Me entero de que una Organización No Gubernamental llamada “Cooperación Internacional” (Living for others, en la lengua del Imperio) ha lanzado una campaña con etiqueta de almohadilla tuitera denominada #TocarSinContacto para acercarse a las personas que lo necesitan “aunque no pueda ser físicamente por la pandemia del Covid-19”. Y como no pueden arrimarse físicamente, según dicen, van a intentarlo, digo yo, metafísicamente... Animan principalmente a los jóvenes a sumarse como buenos samaritanos a su campaña de voluntariado pandémico... dentro siempre, claro está, del marco normativo de la Nueva Normalidad.
Según uno entra en su página güeb, se encuentra con un lema que pone: "El futuro va a ser mejor. Lo estamos cambiando." Se supone que mejor que el presente: la zanahoria delante de las orejeras del borrico. A continuación hay una pestaña en la que se lee QUIERO CAMBIAR EL MUNDO. Si uno clica allí, resulta que hay tres procedimientos para lograr el portento: -Con una donación (económica, por supuesto); -Haciendo voluntariado samaritano; y -Desde mi empresa (?) a través de colaboraciones institucionales de entidades tanto públicas como privadas, es decir, volvemos al punto primero: dinero para cambiar el mundo... Resulta de una ingenuidad que roza el candor más absoluto y la candidez más bobalicona pensar que se puede cambiar el mundo de alguna de esas dos maneras. Al fin se reducen a dos: dar pasta a una oenegé o trabajar gratis para ella.
Sobre estas oenegés hay que decir que aunque no sean creaciones propiamente dichas de los gobiernos y de los poderosos señores de este mundo, como indica su definición de “no-gubernamentales”, sí que suelen ser pro-gubernamentales y suelen estar subvencionadas económicamente y fomentadas por los gobiernos y por el mecenazgo de algunos milmillonarios filántropos, mandatarios a los que de hecho les hacen el juego y la cama.
"Para tocar un corazón no hace falta contacto físico", reza uno de sus lemas, y para ser voluntario o gestor de una ONG tampoco hace falta mucho, la verdad sea dicha, basta con albergar buenas intenciones y sentimientos. Y para "mirar con cercanía a los demás" ya están los reality shows de la televisión y las redes sociales.
Estamos ante una paradoja: ¿cómo podemos contactar con una persona sin tocarla, sin darle un apretón de manos, sin abrazarla, sin darle un beso, sin acariciarla, sin sentir su calor humano? Imposible: si no hay tacto no hay contacto real.
Podrá haber contacto virtual. De hecho el término "contacto virtual" ha tenido éxito en el mundo de las telecomunicaciones y de las redes sociales donde se cuentan por cientos y miles los followers o seguidores fantasmagóricos que tiene uno.
La expresión coloquial de “darle un toque a alguien” con el sentido de ponerle a prueba o de sondearle respecto a algún asunto ha quedado ya obsoleta y es desde hace algún tiempo sinónima de llamarle por teléfono... como si viniera preparándose la sustitución del contacto carnal, que se juzga peligroso, contagioso, al estar supuestamente todos apestados, por el virtual.
Ese es el mensaje subliminal que hay detrás de esta campaña: todos estamos apestados, por lo que es menester que guardemos la distancia física, pero no la social, nos recuerdan los vendedores de teléfonos inalámbricos, tabletas, ordenadores personales y demás cachivaches, porque podemos comunicarnos con los demás a través de medios tecnológicos asépticos y seguros y tejer nuestras propias redes sociales...
Leo en una de esas redes en las que incurro yo rara pero alguna vez, a la fuerza ahorcan, que en el colegio de la nieta de una mujer de mediana edad ha habido un pequeño que ha resultado positivo en la prueba esa de la peceerre, por lo que cuatro clases de párvulos de cinco años permanecen encerrados a cal y canto en sus casas durante diez días, custodiados por sus madres, que los mantienen aislados sin que se les arrime nadie para preservar su pureza infantil angelical...
La abuela se queja de que su hija, una de esas ahora abnegadas madres de familia, no la deja coger a la nieta en brazos, abrazarla y darle unos besazos y achuchones cada vez que la ve, pese a que se pone la pañoleta que lleva al cuello a guisa de mascarilla cubriendo boca y nariz, para evitar las broncas y la riña de su hija...
Desde luego, la burbuja familiar, reducida a su mínima expresión histórica, la sagrada familia, es la ONG ideal perfecta para el gobierno, funcionando como el perfecto trampolín de las políticas del Ministerio de Sanidad y de la perniciosa Organización Mundial de la Salud.
¿Qué será de estos niños, me pregunto yo, sometidos a la tortura de las disposiciones irracionales del Estado terapéutico y profiláctico encerrados entre cuatro paredes, sin contacto con el mundo exterior y con los otros? ¿Se rebelarán contra el sistema o serán, más bien, la generación más domesticada, dócil y esclava que ha pisado la faz de la tierra desde que el mundo es mundo?