Norma era el nombre que los romanos daban en latín a la escuadra del carpintero o del albañil, es decir, a una herramienta forjada de hierro u otro metal, con dos ramas unidas en ángulo recto, en forma de letra L mayúscula, con la que se aseguraban, por ejemplo, ensambladuras de maderas.
De este primer significado concreto pasó a tener el sentido figurado y abstracto de regla y de precepto. Cuando decimos que algo es normal, estamos en realidad diciendo que se adapta a la “norma”, que está hecho a escuadra.
Con el sustantivo norma y el adjetivo normalis sucedía lo mismo que con regula, el nombre de la regla, y regularis: lo normal y lo regular es lo que responde al trazado de la escuadra o de la regla.
Si consultamos el diccionario de la Academia, la situación se invierte en castellano: el primer significado que aparece de “norma” es el que en latín era el segundo y figurado: Regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etc. Y el segundo, el concreto que en latín era el primero: Escuadra que usan quienes arreglan y ajustan los maderos, piedras, etc. Conservándose la palabra, se ha invertido la prevalencia de sus dos significados.
Últimamente se oye mucho la expresión “nueva normalidad”, que resulta un tanto contradictoria y paradójica y quizá, por eso mismo, se presta bien a ser un concepto manejado con éxito por la clase política, del estilo de otros que han tenido también mucho éxito como “realidad virtual” o “comida basura”.
Con lo de “nueva normalidad” quieren sugerirnos que, después de la situación extraordinaria de haber padecido el arresto domiciliario de un confinamiento y cierre de fronteras no sólo nacionales sino hasta provinciales y municipales, volvemos al estado anterior, pero bajo algunas condiciones restrictivas, por lo que no se trata de la normalidad de toda la vida, previa a dicho estado de alarma o de excepción, sino a una nueva situación.
Pero, en realidad la normalidad no puede ser algo nuevo. Esto es contradictorio totalmente. Porque la vuelta a la normalidad es el retorno a lo mismo de siempre. Y esto que nos venden ahora no es lo mismo de siempre. No nos engañemos.
No deja de ser un oximoro, o “aguda estupidez”, como decían los clásicos, es decir, una figura retórica del estilo de “silencio ensordecedor” o de “sensata locura”. Pero no es como las mencionadas: “silencio ensordecedor” es una contradicción capaz de suscitar la emoción poética de un concepto nuevo; y “sensata locura” transmite, además, algo de sabiduría que abre la mente a la paradoja rompiendo la barrera entre lo cuerdo y lo alocado.
“Nueva normalidad” es un oximoro no literario ni tampoco filosófico, sino huero como una cáscara vana, que sólo busca el efectismo del lenguaje, favorecido por la aliteración de la letra inicial ene, para ocultar un concepto insustancial, no poco hipócrita además. Creado recientemente por políticos e intelectuales orgánicos no muy inteligentes, por cierto, aunque sí muy listos, ha saltado de la lengua de Goethe (donde parece que se acuñó el concepto sociopolítico de neue Normalität) a todas las demás, popularizado enseguida en todo el mundo por todos los gobiernos.
Lo que sí puede ser algo nuevo no es la normalidad, sino la normativa que se aplica. En realidad debería decirse, para no engañar a nadie y llamar a las cosas por su nombre: nueva normatividad, la de una normativa que consiste en guardar dos metros de distancia física con los demás y mascarilla en lugares públicos entre otras profilaxis.
Y esto, salta a la vista enseguida, no es la normalidad normal de toda la vida, valga la redundancia, lo que se nos viene encima, sino, al contrario, una anormalidad (de ab-normalis, con el prefijo separativo ab: alejado de la norma) o subnormalidad (de sub-normalis que está por debajo -sub- de la norma) enorme (con el prefijo centrífugo e/ex, y con el sentido de que se sale de la norma y por lo tanto resulta desproporcionado y desmedido en cuanto a su tamaño).
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