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sábado, 20 de mayo de 2023

De iuventute (¿Cuándo perdemos la juventud?)

Perdemos la juventud, ese divino tesoro que cantó Rubén y encarna la diosa Hebe, no cuando cumplimos años, sino el día que empezamos a valorar el dinero, confundiendo como el necio de Machado valor y precio, y a admitir que todo se compra y todo se vende, incluidos nosotros, las personas, que nos vendemos y nos compramos y prostituimos, en definitiva, al mejor postor, bien baratos, mal que nos pese, por unos billetes de papel de banco so pretexto de ganarnos la vida, cuando en realidad la estamos perdiendo igual que el divino tesoro del poeta.

Perdemos la juventud el día que aceptamos que la realidad es todo lo que hay y nada más que lo que hay, que siempre ha sido así y que nunca podrá hacerse nada para cambiar las cosas y que dejen de ser como son.
 
Perdemos la juventud el día que dejamos de estar enamorados, que es el día en que declaramos solemne- y paradójicamente nuestro amor a otra persona, matando así el amor que sentíamos por ella, y decidimos casarnos con ella sepultando nuestros sentimientos en la tumba del matrimonio.

Diosa Hebe, hija de Zeus y Hera, que sirve el néctar y danza con las Musas y las Horas al son de la lira de Apolo.

Perdemos la juventud el día que dejamos de soñar quimeras y utopías, y despertamos nuestro sentido práctico, entrando por el aro y aceptando las reglas del juego que nos impone la sociedad establecida.
 
Perdemos la juventud el día que aceptamos que el ganador es el mejor por el simple hecho de que ha ganado, convertimos el éxito y el triunfo en monedas de cambio, y ya no somos capaces de defender una causa perdida.
    
Perdemos la juventud el día que sólo vemos lo que se ve y no nos damos cuenta de que para ver las cosas hay que cerrar a menudo los ojos y olvidarse de las ideas previas que tenemos, que distorsionan la realidad.

Perdemos la juventud el día que nos miramos al espejo y no vemos las arrugas del alma, y no se nos cae la cara de vergüenza porque hemos perdido por el camino la vergüenza. Ese día nos asalta el recuerdo de aquellos versos de la canción de otoño en primavera del poeta nicaragüense: Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...