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lunes, 10 de febrero de 2025

De lo que dijo un jerarca nazi

    Según han difundido en varios idiomas las redes sociales de pescar incautos (y de pesca de arrastre, según la viñeta de El Roto), al jerarca  nazi Hermann Göring se le preguntó en el tribunal de Nüremberg: “¿Cómo lograsteis que el pueblo alemán aceptara todo esto?”, a lo que habría respondido: “Si puedes imaginar una forma de asustar a la gente, puedes obligarla a hacer lo que quieras”, lo cual, según los verificadores que tanto pululan de dichos y hechos, por ejemplo los de la Agencia France Presse, es rotundamente falso. La AFP recibió, por cierto, cuatrocientosmil dólares de la USAID, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Estos verificadores o fact-checkers, como entre nosotros Maldita.es ('periodismo para que no te la cuelen') o Newtral.es ('periodismo, fact-checking, tecnología y datos'),  son los nuevos tribunales de la inquisición que deciden lo que es verdadero y lo que falso. Lo haya dicho o no lo haya dicho tal cual un jerarca nazi, no deja sin embargo de ser verdad o, por lo menos, no muy falso. Veámoslo.


    Efectivamente, parece que nunca dijo eso en el proceso de Nüremberg. Sin embargo, el dicho no está muy lejos de lo que pensaba (y no carece de sentido, como se demostró durante la pandemia obligando a la gente a encerrarse y amordazarse asustándolas con un virus que no era tan fiero, ni mucho menos, como nos lo pintaban). Hay problemas con la traducción de sus palabras. Efectivamente, si nos ponemos puntillosos, no es lo mismo exactamente esclavizar a las personas que obligarlas a hacer lo que quieran los mandamases, pero tampoco está muy lejos lo uno de lo otro.
 
    En la conversación que sostuvo el psicólogo penitenciario estadounidense Gustave Gilbert, que tenía libre acceso a todos los presos recluidos en la prisión de Nüremberg, y que recoge en su libro "The Nuremberg Journal" (El diario de Nuremberg) publicado en 1947, y que contiene entrevistas con todos los acusados, así como resúmenes de los juicios, Hermann Göring, el jerarca nazi, afirmó literalmente: Naturalmente, la gente común no quiere guerra, ni en Rusia, ni en Inglaterra, ni en América, ni en Alemania. Eso es comprensible. Pero, al fin y al cabo, son los dirigentes del país los que determinan la política y siempre es sencillo arrastrar al pueblo, ya sea en una democracia, en una dictadura fascista, en un sistema parlamentario o en una dictadura comunista
 
 
    Cuando se le replica que el pueblo tiene capacidad de decisión en el régimen democrático, Göring argumenta: “La gente siempre puede ser llevada a defender a sus líderes. Eso es fácil. Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por exponer al país al peligro. Funciona igual en cualquier país
 
    Sus declaraciones en la entrevista con Gilbert guardan algunos paralelismos con el párrafo difundido en redes. Es verdad que se refiere en concreto al apoyo de la gente a la guerra, no a la posibilidad de obligarla a hacer lo que se quiera en general. Pero es curioso que Göring reconoce que la gente normal, común y corriente, no quiere la guerra en ningún país, es decir, que la guerra es algo que la gente no quiere, y, sin embargo, es posible arrastrarla a ella, basta con engañarla, como en efecto sucedió, por ejemplo con la existencia de armas enemigas de destrucción masiva en Iraq durante la Guerra del Golfo, y sucede de ordinario, en cualquier régimen político, incluido el democrático. 
 
 
    El jerarca nazi se suicidó el 15 de octubre de 1946, horas antes de su ejecución, ingiriendo cianuro de potasio.

viernes, 5 de febrero de 2021

¿Bulo o premonición?

Las agencias de verificación de hechos (fact checkers en la lengua del Imperio) que tanto pululan en estos tiempos son, no me cabe la menor duda de ello, los modernos inquisidores, émulos de Torquemada, que dictaminan desde sus púlpitos mediáticos lo que es verdad y lo que no, la veracidad y la falsedad de las cosas, con lo que acaban falsificando no la realidad, que ya es falsa de por sí, sino la verdad. 

De ellos no se puede esperar que reconozcan honestamente lo que salta a la vista de cualquiera que mire las cosas sin prejuicios ni anteojeras: que la realidad no es verdad. En lugar de eso se dedican a denunciar los bulos, las mentirijillas que, ellas también, sirven para sostener la falsedad de todo el edificio. En lugar de hacer una enmienda a la totalidad, se dedican a parchear denunciando los embustes y supercherías, como veremos a continuación.

