muerte casi en un instante” (Traducción de Mª Luisa Harto Trujillo). 

Pero fuera de este uso marginal, la palabra, que no conllevaba la connotación totalitaria de epidemia universal, como el diluvio de Noé, que se le ha dado en la actualidad, no se había vuelto a oír ni a escribir referida a una enfermedad contagiosa hasta casi nuestros días, en que ha sido resucitada por doquier a fin de amedrentarnos en una operación mundial de terrorismo.  

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