¿Qué tendrá la princesa
durmiente de Tailandia
que sucumbiera un día de diciembre sin causa?
En Bangkok duerme en coma,
conectada a una máquina,
en un profundo sueño
de flor de loto pálida.
Por la cabeza, madre, de Bajrakitiyabha -tal es su nombre propio-
sabe Dios lo que pasa,
quizá ha pasado todo, quizá no pasa nada.
¿Ha entrado ya su alteza
real en el nirvana?
¿Qué dicen los doctores
que atienden a la infanta?
¿Inflamó su corazón
una bacteria aciaga?
¿Se ha clavado una aguja
fatal, emponzoñada?
¿Es bulo la noticia?
La Casa Real calla.
En los templos los monjes
de túnicas naranja, orando porque viva, elevan sus plegarias.
Rezan porque despierte
las iglesias cristianas, por su alma también ruegan
las mezquitas islámicas.
Bailarinas inician las tailandesas danzas
dibujando sus manos
vuelos de raudas garzas.
Mucho vale la vida de Bajrakitiyabha, una futura reina, primogénita infanta.
Otras vidas no pesan prácticamente nada: no es igual la plebeya que la reina monarca.
¿Vendrá un príncipe acaso
del sueño a despertarla
con un beso en los labios
como en los cuentos de hadas?