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domingo, 5 de junio de 2022

Vincent en la prisión de Newgate

    No consta en ninguna biografía del pintor que haya estado nunca en la cárcel, aunque sí que durante el mes de enero de 1890 ingresó, al parecer voluntariamente, en el manicomio de Saint-Rémy-de-Provence, en el sur de Francia, donde Vincent Van Gogh (1853-1890), como no podía dejar de pintar nunca, copió un grabado del libro “Londres: Una peregrinación”, una especie de guía turística londinense de la sombría época victoriana de las novelas de Charles Dickens, escrita por Blanchard Jerrold e ilustrada con estampas de Gustave Doré. Uno de los 180 grabados en blanco y negro de Doré llamó particularmente la atención de Vincent y lo reprodujo con su peculiar paleta de colores. 

Prisión de Newgate
 
     El grabado de Doré lleva por título: “Newgate: el patio de ejercicio”. Representa a un grupo numerosos de presidiarios que describen un círculo en el patio de la prisión durante la salida de las celdas a fin de tomar el aire y ejercitar las piernas. Su paso lento, cansino, repetitivo, marca un eterno retorno que gira sobre sí mismo frente a la indiferencia de los carceleros vigilantes que están a la derecha.

     En la esquina de la calle New Gate, nombre de una de las puertas de la muralla romana, con la de Old Bailey, en la city londinense, se alzaba esta prisión, cuyo patio de recreo Van Gogh recrea con sus pinceles porque de alguna forma se ha identificado con la metáfora carcelaria de privación de libertad. 

Vista del lado oeste de la prisión de Newgate
 

    En la novela de Daniel Defoe Fortunas e infortunios de la famosa Moll Flanders, Moll, una convicta de Newgate, describe así la cárcel: Es imposible describir el terror de mi alma, cuando me trajeron por primera vez, y cuando vi a mi alrededor todos los horrores de aquel lúgubre lugar: Me consideraba perdida, y que no tenía otra cosa en que pensar que en salir del mundo, y eso con la mayor infamia; el ruido infernal, los gritos, los juramentos y el clamor, el hedor y la asquerosidad, y toda la horrible multitud de cosas espantosas que vi allí, se unieron para hacer que el lugar pareciera un emblema del propio infierno, y una especie de entrada en él.

Newgate: el patio de ejercicio, Gustave Doré (1872)
 

    ¿Por qué llamó la atención de Vincent este grabado? Porque se sentía, sin duda, como esos reclusos, prisionero de sí mismo, si es que se había internado voluntariamente en el sanatorio psiquiátrico, y prisionero del mundo, en definitiva, dando vueltas incansables en círculos como los presos de la estampa de Doré. 

    Quizá al pintar el óleo, pensaba ya en cómo salir de esa cárcel, en su suicidio, que cometería en julio de ese mismo año. Se trata de un cuadro claustrofóbico, ambientado como está en un espacio cerrado, sofocante; no sólo no hay ningún horizonte sino que los altísimos muros de la prisión, parecen elevarse al infinito. No hay ningún cielo, por lo que es un reflejo fidedigno del propio encierro voluntario y del sentido de reclusión de los últimos días de la atormentada vida del artista.

    De esta tela, de este círculo de dolor que representa una condena sin fin, la mirada del prisionero que está en primer plano busca nuestros ojos. De hecho, el preso que no lleva gorra y tiene cabellos rubios -"el loco del pelo rojo", como se tituló en España la película Lust for Life (1956) de Vincente Minnelli en la que Kirk Douglas encarnaba a Van Gogh- que mira al espectador del cuadro recuerda bastante al pintor, por lo que algunos críticos opinan que es un autorretrato, o al menos una descripción de cuál era el espíritu de su estado de ánimo cuando pintó el cuadro. 

La ronda de los presos, Vincent Van Gogh (1890)
 

    Vincent se sentía realmente deprimido en estos días, y no veía escapatoria. Aunque nunca estuvo en la prisión de Newgate que retrata, la cárcel le sirve como metáfora para expresar su situación actual, recluido en un manicomio, y su anhelo de vida y libertad. Las paredes de esta prisión son altísimas y ocupan la totalidad del lienzo. Los presos están en la mitad inferior. La claustrofobia es amplificada además por esa forma poligonal de los muros que no dejan lugar a un soplo de aire ni rastros de vida natural, salvo, apenas, si nos fijamos un poco tanto en el grabado original como en la tela de Van Gogh, un par de mariposas blancas sobrevolando en lo alto, en la mitad superior del óleo, que tiene unos colores menos sombríos,  hacia un cielo que se adivina pero que a nosotros no nos es dado contemplar.