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martes, 9 de julio de 2024

Pareceres LIII

256.- Obituario preventivo: Algunos medios de comunicación tienen preparados y archivados los obituarios de cientos y miles de candidatos a cruzar la laguna estigia en la barca de Caronte, todos ellos correctamente escritos y actualizados hasta la misma fecha del óbito, a la espera de que personaje fallezca para su publicación y para añadir alguna circunstancia -un par de líneas a lo sumo- a su muerte. A veces el escritor de obituarios ha fallecido antes que el interfecto, pues la esquela estaba redactada con mucha antelación. Otras veces el obituario se adelanta tanto que se da por muerto a alguien que todavía no ha sucumbido, como le ha pasado recientemente al lingüista y filósofo Noam Chomsky, de 98 años de edad, que sufrió un ictus, y enseguida se divulgó en la red su muerte y se publicó su obituario... pero fue dado de alta del hospital donde había sido atendido y se recupera en su hogar. Habrá que guardar los obituarios con sus datos biográficos de vida y obra a la espera de posteriores acontecimientos. Todos vamos a morir. Los grandes pueden tener ya escrita su biografía, a falta de algunos retoques, para darlos por muertos, es decir, para inmortalizarlos. 
 
 
257.- Síndrome de Fatiga Crónica (S.F.C.). La gente corriente y moliente como usted o como yo está cansada, cada vez más cansada, por no decir harta, en este país, que es el rabo del toro y la reserva espiritual y testicular de la vieja Europa, y en cualquier otro rincón del universo mundo. Es un secreto a voces. Cada vez más ciudadanos de a pie, contribuyentes y votantes, nos declaramos carentes de toda motivación para cumplir con nuestras más mínimas obligaciones. Tenemos la impresión de trabajar más horas de las debidas, de recibir a cambio un salario miserable, y de hallarnos al borde del colapso. Es el ingente cansancio de ser lo que uno es, lo que uno está obligado metafísica- y ontológicamente a ser: hay que responder a demasiadas exigencias sociales externas e interiorizadas y asumidas como propias. No se trata sólo del cansancio de ser uno mismo a secas, sino del enorme peso de ser un buen profesional, un buen padre o una madre ejemplares, una buena persona. Además de las exigencias morales están las físicas, no menos perniciosas que las otras: hay que cuidar el tipo: hay que estar delgado y adelgazar constantemente para ello, hacer deporte y cuidarse, sometiéndose uno a periódicos chequeos médicos, a fin de llevar una vida profilácticamente sana. Lo llaman sarcásticamente 'calidad de vida'. Pero estamos fatigados no vamos a decir de vivir -porque ¿quién vive?-, sino de sobrevivir, o, lo que es lo mismo, de existir solamente. 

 
258.- ¿El dinero da la felicidad? Un periodista verificador de datos se pregunta en un artículo si el dinero da la felicidad. Y no nos dice ni sí ni no, por lo que nos deja como estábamos, pero marea la perdiz. Cita un estudio de la Universidad de Princeton de hace una década que concluyó que el bienestar emocional, la felicidad, aumenta con el dinero “con los ingresos”, pero hay un tope, que estableció en 75.000 dólares anuales (alrededor de unos setenta mil euros), una cantidad que luego ha sido discutida por otros investigadores. Al alcanzar esa cifra, el bienestar se estanca y ganar más dinero no supone mayor felicidad. El estudio estableció “los ingresos altos compran satisfacción con la vida” pero “los bajos exacerban el dolor asociado con desgracias como una mala salud o la soledad”.  Pero otro estudio más reciente de hace dos años de la Universidad de Stanford concluyó que las personas con bajos ingresos pueden experimentar una felicidad incluso más fuerte que aquellas con mayores recursos. Quienes tienen más dinero pueden ser, en general, más felices, pero las personas con menos dinero sienten una felicidad más fuerte porque estaría ligada a un significado: la creencia de que su vida tiene un propósito, un valor y una dirección. 
 
259.- Guerras cántabras. 'Cantabrum Indoctum Iuga Ferre Nostra' es el título del cartel que representará la Fiesta de las Guerras Cántabras, declarada de Interés Turístico Internacional, de Los Corrales de Buelna en su próxima edición de este año 2024. La obra premiada es una acuarela que representa, como si se tratara de un Jano bifronte, el perfil femenino de un busto de una cántabra, que a su vez, se supone, encarna a Cantabria, y el masculino de un legionario romano, que encarna el poder militar del Imperio. El título es un hendecasílabo de Horacio, que define al pueblo cántabro como no acostumbrado a soportar el yugo romano... Conviene recordar que las guerras cántabras se saldaron con la victoria de las legiones romanas sobre las tribus rebeldes cántabras y con un proceso de romanización bastante más intenso de lo que hasta ahora se había pensado, por lo que estamos celebrando no una victoria sino una derrota militar desde el punto de vista de nuestra taifa autónoma. Los cántabros que no murieron en combate fueron vendidos como esclavos. De su lengua, que nunca se escribió, no queda más que algún vestigio en la toponimia, pero ninguna palabra viva. Ahora que se habla tanto de recuperar la memoria histórica, conviene que no nos olvidemos de exhumar lo que pasó por estos pagos hace dos milenios, y nos dejemos de celebraciones folclóricas al modo de las luchas de moros y cristianos: la derrota militar, supuso una romanización muy intensa: se construyeron ciudades como Julióbriga, lujosas villas cerca del mar, algunas con sus propias termas, se trazaron calzadas que todavía atraviesan nuestra región, se explotaron minas de hierro, como la de Cabárceno, y, gracias a la victoria romana escribimos y hablamos la lengua que ahora hablamos y escribimos. 
 
260.- Escepticismo. El escepticismo se ve en nuestra época criminalizado. No se puede atentar, en pleno siglo XXI, contra las sagradas creencias, que son las creencias consagradas por el inexistente consenso científico, que se conjura para que exista mencionándolo. Una de estas creencias es el calentamiento global, que no admite debate porque lo establece, entre otros, el IPCC en cada uno de sus informes. Cuestionarlo es climatoescepticismo, y no se puede ser climáticamente escéptico, sino creyente, dogmático. No se puede minimizar ni contradecir la doctrina sin caer en herejía y anatema. Ya no son condenados a la hoguera los herejes que lo niegan o ponen en duda, pero sí excomulgados de la comunidad científica, pero también los que, dispuestos a creer en su evidencia, niegan que sea producto de la acción humana, es decir, rechazan su carácter antropogénico, y, yendo aún más lejos, afirman que no es algo malo sino beneficioso. Si Sexto Empírico levantara la cabeza, vería abochornado cómo los dogmáticos, en pleno siglo XXI, siguen campando a sus anchas y haciendo de las suyas...