Perdemos la juventud, ese divino tesoro que cantó Rubén y encarna la diosa Hebe, no cuando cumplimos años, sino el día que empezamos a valorar el dinero, confundiendo como el necio de Machado valor y precio, y a admitir que todo se compra y todo se vende, incluidos nosotros, las personas, que nos vendemos y nos compramos y prostituimos, en definitiva, al mejor postor, bien baratos, mal que nos pese, por unos billetes de papel de banco so pretexto de ganarnos la vida, cuando en realidad la estamos perdiendo igual que el divino tesoro del poeta.
Perdemos la juventud el día
que aceptamos que la realidad es todo lo que hay y nada más que lo que hay, que siempre ha sido
así y que nunca podrá hacerse nada para cambiar las cosas y que dejen de ser como son.
Perdemos la juventud el día
que dejamos de estar enamorados, que es el día en que declaramos
solemne- y paradójicamente nuestro amor a otra persona, matando así el amor que
sentíamos por ella, y decidimos casarnos con ella sepultando nuestros
sentimientos en la tumba del matrimonio.
Diosa
Hebe, hija de Zeus y Hera, que sirve el néctar y
danza con las Musas y las Horas al son de la lira de Apolo.
Perdemos la juventud el día
que dejamos de soñar quimeras y utopías, y despertamos nuestro
sentido práctico, entrando por el aro y aceptando las reglas del
juego que nos impone la sociedad establecida.
Perdemos la juventud el día
que aceptamos que el ganador es el mejor por el simple hecho de que ha ganado, convertimos el éxito y el
triunfo en monedas de cambio, y ya no somos capaces de defender una
causa perdida.
Perdemos la juventud el día
que sólo vemos lo que se ve y no nos damos cuenta de que para ver
las cosas hay que cerrar a menudo los ojos y olvidarse de las ideas previas
que tenemos, que distorsionan la realidad.
Perdemos
la juventud el día
que nos miramos al espejo y no vemos las arrugas del alma, y no se
nos cae la cara de vergüenza porque hemos perdido por el camino la
vergüenza. Ese día nos asalta el recuerdo de aquellos versos de la
canción de otoño en primavera del poeta nicaragüense: Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...