domingo, 30 de noviembre de 2025

Carta abierta a Don Porvenir

Muy Señor Mío: 
 
Le escribo esta carta abierta, con todo el respeto y la consideración que un personaje tan importante como Vd. me merece, para pedirle el favor de que me deje en paz. Yo sé que Vd. existe y no se me ocurre ponerlo en duda. ¡Vaya que si existe, vive Dios! No osaría yo nunca negarle carta de naturaleza, aunque no creo en Vd. He oído hablar de Vd. toda mi vida, desde que yo, antes de hacer uso de razón y entendimiento, era un niño chico y casi no me tenía en pie. Mis mayores me decían que tenía que estudiar y trabajar para ser algo y para ser alguien el día de mañana. Yo les preguntaba, ingenuo de mí, que cuándo iba a llegar ese día, el día de mañana, el futuro, el día de Vd... Mis mayores me respondían: Ya llegará... No te preocupes, ya llegará. 
 
La verdad era que el día de mañana no llegaba nunca. De hecho, se puede decir que todavía sigo aguardándolo, aquí sentado, en la sala de espera. Y lo único que veo es que mañana es mañana siempre o, mejor dicho, pasado-mañana, o lo que es lo mismo, nunca: una zanahoria inalcanzable, un trampantojo. Cuando creo que ya ha llegado, cuando creo que ya es mío, resulta que no, que se desvanece y se me escapa de las manos como un puñado de aire o de humo. Llevo ya algo más de sesenta años de mi vida, toda una vida, que se dice pronto, esperando el adviento de ese dichoso día venidero de gloria que no acaba de venir nunca. Y ya me estoy empezando a cansar. Pero no he perdido el tiempo, creo. En todo este intervalo que llevo aguardando, he comprendido algo: ahora y mañana son palabras contradictorias, enemigos íntimos irreconciliables. 
 
Es más: Ahora sé algo que antes no sabía: que es Vd., don Porvenir, lo que más existe, casi lo único que existe: el solo dios que es el que es y que está instalado aquí desde siempre. Es más: Vd. no sólo existe, sino que además, insiste, subsiste, asiste, consiste, resiste, coexiste, persiste y nunca desiste. Vd. sabrá disculpar mi osadía y la molestia de leer estas líneas antes de arrojarlas a la papelera, pero le voy a decir la verdad, que siempre duele. Lo que me irrita es que Vd. nos ha secuestrado el ahora, lo ha vaciado de contenido instalándose en él y desalojándonos a nosotros, condenándonos a ser sólo un proyecto. Vivimos todos tan pendientes del futuro y de lo que nos deparará que somos incapaces de disfrutar de este momento presente, el único que de verdad tenemos entre nuestras manos ahora mismo. 
 
Yo no tengo ningún interés en conocerlo a Vd. ni de cerca ni de lejos. No le escribo esta carta por eso. Le escribo para decirle que no me creo ese cuento suyo de la resignación cristiana de que mañana vamos a alcanzar la vida eterna, la vida verdadera de verdad, en el Más Allá, ni tampoco ese otro cuento del final de la Historia y de la resignación marxista de la superación de la sociedad de clases del materialismo histórico y del sistema de producción capitalista para alcanzar el paraíso del comunismo primitivo aquí en la Tierra. 
 
 
 A mí y a los muchos que no creemos en las tierras prometidas de las otras vidas en los lejanísimos y carísimos hoteles del Más Allá o del Más Acá, tanto monta, Vd. nos importa un bledo. Nosotros no tenemos futuro, y ni falta tampoco ninguna que nos hace. 
 
Vd.  ya está aquí, siempre ha estado aquí, habitando entre nosotros: es la Muerte: la muerte del ahora: no queremos sacrificar en sus altares ni un solo momento más, ni un ápice de nuestra vida presente. Si una gitana nos echa las cartas o nos lee las rayas de las manos honestamente ahora mismo para decirnos la buena ventura, sólo podrá ver una cosa: que ya estamos muertos. Que los muertos somos nosotros, los que consumimos el presente esperando el futuro perfecto que siempre está por-venir y que paradójicamente no llega nunca. 
 
Me atrevo a decirle, señor mío, que no lo necesitamos a Vd. para vivir ni para nada. Todo lo contrario: nos sobra. ¡Váyase, don Porvenir!

Déjenos vivir en paz. Yo le ruego, nosotros le rogamos, humildemente, que se vaya de una vez, que salga de nuestras vidas por donde entró. Para vivir, para resucitar la gloria del momento presente, necesitamos que usted deje de existir: que se vaya de esta casa del tiempo, que es nuestra condena. Si no se va Vd., somos nosotros los que vamos a irnos de casa, de esa casa, de su casa. 
 
Háganos ese favor, déjenos, nosotros somos poca, poquita cosa y no queremos ser mucho más. A nosotros y a los otros: a los otros que vendrán después, a los que vengan si siguen viniendo por fortuna criaturas al mundo después de nosotros. Déjenos, por lo que más quiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario