El gran poeta satírico romano Décimo Junio Juvenal dejó escrita una sentencia que se ha vuelto proverbial y lapidaria en estos malos tiempos para la lírica y la épica que corren: Difficile est saturam non scribere, que no hace falta traducir al castellano porque a fin de cuentas nuestra lengua, pese a tantos anglicismos, sigue siendo latín degenerado. En efecto, estos tiempos, pésimos para la líríca y la épica, son idóneos para la sátira, que se convierte así en un instrumento capaz de llegar a las mentes obtusas de la inmensa mayoría de la gente que no quiere saber nada porque tienen muchas, demasiadas ideas imbuidas y opiniones personales, de las que no son capaces de desembarazarse a fin de poder razonar sin su rémora.
Dicen que España es tierra de sátira. Algunos buenos ejemplos encontramos, desde luego, por ejemplo en el cine magistral de Berlanga: una película como Bienvenido Mr. Marshall (1953) es una afilada crítica antiamericana en medio de una oprobiosa dictadura. Otras películas de Berlanga como Plácido (1961), sobre la campaña franquista de “siente un pobre a su mesa”. o El verdugo (1963), contra la pena de muerte, por no hablar ya de las más recientes: La escopeta nacional, Patrimonio nacional o Nacional III, que consituyen la Trilogía de la familia Leguineche, o la espléndida La vaquilla (1985), sobre nuestra guerra civil, o Todos a la cárcel (1993) y la última París-Tombuctú (1999), que revela que Berlanga quedó ácrata para siempre.
Durante la dictadura fue sin duda la revista satírica y humorística La codorniz, que se publicó desde 1941 hasta 1978, la representante de la sátira hispánica bajo unas condiciones de censura bastante grandes. Por ejemplo, esta portada sobre la transición/transacción democrática publicada en 1975:
En los últimos años del franquismo, apareció otra revista satírica Hermano Lobo, el "semanario de humor dentro de lo que cabe", que no era mucho, publicada entre 1972 y 1976, que destacó por las viñetas de algunos dibujantes como Summers:
El relevo de ambas lo tomó El Jueves, que publicó su primer número en 1977, y sigue en la actualidad en los quioscos. Ha tenido no pocos encontronazos con la censura, por ejemplo esta portada de 2007, que representa una caricatura del entonces príncipe Felipe y la princesa Letizia manteniendo relaciones sexuales para obtener los 2.500 euros que el Gobierno prometía por cada hijo. La revista fue secuestrada y condenados sus dos dibujantes en lo que no deja de ser uno de los atentados más sangrantes contra la libertad de expresión.
-¿Te das cuenta? Si te quedas preñada... ¡Esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!
El Jueves con Historias de la Puta Mili, la serie de cómic de Ivà, que se convirtió en película que nos metió en la retina al cruel y estúpido sargento chusquero Arensibia, digno representante de los ejércitos españoles, y tan alejado de la imagen actual del mílite profesional. O la Biblia contada a los pasotas, de José Luis Martín. Son buenos ejemplos de esa sátira española.
Los ejemplos de sátira anteriores se refieren al cambio de régimen, la crítica de la monarquía y de la religión. Entrados ya en el tercer milenio, la sátira debe buscar otros derroteros. He aquí algunos ejemplos que surgen a bote pronto: Afirmaciones sin sentido repetidas hasta la saciedad por los políticos y periodistas como que nos invaden los okupas o los alienígenas, que la distancia cada vez mayor entre ricos y pobres y el exceso de mortalidad entre gente joven y en buen estado de salud, la mayoría deportistas, se debe al cambio clímático, cosa que no se puede negar porque recae uno en la herejía de la iglesia de la Ciencia, que es la nueva religión y opio, por lo tanto, del pueblo, están en boca incluso de los más reputados periodistas, y a fuerza de repetirlas parece que adquieren verosimilitud.
La mera puesta en cuestión de la existencia del cambio climático, o del virus por falta de fe es un crimen equiparable al cuestionamiento de la existencia de Dios en la Edad Media, no digamos ya la negación, el mayor y más reprobable de todos los crímenes.
Otro de los dogmas de la religión de la ciencia es el de las vacunas: Todo el mundo sabe que las vacunas son buenas porque sí, se ha repetido hasta la saciedad en todos los idiomas para adoctrinar a los incrédulos que son safe and effective (seguras y efectivas), razón por la cual es imposible que sean malas. Y punto redondo. Si te mueres, será por la ola de calor extremadísimo. Las farmacéuticas se oponen a pagar indemnizaciones por los efectos secundarios adversos de sus vacunas alegando que los gobiernos sabían lo que compraban.
Algunos han estado a punto de palmarla -otros la palmaron y ya no están entre nosotros- tras la última dosis por la ola de calor extremo que nos invadía a causa del cambio climático durante la canícula.
La cajera de Mercadona, explotada como está por la empresa, cuando ve que algún cliente se lleva un producto sin pagar, en lugar de hacer la vista gorda y actuar como si no hubiera pasado nada, sale en su persecución gritando: ¡Al ladrón, al ladrón! Siendo así la propia trabajadora la que se constituye en parte activa de la empresa y de su propia explotación.
Se impone colaborar con las fuerzas y sistemas de seguridad que nos vigilan, pagar los impuestos abusivos “en beneficio de todos”, porque es lo progresista, mientras que lo fascista y propio de la extremadísima derecha es desobedecer al poder que establece tales normas, como vimos durante la pandemia, cuando fueron las izquierdas quienes hicieron causa común con los Estados y corporaciones farmacéuticas bajo el lema de “la salud ante todo”.