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sábado, 5 de febrero de 2022

Series en serie

    El término 'serie', documentado en nuestra lengua hace algo más de quinientos años, procede del latín 'series' con el significado de sucesión ininterrumpida, encadenamiento, y se define como “conjunto de cosas que se suceden unas a otras y que están relacionadas entre sí”. Está emparentado con el verbo latino 'serere' que significa 'entretejer, encadenar, unir en fila', cuya raíz resuena en castellano en numerosas palabras como aserto, disertar, desertar, insertar, ensartar, injertar...

    En cuanto a sus usos, se utiliza la expresión en serie para referirse a un método de producción que fabrica objetos idénticos mediante medios mecánicos. También empleamos la expresión contraria fuera de serie para referirnos a una fabricación esmerada y excepcional que la distingue de los productos fabricados en cadena.

    La palabra está de actualidad porque se habla, por ejemplo, de asesinos en serie (serial killers en la lengua del Imperio), o de series de olas, que dicen los surfistas, para referirse a las que ellos surfean, pero también a las olas de la pandemia. En España, en efecto, ya se ha contabilizado, según los expertos, una serie de seis olas en los dos últimos años, por lo que ahora estamos remontando, dicen, la sexta 'ola' de la serie. En Francia, sin embargo, van por la quinta... 

    Muchísimo antes del confinamiento, ya eran populares los seriales, término derivado de serie que según la docta Academia era una 'obra radiofónica o televisiva que se difunde en emisiones sucesivas'. En los años setenta se hizo famoso en España el serial radiofónico Simplemente María que tanto hizo llorar a tantas amas de casa. Ahora, caído en desuso ese término de 'serial', se habla simplemente de series audiovisuales como pasto de entretenimiento de las masas de individuos. A raíz precisamente del confinamiento se ha visto incrementada su popularidad que la crisis sanitaria ha venido a dar un largo impulso, parejo al desarrollo de la industria tecnológica a través de la Red. No sólo se ha fomentado el trabajo on line, sino también el ocio en las largas tardes y noches del encierro. 

 

    Que las series o seriales televisivos son subproductos de pésimo gusto, insuperable mediocridad, y política- e ideológicamente sesgados es algo innegable que no merece la pena que discutamos mucho. Cualquiera que se haya enganchado a alguno de estos seriales puede corroborar que vienen a ser algo así como los libros de caballerías que enloquecieron a Don Quijote sorbiéndole los sesos.

    Más interesante resulta constatar que forman parte de una estrategia de los medios de formación y entretenimiento de masas de robarle a la gente su tiempo, ofreciéndole un sucedáneo de la actualidad y, de alguna forma, un analgésico, aprovechando precisamente que la gente debía confinarse en casa bajo arresto domiciliario para 'salvar vidas'. ¿Qué va a hacer uno, cuando no es un trabajador esencial, para matar las largas horas durante un confinamiento? Pues engancharse a una serie elegida por él dentro de un repertorio más o menos amplio de plataformas de streaming como Netflix, Disney+, HBO Max, Movistar+ Lite, Prime Video, Filmin y SKY, que ofrecen un amplio catálogo de varios tipos de contenidos previo pago.


     Son muchas las horas, las temporadas, de estos seriales que pretenden engancharnos con argumentos grotescos y rocambolescos, con constantes proyecciones hacia el futuro y flashbacks o escenas retrospectivas, con la inevitable aparición de algún deus ex machina que resuelve al final los desaguisados de las tramas enrevesadas a que nos tienen acostumbrados, destinados a consumir nuestro tiempo de ocio, un tiempo que podría emplearse en otros quehaceres mucho más interesantes y creativos. La visión de series nos convierte en espectadores o receptores pasivos dentro de esta sociedad del espectáculo, en consumidores de subproductos culturales que no hacen otra cosa más que repetir los estereotipos consabidos.

    Nos roban nuestro tiempo so pretexto de entretenernos y de evadirnos de la realidad, acabando para ello con la regla de oro del arte cinematográfica que era la hora y media que debía durar una película, o una obra teatral, que quisiera captar nuestra atención: menos es quizá poco y más es mucho, demasiado.

    Hay quienes dicen que las series vienen a ser «un nuevo cine», la continuidad del cine por otros medios. De hecho no pocas películas se conciben ya como series televisivas no porque se hagan pensando en segundas y sucesivas partes, que nunca fueron buenas, sino en futuras secuelas y hasta precuelas. Se ha resucitado así en el cine el concepto de trilogía (y tetralogía, si añadimos el drama satírico), tomado de los festivales teatrales griegos en Atenas, cuya representación en serie conllevaba tres tragedias y el drama satírico. Conservamos, por ejemplo, íntegra la Orestíada de Ésquilo, compuesta por Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides, faltándonos el drama satírico, Proteo, que cerraba la trilogía y no se ha conservado. El público asistía an Atenas a una larga tarde de teatro, un atracón de tragedias, una catarsis que podía durar hasta siete horas. El argumento, tomado generalmente de la mitología, era conocido por el público, pero el espectáculo era algo pocas veces visto, parecido a una ópera moderna de música, poesía y baile que se representaba 'en vivo y en directo' ante un público numeroso, como nuestro teatro o nuestro cine. Las series, sin embargo, de las que estamos hablando se representan en privado, en la intimidad o soledad del hogar. No necesitamos asistir al teatro, sino que este entra en nuestro hogar a través del televisor o el ordenador.


     Convendría preguntarse si valió la pena tragarse no sé cuántas horas de pantalla, temporadas y episodios, para asistir a la adulteración gradual de un relato, un personaje, un argumento que pretende sorprendernos a cualquier costa con increíbles retorcimientos y trucos baratos de abracadabra. Démonos cuenta de que los mecanismos utilizados para capturar nuestra atención usados por las plataformas de streaming tienen más elementos en común con Silicon Valley y las redes sociales que con Hollywood y el cine clásico. ¿Qué opinar de un género cuya modalidad de consumo prototípica es el binge-watching, expresión que se traduce, literalmente, por “atracón visual o maratón de series”, en la que el espectador se traga todos los episodios de una sentada, fenómeno fomentado por algunas de estas plataformas, ya que cuando acabas de ver un capítulo, si no pulsas el botón que detenga inmediatamente la emisión, comienza el siguiente enganchándote en pocos segundos? ¿Qué vamos a decir aquí de un género que tiene “fans” antes que “espectadores”, o, peor aún, “serieadictos”, otro neologismo más que elocuente que anda circulando por Internet? 

 


     Desengañémonos: Las series son un dispositivo diseñado para tenernos el mayor tiempo posible enganchados frente a la pantalla que, de paso, nos cuentan una historia cuyo argumento no enriquece en absoluto al espectador, ni lo incomoda cuestionando su forma de vida y el rumbo del sistema que lo fomenta, y son un producto de entretenimiento, artísticamente pobre y maniqueo que no merece mucho la pena siquiera que sigamos hablando de ello, la verdad.