Los automóviles personales son el símbolo del status social: la marca del coche suele decirnos mucho más sobre la clase social que aparenta el propietario que a la que pertenece. Algunos empleados aspiran a poseer autos más aparatosos y ostentosos que sus propios jefes o CEOs, como se dice ahora con el anglicismo flagrante del acrónimo Chief Executive Officer que quiere disimular la jefatura, esto es, el hecho de que donde hay capitán no manda marinero, porque quieren dar a entender que pertenecen a la élite, la clase social de los pocos elegidos: la minoría selecta o rectora que posee el capital.
El coche está ligado también al sexo. Algunos automovilistas sienten que el coche es una prolongación de su órgano viril, una prótesis ortopédica del falo, digamos, por lo que está ligado también a la conquista sexual. La publicidad de coches recurrió desde sus inicios a las mujeres. Una fórmula publicitaria que, sin duda, ha tenido, tiene y tendrá éxito. Asociar la imagen de posesión de un coche con el de una hembra atractiva parece que sigue funcionando tanto si los compradores son varones como féminas. La prueba es que pocas veces un anuncio publicitario de coches protagonizado por másculos ha logrado unas ventas espectaculares.
La mayor mentira de la propaganda automovilística consiste en decir que el coche te da libertad, cuando en realidad te la quita al convertirte en su chófer y obligarte a ir por donde Dios manda, es decir por esas autopistas del Estado o del Capital, aquellas, las más rápidas y seguras, en algunas hay que pagar peaje para circular, donde si no encuentras la muerte encontrarás la evidencia de que al final de tu trayecto nada ni nadie te esperaban.
No la libertad, sino otra cosa encontraron los tres mozos cántabros que en la madrugada del domingo 30 de noviembre pasado volvían de regreso a casa en el automóvil de uno de ellos, charlando amistosamente y escuchando quizá música en la radio, por una carretera regional no transitada a esas horas, y se encontraron después de una curva cerrada con el silencio sepulcral definitivo: tres vidas truncadas en la flor de la edad.
Deberíamos reflexionar sobre la imposición del automóvil personal. Lo hemos convertido en un instrumento necesario para ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, haciendo virtud de la necesidad de ir al curro como si fuera necesario trabajar e ir al centro de trabajo. Lo hemos convertido en un medio privado de transporte, cuando podríamos utilizar para cualquier desplazamiento uno público, la bicicleta o la línea de san Fernando, consistente en ir un rato a pie y otro andando.
Recuerdo que durante la oprobiosa dictadura había anuncios televisivos que invitaban a los empleados a compartir el automóvil personal para ir a su centro laboral y no poner en circulación simultánea tantos autos como personas con la complicación añadida de encontrar un aparcamiento y "para hacer amigos" entre los compañeros de trabajo o de estudios. Eran también los tiempos del autoestop, que ahora se han convertido en los del blablacar, lo mismo que antes pero pagando, compartiendo los gastos de combustible y peaje.
Ahora se pretenden en algunas grandes ciudades reservar carriles específicos de las vías públicas para la circulación de los VAO, Vehículos de Alta Ocupación, no solo para autobuses y taxis, sino también para automóviles con dos o más ocupantes, sancionando a los coches que transporten solo a su chófer con una multa de unos doscientos pavos, que no es poco precisamente.
Las autoridades no saben qué hacer contra la proliferación automovilística: por un lado les interesa ponerle algún freno, porque va a llegar el momento, si no ha llegado ya, en que haya más coches que personas físicas contribuyentes y votantes, pero por otra parte a las altas instancias no les conviene ni interesa perjudicar a la poderosa industria de la automoción, que ahora se está reinventando a sí misma y vistiendo de verde con los coches eléctricos que pueden circular libremente en las Zonas de Bajas Emisiones de las ciudades, para no contaminar como los tubos de escape de los vehículos de combustión.
Los coches, además, son el moderno caballo de Atila, rey de los hunos; por donde pasan no crece la hierba sino la negra flor del asfalto: han invadido pueblos y ciudades y han convertido las plazas y las calles en aparcamientos, privándonos a los viandantes de amplios espacios, e impidiendo a los niños jugar a la pelota y corretear tras el balón so riesgo de ser atropellados.
A la proliferación de automóviles se une ahora una ridícula y extravagante exigencia de la Dirección General de Tráfico que se hará efectiva a partir de las calendas de enero del año del Señor 2026 que nos viene encima de golpe y sopetón, cuyo Director General, cuyo nombre propio y apellido omito por delicadeza, nos la explica: “La implantación de
la baliza V16 conectada supone un salto adelante y nos sitúa como referentes
europeos en seguridad vial. Permite señalizar sin salir del vehículo,
evita riesgos innecesarios y aporta información vital a los demás
usuarios de la vía”. Lo del paso adelante es muy relativo. Más bien parece un paso atrás, porque lo de señalizar sin salir del vehículo y aportar información vital ya lo hacían las luces de emergencia, y en cuanto a los riesgos innecesarios es más peligroso permanecer dentro del vehículo que salir de él, que es lo que cualquiera haría en su sano juicio después de una colisión o accidente. Añade el Director General: “Los triángulos han cumplido su papel durante
veintiséis años, pero la evolución tecnológica nos permite seguir
progresando”. Los triángulos podrían perfectamente seguir cumpliendo su función durante otros veintiséis años, como hacen en el resto de Europa, donde no es obligatoria esta baliza de la que somos pioneros, y que no se exigirá a los conductores internacionales que circulen por nuestras carreteras, pero sí a los nacionales, siendo esta una discriminación incomprensible cuya única razón de ser es el afán recaudatorio del Estado y de la DGT en nombre de un progreso o 'salto adelante' que así lo justifica todo. Concluye finalmente el susodicho personaje cacareando: “Nuestro compromiso es reducir los atropellos y proteger a
quienes se encuentran en situaciones de emergencia”.



