viernes, 8 de julio de 2022

Miedo a lo uno y a lo otro

    Parecía mentira. Como todo en este mundo. Como este mundo todo, que se mire por donde se mire, no puede ser verdad, y, por lo tanto, no lo es, y, sin embargo, siendo real como es, no deja de ser falso: es mentira. No nos duelan prendas a la hora de reconocerlo. No es que las apariencias engañen, como cree la gente, lo cual es verdad, es que la que engaña es la realidad, porque la realidad son las apariencias. No te fíes de la realidad, me decía a mí mismo. No te fíes de las apariencias, me repetía, considerando cómo eran lo mismo una y otra cosa. 

    Me acordé de la publicidad de una marca de cerveza de cuyo nombre no voy a hacer mención aquí que decía que una de las muchas cosas que hay que hacer antes de morir, es, por ejemplo, vivir.  A veces me pregunto si hay vida después de la muerte, otras me pregunto si la hay antes, aquí y ahora, por ejemplo. He de burlar aquí la vigilancia de la policía de lo políticamente correcto y de las buenas costumbres que, interiorizada, no deja de controlarnos.


     ¿No seremos todos zombis, muertos paradójicamente vivientes, vivos paradójicamente muertos? Y me hago la siguiente reflexión:

    Millones de víctimas inocentes –todas las víctimas lo son- asesinadas en las guerras mundiales del siglo XX, uno de los más crueles y bárbaros de la historia, si algún otro siglo no lo es más, aunque el XXI no le va a la zaga, por lo que se va viendo; millones de vidas sacrificadas en las cadenas de montaje de las fábricas industriales para recibir como premio la jubilación del geriátrico; millones de niños muertos, adulterados al convertirse en personas mayores y descubrir que han sido asesinados por la sociedad; millones de mujeres obligadas a ser iguales que los hombres, reducidas a vulgar ganado en el mercado por obra y gracia del orden farmacológico establecido; millones de peatones y automovilistas muertos desparramándose por las cunetas de las carreteras los fines de semana; millones de televidentes muertos y televisados en cada película y en cada telediario, pero eficazmente escamoteados de nuestra vida cotidiana –se los llevan en discretos coches fúnebres-; millones de zombis lo atestiguan, en definitiva, lo atestiguamos porque los zombis somos la realidad, la cruda y dura realidad. Bajo las confortables apariencias del universo familiar pequeño-burgués, en el sótano de la clase media, habita el monstruo pavoroso,  multiforme e indefinido del horror.


    El peor de todos los virus. Hay un virus peor que el del SIDA, pero que el COVID-19 recientemente actualizado como COVID-22 o trancazo que se arrastra durante quince días en pleno verano, peor que la gripe asiática, la aviar, la porcina o la viruela del mono  cuya amenaza se cierne ahora sobre todos nosotros como espada de Damoclés: es el virus del miedo, el miedo es la auténtica epidemia que se convierte en pandemia que afecta a todo Cristo y de la que no se salva ni Dios, la más perniciosa de las pestes: virus que están sembrando los medios que se dicen de comunicación y que lo que hacen es todo lo contrario: incomunicarnos, porque lo realmente nuevo de este virus no es la gripe en sí, que es tan vieja o más que el catarro, sino la cobertura mediática desproporcionada que la Red convierte, además, en instantánea cobertura 'on line'. 

    Esto no es una teoría de la conspiración, sino la conspiración de la teoría y del pensamiento contra la sinrazón: pretenden silenciarnos con una mascarilla profiláctica que ahora recomiendan y ya no imponen como antes para que no abramos la boca y no hagamos uso de nuestra libertad de expresión y expresemos nuestra rebeldía contra el miedo que nos quieren inculcar a todos en el cuerpo y en el alma.


    ¿A qué fin si no todo un jefe de Estado se dirige a una nación y le habla de un virus “nuevo e incurable” que ya ha causado varios muertos, y les pide a los ciudadanos que no salgan a la calle, que no vayan a la escuela, ni al cine, ni a misa, ni a ninguna parte, imponiéndoles una suerte de efectivo arresto domiciliario a todo un país muchos millones de habitantes, clausurando la vida pública y recluyéndola en el retrete de la privacidad para que no se den cuenta de lo que pasa en la calle y lo que pasa en la calle es que en la calle, al fin y a la postre, no pasa nada?

 

1 comentario:

  1. «el miedo es la auténtica epidemia que se convierte en pandemia que afecta a todo Cristo y de la que no se salva ni Dios».

    Las inoculaciones, al fin y al cabo, no son más que las llagas del 'via crucis transhumanista' que exige esta nueva, y siempre la misma, ofensiva totalitaria de redentorismo, aunque ahora curse como demencia tecnológica de las democracias saturadas, donde las almas escogidas de los algoritmos reciben los mensajes estúpidos y buscan el amparo terrorista de los dispositivos operativos.

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