La llegada de Barack Obama (2009-2017) a la Casa Blanca supuso, para algunos, un hito sin precedentes en la historia de los United States y de la Humanidad, que es la historia de la dominación del hombre por el hombre. Algunos creyeron que eso era un considerable progreso en el camino hacia la libertad. Era, en efecto, un progreso, un paso ('-greso') hacia delante ('pro-') sí, pero en el sentido, contrario, en el afianzamiento del dominio del Estado y el Mercado sobre la gente. Me explicaré.
Podía haber llegado Hillary antes que él, y habría sido otro hito: una mujer, por primera vez, en la Casa Blanca no como primera dama, sino como presidenta... Pero los americanos prefirieron darle el cheque en blanco de su voto a un hombre, aunque de raza negra, que a una mujer aunque de raza blanca. Quizá dentro de una legislatura llegue una mujer negra a la Casa Blanca por primera vez en la historia. Y ¿qué? No significaría más que otro paso adelante, otro progreso en la misma senda del dominio del hombre por el hombre.
El único cambio posible y deseable sería que ningún inquilino ocupara la Casa Blanca y que se convirtiera, por ejemplo, en una mansión desocupada y abandonada o en un museo de los horrores donde los visitantes pudieran comprender lo que significaba el bipartidismo y la alternancia de los presidentes en el Poder en una época en que los hombres creían que porque un hombre negro pudiera llegar a ser presidente de su país eran más libres, y no se daban cuenta de que quien gobernaba auténticamente no era el presidente sino la economía, ni siquiera la política, siempre subordinada al dinero, es decir, la ley de la jungla del mercado capitalista, y que los presidentes y las presidentas, demócratas y republicanos, de izquierdas o de derechas, no eran más que meros títeres del Capital, de ese dios en quien dicen creer los norteamericanos, cuya epifanía es el dólar, el dios en el que depositan su fe.
Demócratas y republicanos se alternan en Estados Unidos, igual que liberales y conservadores en el Reino Unido, o socialistas y populares en el reino de España. Izquierdas y derechas son las dos manos financiadas por el Capital, que es ambidiestro, así que su función es perpetuarse hasta el infinito alternándose y sucediéndose impunemente en el Poder.
Obama fue elegido presidente por la gracia de ese Dios que es ahora el pueblo a través del sufragio universal. Su nombre sonaba a góspel, a espiritual negro, a aleluya. Decían las ingenuas y cándidas almas que hiciera lo que hiciese Obama ya había hecho bastante porque el solo hecho de su elección había cambiado el mundo y abierto una puerta a la esperanza de todos los oprimidos del planeta, como si se hubiera cumplido el sueño aquel que había tenido Martin Luther King de que la humanidad se libraba al fin de sus cadenas seculares.
La victoria de Obama no fue la victoria del pueblo llano, sino la del Estado que se impone y oprime a los de abajo, a los que precisamente lo elevaron a los altares. Fue la victoria del omnipotente Capital que había optado por apoyar a un hombre negro para granjearse la simpatía de la mayoría democrática de la población.
Obama suena a “Hosanna
en el Cielo; / bendito el que viene en nombre del Señor”. Ya sabemos quién es ese Señor que se cree todopoderoso. Algunos vieron en este hombre que se instaló en la Casa Blanca un
nuevo Mesías que redimiría a los United States, y en el colmo de los colmos le otorgaron el Premio Nobel de la Paz, a él, que gobernó dos mandatos enteros sin cerrar nunca las puertas del templo de Jano. Necesitaban
agarrarse al clavo ardiendo de la esperanza en el cambio: al final llegó el desencanto del desengaño. Fueron necesarias dos legislaturas para comprobar que no había cambiado nada sustancial. ¿Qué pintaba un negro en la Casa Blanca? Nada que no fuera lo mismo que un blanco.