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jueves, 4 de junio de 2020

Taller de métrica (III): Circular de Lucio Sergio Catilina

Practicamos ahora la adaptación castellana del trímetro yámbico griego, senario yámbico latino, siguiendo la estela de Agustín García Calvo, que lo ensayó en traducciones suyas de los clásicos y en algunas producciones propias como el Sermón de ser y no ser (Edit. Visor 1972) o más recientemente en Bebela (edit. Lucina, 1987) y en Sermón de dejar de ser, publicado póstumamente (edit. Lucina, 2015). 

Se trata de un verso de ritmo yámbico, que comienza con un tiempo no marcado (-) seguido de otro marcado (+), como el tictác del reloj. Consta de tres metros, es decir, de seis pies. Entre los antiguos era el verso llano por excelencia porque imita el flujo del habla corriente, con una regulación aparentemente vaga, que oscila entre las doce sílabas (trece en el cómputo castellano, porque la última es aguda y cuenta como una más) y las 17 (18 en castellano). ¿A qué se deben estas variaciones en el cómputo silábico? ¿Por qué no tiene un número fijo de sílabas? ¿Se trata acaso de un verso libre? No, desde luego no es un verso libre, y oscila entre las 13 y las 18 sílabas porque los cinco primeros pies pueden presentar dos o tres sílabas mientras que el sexto se presenta siempre puro en dos sílabas. 

Su esquema sencillo sería: - + - +  - + - +  - + - + (-) 

He aquí mi Circular de Lucio Sergio Catilina:

 Detalle del fresco Cicerón acusando a Catilina, Cesare Maccari (1880)

 «Ceterum mihi in dies magis animus adcenditur, quom considero quae condicio uitae futura sit, nisi nosmet ipsi uindicamus in libertatem» (Discurso de Catilina, Salustio).

Del compañero Lucio Sergio Catilina:
 ¡salud a todos los conjurados! Camaradas, 
nos hablan de África y su pobreza proverbial
 para que creamos que nosotros mismos,  pobres
 de nosotros, somos ricos y privilegiados.
 Nos hablan de los campos de concentración
 del siglo XX, el más brutal de la historia humana,
 de los grillos de la esclavitud que aún pervive
 anacrónica y de las cárceles y de los presos
 para que al vernos reflejados en su espejo
 que nos hechiza liberándonos, supongamos
 que somos libres. Retransmiten por las ondas
 de los aires crónicas de las guerras más remotas,
 imágenes fidedignas y testimoniales
 envueltas en papel de estraza de palabras,
 que nos distraen y adormecen y amedrentan,
 para que creamos que esto es paz y no la guerra.
 Y nos informan del horror de las dictaduras,
 inoculándonos el tábano del miedo, 
para que creamos que esto es una democracia. 
Y nos asustan con el caos y anarquía, 
para que pensemos que el Estado y el sistema 
económico vigente de dominación 
que padecemos son la organización 
social perfecta, necesaria a más de buena. 
Y además nos amenazan con la muerte propia
 desde que hacemos uso de razón y lengua, 
corroborando así, de hecho, su amenaza, 
para que aceptemos que tenemos que morir 
a la fuerza, y dicen que la existencia nuestra y puesta
 en escena es una forma, de verdad, de vida. 
No hay, sin embargo, más miseria que la supuesta 
riqueza de este pobre mundo y su dinero, 
de millares de automóviles yendo de prisa 
a ninguna parte por la autopista a la carrera, 
de aparatos de televisión reproduciendo
 la mentira de la realidad: no hay más esclavos
 que nosotros mismos, ni más guerras que esta falsa,
 fementida paz, ni hay otra dictadura más
 espeluznante y horripilante y sanguinaria 
que esta supuesta democracia ni más caos 
que el orden que hay establecido, y no hay más muerte, 
-hacedme  caso, camaradas, a los dioses
 y a las diosas  inmortales pongo por testigos- 
que nuestra vida mortecina y cotidiana.