lunes, 19 de diciembre de 2022

Ojos que no ven

    El poeta persa del siglo XIV Mahmud Shabistari nos ha dejado este tesoro entre las seguramente muchas espléndidas metáforas que guardan sus rutilantes versos, que confieso que desconozco:  "Están ciegos, sólo ven imágenes". 
 
    Ni siquiera puedo comprobar la veracidad de la autoría de la frase porque ignoro su lengua original, pero me parece muy oportuno lo que dice en castellano: estamos ciegos, no vemos cosas, sino ideas, esto es, las imágenes previas que tenemos de esas cosas que no vemos. Es posible que se trate de una cita espuria como tantas otras que circulan por la Red que se le ha ocurrido a alguien y que en este caso se atribuye so pretexto de sabiduría a un poeta oriental no muy conocido.
 
 
    ¿Qué más podemos ver? Me pregunto yo. Podemos ver que las imágenes atrofian nuestra imaginación. Podemos ver, como dice el poeta, que las imágenes nos ciegan, porque las imágenes son ideas previas -fotogramas sin vuelo, inmóviles- que tenemos: no vemos el árbol con sus hojas zarandeadas por el viento, sino la idea inculcada que tenemos de árbol, la imagen previa que nos hemos hecho de él. 
 
     Y esa imagen nos ciega, nos impide ver el árbol que tenemos delante, como suele decirse, de nuestras propias narices. Si queremos ver de verdad, debemos cerrar los ojos a la realidad, que es esencialmente falsa y mentirosa. Si queremos ver una rosa, debemos olvidar el nombre que tiene (y esta vez me hago eco de una cita del imprescindible Paul Valéry «Regarder, c’est oublier les noms des choses que l’on voit» que en nuestra lengua dice 'mirar es olvidar el nombre de las cosas que vemos'), que nos invita a olvidar lo aprendido y a ver las cosas con una mirada nueva cada vez, como hace un niño.
 

2 comentarios:

  1. Jean Baudrillard en ¿Por qué no ha desaparecido todo aún?. Enclave de libros, 2019, retuerce la cuestión:
    «Detrás de cada imagen algo ha desaparecido, y esto es lo que la vuelve fascinante. Detrás de la realidad virtual, en todas sus formas (telemática, informática, digital, etc.), lo real ha desaparecido, y es esto lo que fascina a cualquiera. Según la versión oficial, rendimos culto a lo real y al principio de realidad, pero -y allí está todo el suspense actual-, realmente profesamos un culto a lo real o a su desaparición?».

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  2. Al representar las cosas, al nombrarlas, al
    conceptualizarlas, el hombre hace que existan y al mismo
    tiempo las precipita hacia su pérdida, las desprende
    sutilmente de su realidad descarnada. Así, la lucha de clases
    existe a partir del momento en que Marx la nombra. Pero
    muy probablemente existiera, con mayor intensidad antes
    de ser nombrada. Desde entonces no para de decrecer. El
    momento en que una cosa es nombrada, cuando la
    representación y el concepto se apoderan de ella, es el
    momento en que comienza a perder su energía (para
    convertirse posteriormente en una verdad o imponerse
    como ideología). Podemos decir lo mismo del inconsciente
    y su descubrimiento por parte de Freud. Cuando una cosa
    comienza a desaparecer, aparece el concepto.

    … el concepto y la idea (pero también el fantasma, la
    utopía, el sueño, el deseo) se desvanecen en su propia
    realización. Todo desaparece por exceso de realidad, cuando,
    gracias al despliegue de una tecnología sin límites, tanto
    mental como material, el hombre está en condiciones de ir
    hasta el límite de sus posibilidades, y por ello mismo
    desaparece, dejando paso a un mundo artificial, que lo
    expulsa –a una performance integral que de alguna manera
    es el estadio supremo del materialismo (Marx: el estadio
    idealista de la interpretación y la irresistible transformación
    que lleva a un mundo sin nosotros)–.

    … el modo de desaparición de lo humano (y, por supuesto,
    de todo lo que guarda relación con él: la obsolescencia de
    Günther Anders, la agonía de los valores, etc.) es
    precisamente el resultado de una lógica interna, de una
    obsolescencia integrada, de la realización por parte de la
    especie de su proyecto más grandioso, el proyecto
    prometeico de dominio del universo, de un conocimiento
    exhaustivo –que es lo mismo que lo precipita hacia su
    desaparición– mucho más veloz que las especies animales,
    por la aceleración que imprime a una evolución que ya no
    tiene nada de natural.

    Y no de acuerdo a una pulsión de muerte cualquiera, una
    disposición involutiva, regresiva, hacia formas
    indiferenciadas, sino, al contrario, mediante un impulso para
    ir lo más lejos posible, en la expresión de todo su poder, de
    todas sus facultades, hasta soñar, precisamente, con abolir la
    muerte.

    … nosotros y nuestro cuerpo ya solo seríamos el miembro
    fantasma, el eslabón débil, la enfermedad infantil de un
    aparato tecnológico que nos domina de lejos (así como el
    pensamiento solo sería la enfermedad infantil de la
    inteligencia artificial, o el ser humano la enfermedad infantil
    de la máquina, o lo real la enfermedad infantil de lo virtual)

    … es en el detalle absoluto donde se puede encontrar la
    energía para quebrar el conjunto, para acabar con todos los
    conjuntos… Y volver al mundo en estado de fragmento.

    (Jean Baudrillard, ¿Por qué no ha desaparecido todo aún?. Enclave de libros, 2019)

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