El señor Zelenski, pésimo actor y pésimo presidente ucraniano, títere del imperio angloamericano, y su esposa la señora Olena Zelenska aparecieron en la portada digital de la edición americana de la revista elitista Vogue del 26 de julio exhibiendo su amor en tiempos de guerra. Posaron para el objetivo de la fotógrafa estadounidense de famosos más famosa del mundo, Annie Leibowitz, en el palacio presidencial y frente a los restos, ella, de un avión bombardeado.
La fotógrafa ha inmortalizado así, es decir, ha matado a Olena Zelenska, sacando del armario a la esposa del presidente ucraniano, una mujer involucrada con igual conciencia en la difusión de la guerra que su marido, toda enlutada de negro en un jersey de cuello alto.
Tras todo gran hombre se esconde una gran mujer. Aquí es el hombre, que solo es grande a juzgar por la difusión de su omnipresencia mediática, el que se esconde detrás de su mujer, a la que utiliza como reclamo publicitario. Ella posa con la mirada perdida de una rehén con una mueca cautiva de tristeza mal disimulada y resignación en los ojos y en los labios. Y él, con su típica camiseta de manga corta de color caqui a guisa de uniforme militar, tiene la mirada obsesiva y los ojos hinchados del depredador que ha atrapado amorosamente a su presa y no va a dejar que se le suelte.
Resultan tan obscenas la fotografía como la fotógrafa que se ha prestado a tomarlas y publicarlas en una revista de tendencias de la moda... El señor Zelenski y la señora Zelenska saben que deben seguir interpretando dentro de la sociedad del espectáculo el espectáculo de la sociedad de la que forman parte, desempeñando su papel para cautivar a la Unión Europea, al Reino Unido y a los Estados Unidos de América, y en definitiva a la OTAN que renace cual ave Fénix de sus cenizas.
Olena Zelenska, 44 años, cambió su vida radicalmente cuando su marido, el ex pésimo actor de la misma edad, se presentó a las elecciones presidenciales hace tres años y las ganó, pasando de guionista de televisión a primera dama de un país que es la marioneta del tío Sam. Y ha cambiado todavía más su vida desde que comenzó el conflicto -o sea la guerra- en febrero, ya que su familia, compuesta por su marido y dos hijos, se halla separada, ya que Él (el presidente títere que no se cansa de pedir sanciones para Rusia y armas indecentemente para que su pueblo se mate por la patria) no puede ver a sus hijos por razones de seguridad, y sus hijos sólo puede verlo por videoconferencia y más aún sobre todo por la tele.
Ella,con este reportaje, se ha unido a Él en su guerra paralela para sostener la atención de Occidente a toda costa. Él ha sido siempre consciente de la importancia del frente de combate mediático que, acostumbrado a las cámaras, maneja hábilmente, ganándose los aplausos del parlamento español, de los premios Grammy, del festival de Cannes, del de Glastonbury, y de cualquier otro evento internacional que se precie y se le ponga por delante para hacer todo lo posible y lo imposible para mantener la atención y la simpatía del público occidental en la lucha de su país, cuyos soldados enviados al frente están siendo masacrados mientras Él y su señora posan, haciendo frívolas sesiones de fotos. Tiene que salir en los telediarios, dando lástima, y hasta en las revistas de moda, rivalizando en su constante presencia con las campañas publicitarias más exitosas de la sociedad de consumo.
Vomitivo y pornográfico. El pelela y la pelela, la guionista y el marioneta, aupados al escenario para marcar tendencia bélica; acogidos, vestidos para la ocasión y utilizados por el otantismo beligerante como símbolos mortificantes del destino elegido por quienes a él le votaron y a la OTAN se entregaron. Lo mejor del trabajoso esfuerzo de Annie Leibowitz ha sido la función de monigotes y meros elementos del decorado de los militares armados.
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