Analicemos a tal fin el caso de Walter Molino (1917-1997), un artista gráfico italiano que se ha hecho famoso a título póstumo porque a alguien, a la vista de uno de sus dibujos publicado en la contraportada de la Domenica del Corriere del 16 de diciembre de 1962, se le ocurrió publicar en las redes sociales, que es donde rastrean las noticias los verificadores, que el autor había vislumbrado hace sesenta años lo que iba a suceder en 2022, o sea, el año que viene. 

No les faltó tiempo a los chequeadores para saltar enseguida como víboras y denunciar el supuesto bulo: "Verificadores de datos independientes indicaron que esta información no tiene una base justificada". No analizaron que el hecho de que la imagen se hubiera convertido en viral enseguida era porque estaba bien traída, porque, sin querer ni pretenderlo, denunciaba lo que ya estábamos viviendo nosotros, como a su modo hizo en lo literario Orwell, a raíz de la declaración de la pandemia universal por obra de la Organización Mundial de la Salud, y de la implantación de medidas por casi todos los gobiernos del mundo de distanciamiento social y de aislamiento para evitar el recíproco contagio.


Los detectores de bulos dictaminan que Walter Molino no habló nunca del año 2022, y es cierto. Simplemente propuso una solución al problema de los atascos de tráfico y de los aparcamientos que había en las grandes ciudades: un vehículo individual en lugar de los voluminosos coches que conocemos que como dice Agustín García Calvo "con su cuerpo parecido al caparazón de un caracol" multiplican "por veinte el volumen del individuo". El ilustrador nunca dijo que esto era lo que iba a pasar en el año 2022, sino que publicó esa ilustración como contrapunto de la portada, también obra suya, que reflejaba los problemas del tráfico rodado en una gran ciudad como Nueva York, y como propuesta de solución. Pero veamos, en primer lugar, la portada del semanario, cuyo texto dice así: "La pesadilla de los atascos. En una calle de Nueva York, ya congestionada por la fiebre navideña, al empleado de correos George A. Compton, inmovilizado con su automóvil en un embotellamiento, se le ha ido la olla tras una espera exasperante. Ha salido de su auto, quitado los zapatos, y se ha puesto a subirse al río inmóvil de autos, saltando ágilmente de coche en coche”.


En la contraportada publicó esta otra ilustración como solución a los problemas de tráfico de esa misma calle de la gran ciudad: un vehículo, que denominó “singoletta”, algo así como “singulita”, cuyo texto reza así: "¿Conduciremos así en ciudad? Así podría ser aligerado, si no resuelto del todo, el problema del tráfico en las ciudades; en lugar de los actuales voluminosos vehículos, minúsculos autos unipersonales que ocupan un espacio mínimo y que podrían llamarse “singulitas”. Walter Molino ha imaginado aquí el aspecto de la misma calle de la ilustración de la portada como si se hubiese adoptado a gran escala la nueva solución".


Era una especie de vehículo a medio camino entre el Smart, que en realidad es un tándem o dos plazas ideal para la pareja en la que se funda la institución del individuo, y el Segway, que es el triunfo ya del individuo personal, el dos ruedas eléctrico inventado por Dean Kamen en 2001. De hecho podemos reconocerle a Walter Molino algo: la invención de la singoletta,  que es sin ningún género de duda la abuela del Segway, el patinete eléctrico.

No se puede negar que Walter Molino tuvo una visión futurista. Y es que el futuro no es una cosa de ahora o del año 2022, sino que ha existido siempre. La única forma de aprehenderlo es trasformarlo en pasado porque el futuro llega siempre furtivamente como un ladrón que nos arrebata el presente, tan furtivamente que no nos damos cuenta. Y cuando queremos enterarnos de su llegada, ya es demasiado tarde. Es difícil de definir, de delimitar, de ponerle término o fin, porque no lo tiene: es infinito y por lo tanto inaprehensible. Sólo podemos identificarlo cuando lo convertimos en pasado, cuando lo historiografiamos como hacemos ahora retrospectivamente con la ilustración de Walter Molino, del que no se puede negar que se adelantó al moderno Segway Personal Transporter, proponiendo el encapsulamiento del conductor en una burbuja, a diferencia de este, donde el conductor va a la intemperie expuesto a las inclemencias atmosféricas como puede verse comparando su ilustración con esta fotografía tomada de la realidad: