lunes, 4 de julio de 2022

'De gustibus (et opinionibus) non est disputandum'

    La frase "De gustibus (et opinionibus) non est disputandum" (no hay que discutir sobre gustos (ni opiniones)" intenta subrayar la subjetividad y, por lo tanto, inutilidad y vanidad de las discusiones en cuestiones de gustos y opiniones personales. No se trata de la cita de un autor conocido, sino de una expresión originada probablemente en círculos escolásticos de la Edad Media, como contábamos aquí. El añadido que pongo entre paréntesis se lo debemos a un personaje de Dostoyesqui.

    Normalmente se interpreta esta afirmación en el sentido de que cuando una discusión llega a un punto en el que la diferencia se reduce a una cuestión de gustos o preferencias, no tiene sentido continuar. Se entiende que los gustos son irracionales, idiosincrasias que no son susceptibles de ser argumentadas. “De gustos y opiniones no discuten los doctores” o “sobre gustos no hay nada escrito”.

    Pero, ¿son los gustos en verdad una expresión arbitraria de cada individuo? Sociólogos y antropólogos han impugnado esta visión. Los gustos, nos dicen, son el resultado de los patrones culturales en los que nos encontramos inmersos y de los contextos sociales en los que se desarrolla nuestra vida. Esto es indiscutible, como lo demuestran -por mencionar sólo un par de ejemplos- los diferentes hábitos alimentarios en distintos países o los, por lo general, diferentes gustos musicales de los jóvenes y los mayores cuando, además, se entrecruzan con diferencias sociales económicas y culturales. Nuestros gustos revelan, en consecuencia, mucho de nosotros, son nuestros datos, fruto de nuestro condicionamiento sociocultural. 


    Conviene reflexionar un poco sobre lo que cada uno opina y sobre lo que a cada uno le gusta. De alguna forma la sociedad está montada sobre que no hay nada más verdadero que las opiniones de cada cual y que no hay nada más bueno que lo que a cada cual le gusta, pero desde el momento en que eso choca con lo que opina otro o le gusta a otro no puede ser verdad, o sólo lo sería de una manera relativa: verdadero para uno, falso para otro, pero la verdad de verdad de la buena no puede ser, por definición, relativa, tiene que ser absoluta.

    El hecho de que se diga, sin embargo, como se oye a veces, que todas las opiniones son respetables choca con lo que aquí decimos de que no pueden ser merecedoras de respeto porque todas son falsas. Y lo mismo sucede con las opiniones, que por muy respetables que digan que son no son verdaderas, sino meros puntos de vista de unos ojos ciegos por muy paradójico que suene. Realmente, ninguna opinión es respetable o merece respeto. Al formularse y publicarse, saltan a la palestra de la disputa, y son objeto de controversia, burla, escepticismo, aprobación... Todas y cada una de las ideas, creencias u opiniones que cualquiera exprese públicamente quedan a merced de cualquier tipo de crítica, sátira o escarnio que los demás quieran hacerle, son banderas que se esgrimen y enarbolan para el enfrentamiento, la lucha y la disputa. Afrontan el descrédito y se arriesgan a lo único que hay peor que el descrédito, la ciega credulidad. En el colmo de los colmos, resulta, además, que hay opiniones para todos los gustos.

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