Merece la pena leerlo, desde luego. Por su simbolismo y carácter alegórico, por su estilo y enseñanza moral, podría considerarse todo un clásico indispensable ya este pequeño cuento breve del escritor polaco Sławomir Mrożek (Borzecin, Polonia, 1930-2013) titulado La revolución, que comienza así en primera persona: En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí”.
Se trata de una crítica de la revolución entendida como cambio de
aspecto, formal, superficial. Es una sátira de las revoluciones
artísticas vanguardistas y de las revoluciones políticas y sociales que
pretenden cambiar el mundo para que siga igual. Algo nos recuerda a
algunas campañas políticas recientes cuyo éxito ha estado fundamentado
en vendernos la vieja idea del cambio, change en la lengua del Imperio, como novedad:
un cambio insustancial y cosmético que no afecta para nada a la
estructura profunda de las cosas. Se maquilla la realidad para que
parezca que algo se transforma, cuando, en el fondo, todo sigue igual.
El protagonista de La revolución, que es un alter ego de Mrożek y enseguida del
propio lector del cuento, que se identifica con él, se aburre, quiere
cambiar las cosas, pero en lugar de salir fuera de su habitación y buscar
en el mundo exterior algo diferente, se dedica a cambiar los muebles de sitio…
He aquí el texto, en traducción de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles, incluido en el libro La vida difícil, publicado por Ediciones del Acantilado, Barcelona en 2002:
“En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
“En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese ‘cierto
tiempo’. Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme
algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura,
tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no
es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos
límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia
es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario.
Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que
semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la
hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión
correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez ‘cierto tiempo’
también se mostró impotente.
Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al
cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al
contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor
aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido
perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que
resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y
me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después
puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario
en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá
y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los
tiempos en que fui revolucionario”.