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martes, 25 de noviembre de 2025

"Volungatorio"

    La palabra "volungatorio" no aparece todavía en el diccionario de la docta Real Academia Española de la Lengua, pero debería hacerlo porque es un neologismo provechoso. Volun(tario-obli)gatorio, es una fusión sarcástica de los adjetivos "voluntario" (que se hace por voluntad propia) y "obligatorio" (que se impone por obligación), habitualmente contrapuestos, que viene a sugerir que lo que se hace por voluntad propia se hace en verdad por obligación, o que se impone la voluntad propia por obligación.
 
Che Guevara, Guerrillero Heroico, Alberto Korda (1960)
 
    Fue inventado probablemente en Cuba para referirse de forma irónica y sarcástica al "trabajo voluntario" que en realidad era forzado y sin paga durante ciertos períodos.  El comandante Ernesto Ché Guevara propuso el “trabajo voluntario socialista”, que a veces se realizaba los fines de semana (contra su carácter tradicionalmente sabático dentro de la vida laboral), promoviendo que los jóvenes participaran en brigadas de construcción, reforestación o alfabetización, voluntarias en teoría, obligatorias en la práctica para convertirse en especímenes del 'Hombre Nuevo' que quería la Gloriosa Revolución. 
 
    Los cubanos designaron ese tipo de trabajo bajo el término de “volungatorio”, un neologismo perfectamente adecuado para calificar el carácter obligatorio del trabajo que teóricamente se vendía como voluntario. Es una palabra de índole popular y satírica que ha persistido y evolucionado para criticar situaciones donde lo obligatorio se presenta disfrazado de voluntario. 
 
    Le comentaba el otro día a un amigo filólogo este ingenioso neologismo cubano para designar el invento del trabajo no como maldición veterotestamentaria sino como bendición aceptada voluntariamente, y me señalaba que era lo mismo que sucedió en las Españas de Dios con la vacunación contra el virus coronado a lo largo de los años 2021 y 2022: la inyección nunca fue obligatoria, de hecho algunos no nos sometimos a ella, resistiéndonos heroicamente, pero eso no significaba que fuera voluntaria, porque, si no te inoculabas, te estigmatizaban, no tenías acreditación para viajar en avión, entrar a bares, restaurantes, gimnasios, discotecas y otros espacios públicos de ocio cerrado, y se te tachaba de asesino si osabas visitar a algún familiar 'vulnerable'. 
 

     El éxito del gobierno central fue desdibujar su responsabilidad diluyéndola en los gobiernos periféricos o autonómicos. Dependía de los reinos de taifas de las comunidades, pero, en general, se pedía un certificado de vacunación para visitar hospitales y residencias, lo que se unía a otras disposiciones claramente obligatorias como el uso de mascarillas, el confinamiento domiciliario, el toque de queda que aquí en las Españas se bautizó ridículamente como “restricción de movilidad nocturna” porque lo de 'toque de queda' sonaba a antiguo y pasado de moda, propio de los tiempos de Maricastaña de la guerra, tan modernos que éramos ya, que no llamábamos a las cosas por su nombre, sino que empleábamos ridículos eufemismos que las camuflaran. 
 
    Por eso cuando alguien ha reclamado a la Administración una indemnización por daños y perjuicios como consecuencia de haberse vacunado, el Ministerio de Sanidad ha respondido que esa vacuna, como todas las demás, no es obligatoria en las Españas, por lo que quien se la puso lo hizo voluntariamente con su consentimiento informado, así que desde el punto de vista jurídico no hay nada que hacer: ajo y agua, como dice a veces la gente, que no es ningún remedio casero sino la abreviatura popular de “a joderse y aguantarse”. 
 
    No hubo obligación. A nadie le pusieron una pistola en el pecho para forzarlo a que se dejara pinchar una mal llamada vacuna, porque estaría muy mal visto que la Administración hiciera algo así. De hecho, el Poder no necesita recurrir a la fuerza bruta para imponer su autoridad, basta con engañar a la gente diciéndole que es por su propio bien y por el bien de los demás, que es un acto de amor, como predicó el Sumo Pontífice de aquel entonces, que era segura y eficaz, que confiásemos en la Ciencia... El reino de Galicia, en el año del Señor de 2021, aprobó una reforma de la Ley de Salud que permitía sancionar a quien no se vacunara si su negativa suponía un riesgo para la Salud Pública. Las multas iban desde mil a seiscientos mil euros según la gravedad de la infracción. El virrey de la Xunta decía que no obligaban a nadie, simplemente sancionaban a quien no lo hiciera. La pistola en el pecho era, en este caso, la multa. La ley fue recurrida por el gobierno central y no se llevó a efecto...
 
    Se logró que la mayoría de la gente se vacunase prestándose 'volungatoriamente', no porque creyera necesariamente en lo que le decía el Poder, sino, como decían algunos cínicamente, para poder viajar, para poder ir a cenar a un restaurante... 
 
    Lo que se pone de manifiesto con la creación de este neologismo es que lo voluntario no es lo contrario de lo obligatorio, y viceversa, sino que ambas cosas son lo mismo, desde el momento en que el Poder utiliza la voluntariedad como máscara de la obligación real y efectiva. La voluntad no es la expresión de la libertad, sino de la obligación porque cuando uno dice “quiero”, lo que en verdad está diciendo por lo bajo es “creo que debo porque es lo que está mandado, y so soy un mandao”.