La Ciencia, con la inicial mayúscula
que corresponde a todo nombre propio y especialmente al nombre de
Dios, que en su origen era un nombre común, por cierto, es el nuevo opio del pueblo, la nueva Religión.
Desempeña en pleno siglo XXI el papel que la Iglesia desempeñó durante la Edad Media. Hay unas cuantas características significativas.
La más importante es que la Ciencia exige Fe. De hecho en esta época nuestra, en la que caben todas las demás épocas, casi nadie cree ya en Dios, esa rancia creencia veterotestamentaria. La mayoría, si no la totalidad de la gente, cree en la Ciencia.
El estamento médico ocupa el lugar del clero. Los médicos son los nuevos sacerdotes del culto sanitario: sus batas blancas, asépticos guantes y mascarillas quirúrgicas, son las nuevas sotanas. Las enfermeras son sus acólitos monaguillos.
La búsqueda de la salud de los cuerpos (“salvar vidas”) sustituye a la búsqueda de la salvación del alma (“salvar almas”), de las viejas religiones.
La lucha contra la enfermedad ha sustituido a la lucha contra el pecado. Se considera que si uno está enfermo es porque ha pecado, por lo tanto es culpa suya.
La vacunación juega el mismo papel iniciático que el bautismo, acompañada de las mismas amenazas y temores; si no estás bautizado, vas al limbo. Y a la vez es la comunión con la carne y la sangre de Cristo.
El consumo de fármacos y ansiolíticos ha reemplazado el sacramento de la comunión del pan y el vino; en la sagrada comunión de la vieja eucaristía el pan y el vino se convertían esencialmente en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, ahora el pan y el vino son los medicamentos.
El Virus es el mal, el pecado, que debe ser erradicado de la faz de la tierra, es Satanás, Belcebú o Lucifer. La lucha contra él por todos los medios ocupa el lugar del viejo exorcismo contra el maligno demonio que nos posee.
Ser positivo es estar poseído. No en vano en la Edad Media los "demonios" a menudo se asociaban e identificaban como fuentes de enfermedades.
La promesa de vida eterna de la vieja religión ha sido sustituida por la esperanza de la inmortalidad física a través de la clonación, ingeniería genética y aun de la vacuna antitanática, que soñó el doctor Knock, que iba a librarnos de la muerte. Esa hipotética vacuna universal y mesiánica- podría redimir a la humanidad de todas sus enfermedades, como el Salvador ha salvado al mundo de todos sus pecados.
Los no creyentes o agnósticos del dogma son excomulgados y tachados de “charlatanes” y perseguidos hoy como lo fueron ayer los “herejes” por la Santa Inquisición mediática, cuyo dogmatismo no admite el menor resquicio de duda.
Todos los medios están al servicio de los gobiernos y de la curia vaticana que es la Organización Mundial de la Salud.
La Ciencia ha venido en auxilio del poder político del Estado como en otros tiempos solía hacer la Iglesia. El dogma científico sustituye al religioso, pero en ambos casos nos hallamos ante un dogma, es decir, ante una creencia consagrada como ortodoxa, frente a la que no cabe ninguna heterodoxia.
Las revistas científicas
y los artículos revisados por pares se han convertido en las nuevas
sagradas escrituras que brindan los artículos de fe.
Como comenta Jordan Henderson en el artículo que publica OffGuardian, el
Estado ya no nos impone, al menos en esto que se llama Occidente, un
culto religioso obligatorio, pero sí un sistema de
creencias, que es la Ciencia, cuyos seguidores, la inmensa mayoría
de la población, creen ciegamente en ella.
Igualmente cristianos y musulmanes justificaron la imposición de su
credo porque era, decían sin ningún fundamento, la Verdad.
Cierto es que
los seguidores de la Ciencia se oponen a los viejos cultos
religiosos, que consideran creencias trasnochadas sin ninguna evidencia científica, pero su fanatismo es el mismo que el de las
viejas religiones, un fanatismo religioso.
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