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viernes, 6 de octubre de 2023

Coup d'État y Health dictatorship

    Hace años Mercedes Milá decía en un programa de televisión de Sánchez Dragó a propósito de las medidas que se pretendían implantar contra una amenaza futura de gripe, cosas como esta, que tras el coup d'état -digámoslo en francés, para que no suene muy fuerte- que se llamó “la pandemia”, no han vuelto a escucharse en la tele ni a decirse. 
 
 
   -¡Que no se preocupe la gente de la gripe A, de verdad! ¡Que no se preocupe la gente! Se puede hacer la misma vida que se hacía, y más en nuestro país. Es que, vamos a ver, o sea: ¿Cómo puede ser esto de que resulte que le vayan a convencer a nadie de que hay que vacunar a toda la población cuando realmente lo que hay que hacer en la vida es no vacunarse de nada -esto aparte-, vacunar a la población, estar preparados con mascarillas, no dar besos, estornudar y hacer así (se tapa la boca con el codo). Pero, vamos a ver ¿esto qué es? ¿Una gran comedia? ¡Esto es la coña marinera! Alguien tendrá que dar la cara, digo yo, ¿no?. Alguien tendrá que dar la cara para explicar que nos han metido en una gran trampa”.
 
    Se quedaba corta Mercedes Milá cuando citaba la vacunación universal, la mascarilla, la prohibición de los besos (y abrazos) y el tapado de boca con el codo al toser o estornudar como los hitos de la gran comedia... Le faltó añadir algo que ni siquiera el Dictador había soñado poder hacer en las Españas: el arresto domiciliario de la población, llamado confinamiento, la exigencia de un certificado de buena salud que se obtenía automáticamente tras la sumisión gratuita a la inoculación experimental y dosificada o tras hacerse una prueba negativa que costaba dinero y fallaba más que una escopeta de feria -porque había que demostrar que uno no estaba enfermo, por aquello de in dubio contra reum: uno es culpable mientras no se demuestre su inocencia- para poder viajar y entrar en bares y restaurantes, declarar el toque de queda (que se llamó para disimular “restricción de movilidad nocturna”), y en caso de enfermar había que permanecer en el hogar-dulce-hogar, no fueran a colapsarse los hospitales, que estaban semivacíos y no estaban para albergar a todos los enfermos potenciales que había, que era toda al fin la población. 
 
    No es ninguna boutade pretendidamente graciosa que quiere impresionar al lector decir que hemos vivido una health dictatorship -digámoslo en la lengua del Imperio, para que se disimule un poco su crudeza, porque algunos no quieren mentar a la bicha de la dictadura en este país no solo democrático ya, sino progresista. 
  


 
    Desde que en el mes de marzo del 2020 fue declarada la pandemia coronaviral universal por la OMS subvencionada por el capital privado y estatal -aunque más al parecer por el primero que por el segundo, pero para el caso es lo mismo-, los denominados “negacionistas de la pandemia” intentaron denunciar el engaño organizado por los políticos, medios de comunicación y organizaciones sanitarias del mundo -léase acaso en orden inverso- movidos todos por el poderoso caballero don Dinero. 
 
    A los “negacionistas de la pandemia”, es decir, a aquellos que negaban su verdad, pero no podían negar su impostada realidad, se les aplicó una nueva etiqueta: la de “teóricos de la conspiración”, una denominación que trata de presentar el hecho de la conspiración como una teoría de unos chalados que ven lo que no hay, no como algo que hacía falta estar ciego para no ver, o peor que eso, para no querer verlo, porque ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver. 
 
    Pero no solo hay que denunciar que los principales accionistas de la industria farmacéutica y de los medios de comunicación sean unos nombres propios como por ejemplo las mayores gestoras de activos del mundo Vanguard, Blackrock y State Street, sino que lo que está detrás de ellas y de otros tantos fondos buitre es el Dinero, que es también el principal accionista de nuestras democracias.
 
 
 
    Por eso los medios de comunicación no fueron los únicos que defendieron con uñas y dientes los intereses de las farmacéuticas y no volvieron a decirse ni a escucharse cosas como aquellas que decían Mercedes Milá e Iñaki Gabilondo, sobre el que escribíamos en El periodismo como sostén de la realidad. También lo hicieron los gobernantes y políticos de prácticamente la totalidad de los países del mundo, sin ni siquiera importar a qué facciones políticas pertenecían. Por vez primera en la historia de la humanidad, quizá, políticos de derechas e izquierdas, liberales y conservadores, estaban sorprendentemente de acuerdo en todo, servidores del Régimen democrático que le impone el Dinero al Estado, para a su vez imponérselo a la gente.