Si alguien viniera a decirnos que nos han implantado en el cerebro un chip, que son las siglas inglesas de "Consolidated Highly Integrated Processor", que en castellano podría traducirse, si a alguien le da por hacerlo, por Procesador Consolidado Altamente Integrado, diríamos que está chiflado, que alimenta teorías conspirativas, y más aún, conspiranoicas, es decir, unas ideas que son fruto de una disparatada paranoia que interpreta determinados hechos como fruto de una conspiración de una poderosísima élite perversa que trama la perdición de la humanidad.
Pero si lo pensamos un poco mejor, es posible que eso, fruto o no de una conspiración, ya haya sucedido; que, en efecto, nos hayan o hayamos (porque el sujeto que realiza la acción no está claro si somos nosotros o es ajeno totalmente a nuestra voluntad) implantado una prótesis o añadido, no una endoprótesis, sino una exoprótesis o prótesis ortopédica externa con nuestro beneplácito y aquiescencia, que se llama esmarfon o teléfono inteligente o, abreviando la cosa, celular o móvil. Dicho artilugio tecnológico, en efecto, no es un cacharro más, sino una prótesis cognitiva integral y una extensión de nuestro sistema nervioso central, que, con la disculpa de facilitarnos la vida y mantenernos comunicados con los que están lejos, nos incomunica con los que tenemos más a mano y nos complica la existencia dado que ya no podemos hacer algunas cosas que hacíamos antes sin él cuando no disponíamos de él.

Le confiamos al diabólico invento nuestra memoria, archivando en él contactos, fotos, mensajes, videollamadas, redes sociales, y lo utilizamos no solo como teléfono sino como reloj, como despertador, como cámara fotográfica, como agenda, como GPS o geolocalizador, y con el acceso a la Red obtenemos búsquedas instantáneas, Inteligencia Artificial, cálculos complejos... No nos percatamos de que cuando confiamos algunas de nuestras funciones a la tecnología, esas funciones se atrofian en nosotros.
¿Para qué vamos a recordar rutas, direcciones y mapas, para qué tratar de orientarnos en una ciudad que visitamos por vez primera si Google Maps nos guía en cada momento?
Cuando se produjo el apagón, muchos no sabían volver a su domicilio, habían perdido el sentido de la orientación y carecían de memoria espacial sin referentes.
La gente de mi generación sabía decenas de números de teléfono de memoria. Hoy, si nos apuramos, apenas sabemos el nuestro propio. Hoy hay quienes pierden sus exoprótesis celulares, o se las roban, o se quedan sin cobertura como sucede a veces, y ni siquiera pueden llamar a sus parientes más allegados, familiares o amigos.
Otro ejemplo es la ortografía y la gramática. El corrector automático interviene incluso antes de que uno acabe de escribir las palabras, anticipándose siempre. Ni siquiera nos percatamos de los errores que cometemos y que nuestro inteligentísima prótesis nos ahorra, por no hablar del lenguaje jeroglífico que utilizamos para expresar nuestras emociones más primarias y simplonas. Podríamos seguir enumerando ejemplos de una atrofia cada vez más generalizada gracias a las acciones de la IA.
El teléfono supuestamente más inteligente que nosotros, y no es mucho suponer, moldea nuestras modalidades perceptivas y cognitivas. Nos encontramos inmersos en una hibridación cada vez más estrecha entre los seres humanos y la tecnología. No es simplemente una herramienta externa que utilizamos, sino que nos utiliza, ya que es una especie de órgano adicional, una extensión del sistema nervioso que nuestro cerebro trata como una extensión propia.
Gracias al móvil todos somos nefelíbatas o acróbatas que practicamos nefelibacias en las nubes informáticas: estamos -vivimos- en la Nube, ese vastísimo espacio de almacenamiento de archivos y aplicaciones, accesibles desde cualquier lugar siempre que tengamos conexión con la Red Informática Universal.

No hay comentarios:
Publicar un comentario