Me pregunto si las dos bombas cinematográficas de este verano, “Oppenheimer” y “Barbie”, han alcanzado el éxito y merecen el éxito que han alcanzado porque los espectadores del séptimo arte reconocen en ellas calidad y valor artísticos, o más bien se han hecho populares gracias a la ensordecedora campaña de propaganda de los medios de (in)formación masivos que ha logrado que la mayoría del público vuelva a las desiertas salas de cine para ver de qué se trataba todo el ruido generado.
Me da la sensación de que es un poco como lo que sucede con la emisora de radio LoS40, antes Los 40 Principales, que cuenta en las Españas con casi, dicen, tres millones de oyentes, y que es la primera radio musical de ámbito internacional en los países hispanohablantes: los éxitos radiados no se hacen populares por gozar enseguida del favor del público, que reconoce en ellos ciertas virtudes que los hacen atractivos, sino que gozan del favor del público y acaban siendo populares a fuerza de radiarlos una y otra vez por las ondas y resonar machaconamente en los oídos, como fruto del lanzamiento e imposición de la industria discográfica.
Claro está que para echar un vistazo y ver de qué se trata hay que volver a las abandonadas durante la pandemia salas oscuras, y para eso hay que pagar. Y una vez que saca su entrada, el público suele quedarse hasta el final de la proyección, aunque enseguida tenga la sensación de que lo que está viendo, nada más empezar la película, es una tomadura de pelo y, vamos a decirlo así, una mierda pinchada en un palo.
“Barbie”, que arrasa en las salas de cine y ha superado, leo, enseguida los mil millones de dólares de recaudación, juega tímidamente a satirizar a la muñeca que celebra a las mujeres como objetos sexuales mientras reafirma su mismo estatus de muñeca sexual. Barbie, que se ha vuelto feminista dentro del sistema, hace que el espectador, aunque nunca haya tenido una buena consideración de la marca Mattel que la patrocina, acabe teniéndola. Ha conseguido que, como nuestras folclóricas, se hable de ella, que eso es lo que importa, aunque se hable mal. Yo no voy a caer en la trampa de criticarla porque, además, no la he visto, ni tengo intención de verla. Pero parece que Mattel se está forrando a cuenta de las muñecas de la película que vende.
En cuanto a la otra bomba, “Oppenheimer”, tres horas de metraje, hay quien ha criticado que los personajes judíos que aparecen en la cinta, el propio Oppenheimer, padre de la bomba atómica que arrasó Hiroshima y Nagasaki, que le da título, y Einstein, son interpretados por actores que no son judíos, y eso le parece poco correcto... No sé si es una película belicista o antibelicista, porque no la he visto ni tengo intención tampoco de verla, pero en una época en la que hemos pasado de la guerra contra el terrorismo, a la guerra contra el virus y ahora a la guerra contra el cambio climático, resulta significativo que nos distraigan con la segunda guerra mundial y la bomba atómica que le puso fin, que son historia, como si quisieran amedrentarnos con la amenaza de la tercera guerra mundial que será definitiva y que está, no olvidemos la actualidad, cuajándose en muchas partes del planeta.
Vemos a qué se reduce todo, a avivar emociones intensas y discusiones estériles, como el transgenerismo o el pacifismo belicista, que no dejan de ser, entre otras cosas, pseudo-problemas cuyo objetivo es distraer nuestra atención deliberadamente.
Dos bombas fétidas cinematográficas, en definitiva, que quieren normalizar el feminismo y la guerra o el pacifismo, que viene a ser lo mismo, como doctrinas de Estado, como soportes que son o pilares centrales del sistema.