Tras la viruela del simio vendrán más pestes: paperas del erizo, sarampión del sapo, escarlatina del camello... Se frotan las manos Úrsula y los laboratorios.
Si la cárcel es el espacio dentro del que uno permanece recluido privado de libertad a lo largo tiempo, yo soy el presidiario y soy, a la vez, el carcelero.
El culto a la personalidad es característico de nuestra sociedad capitalista e individualista, que diviniza a al hombre que se ha hecho a sí mismo y realizado.
Lograr los laureles del éxito y la victoria no deja de ser un fracaso cuando debajo de la máscara personal late un corazón amordazado que aspira a la libertad.
En los versos de Luzán “de la pálida muerte / el bárbaro cuchillo” se dejan intercambiar fácilmente los adjetivos: “de la bárbara muerte / el pálido cuchillo”.
Luzán evoca, con guiño a Horacio, la pálida Muerte que llama de una patada con el mismo pie a las puertas de los palacios reales y a las chabolas de los pobres.
Bárbaro el cuchillo porque sólo sabe clavarse en la carne y dar rienda suelta a la sangre con un farfullar de barbaridad y barbarie en su lenguaje sin palabras.
La farmacopea capitalista nos convierte en drogadictos que precisan fármacos para todo: tranquilizantes, excitantes, antidepresivos, somníferos, afrodisíacos...
Igual que hay comida basura también hay poesía basura, fast poetry, poesía light, de compromiso, de usar y tirar, de quita y pon, “prêt à porter” y de ocasión.
La anestesia del capitalismo narcótico sumerge a sus pacientes en un sueño inducido a fin de liberarlos de todo lo que les impide funcionar, o sea trabajar.
Un chef rebautiza la ensaladilla, ya no es rusa sino ucraniana; al aceite de colza lo renombran ahora de nabina: idéntico perro con otro collar y denominación.
En Alicia en el País de las Maravillas una benévola Morsa invita a unas ostras a un banquete del que serán comensales y pitanza: el plato principal del festín.
Ucraniofilia y rusofobia son dos caras complementarias de la misma moneda, un delirio de histeria colectiva aguda muy similar a la paranoia del virus coronado.
Una campaña del Ministerio de Interioridades nos espetaba antaño: “Identifícate”, tuteándonos, ya ni siquiera tratándonos de usted con el respeto que se debe.
Nos marearon con la guerra al belcebú viral, y ahora nos sermonean con el espíritu sacrificial contra el lucifer ruso. Dos eventos diversos y una única visión.
MVTAVR NE VARIEVR : Cambia para no variar. Se produce la mudanza para no cambiar, un cambio de gobierno para que siga habiendo dominio, gobernantes, gobernados.
Según Ambrose Bierce, el conservador es el político enamorado de males existentes, diferente del político liberal, que desea reemplazarlos por males novedosos.
Es en el afán de novedad donde está inscrita la docilidad, algo a lo que nos han acostumbrado desde la cuna con las modas, el marketing y la publicidad, y más recientemente con la aceleración del consumo de información, deportes, aventura e imágenes que compensen o complementen los trabajos absurdos o de miseria, así como una actividad social que no tiene más sentido que la exhibición emulando a los modelos publicitados y repitiendo las tonterías de los figurantes mediáticos.
ResponderEliminarPorque de sobra sabe cualquiera que se nos hurta la vida, precisamente porque cada uno emula y se afana por conseguir lo que nos venden y muestran en la feria vanidosa de las múltiples identidades, que permiten estratificar la obediencia y seguir con devoción a quien nos rige y manda, haciéndonos sentir vivos simplemente porque con la muerte, a la que somos conducidos, nos amenaza; paradojas de la novedosa existencia libre al fin de preocupaciones dialécticas.
Ambrose Bierce es un escritor de primera, un genio.
ResponderEliminarY la gente viendo televisión, pudiendo leer a ese hombre
ResponderEliminarMis poemillas serían muy del gusto de Ambrose, salvando las distancias a su favor, claro está.
ResponderEliminarEl anónimo anterior soy yo, no controlo nada dordenadores
ResponderEliminarRespecto a lo que escribe sobre la poesía, pues o no has leído a Quevedo o no sé cómo uno puede llamarse a sí poeta si lo has leído. Y ahí está Elvira Sastre y compañía...
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