Conviene saber para entender un poco mejor el mundo en el que (sobre)vivimos que las Lupercales
(Lupercalia), una fiesta pagana y obscena de la antigua Roma que se celebraba el 15 de
febrero, fueron prohibidas y sustituidas progresivamente por la
conmemoración del martirio y la muerte de San Valentín, que habría acaecido el 14 de febrero del
año 270 de la era cristiana, y que hoy se conmemora.
Las Lupercales eran unas fiestas
que se celebraban a mediados de febrero en la antigua Roma en honor del dios
Fauno
Luperco. Fauno parece haber sido un
antiguo dios romano, que fue identificado enseguida con el griego Pan.
Se llegó a
creer que Fauno había sido un rey legendario del Lacio, un personaje
histórico anterior a la llegada de los
troyanos. En época clásica su nombre propio, de número exclusivamente
singular, se convierte en nombre común y adopta el plural. Se diría que
el
dios se multiplica, y de ser único pasa a ser varios, y aun muchos: los
faunos, unos genios silvestres y campesinos, compañeros de los pastores,
y equivalentes de
los sátiros griegos, con los que se identifican enseguida. Igual que
estos, su
naturaleza era híbrida: mitad hombre y mitad macho cabrío; tienen
cuernos y con
frecuencia pezuñas de cabra.
Lupercalia de Conrad Dressler (1856-1940)
En dichas fiestas, los lupercos o amigos del lobo,
como revela su nombre, derivado de lupus, cofradía romana formada por jóvenes, sacrificaban una cabra en el Lupercal –la cueva donde la loba habría
amamantado según la leyenda a Rómulo y Remo al pie del Palatino- y cortaban su piel en tiras llamadas februa (origen del nombre del mes de febrero). Acto
seguido se desnudaban y comenzaban a dar vueltas en torno al monte Palatino flagelando
a todas las mujeres que encontraban a su paso con correas de cuero fresco. Se
creía que esta flagelación atraía la fecundidad sobre las víctimas, constituyendo un rito de purificación y fertilidad que se relaciona de
alguna manera con la fundación de Roma.
Fue precisamente en las
Lupercales del año 44 a.
de C. cuando Marco Antonio, a la sazón cónsul y luperco, le ofreció una
diadema
a Julio César, que este rechazó para guardar las apariencias,
aunque lo que más deseaba era el poder absoluto que aquella corona real simbolizaba. Cicerón ha inmortalizado el episodio, una anécdota que William Shakespeare recogerá después
en su tragedia Julio César, al comienzo de su tercera
filípica o discurso contra Marco Antonio, en donde nos describe al joven luperco
con tres pinceladas: nudus, unctus y ebrius: desnudo, ungido de aceite y borracho.
El papa Gelasio I condenó y
prohibió esta fiesta pagana en el año 494. La iglesia la sustituyó por
San Valentín, que se celebra, como bien se sabe, el 14 de febrero, fecha en la que
habría muerto martirizado el sacerdote cristiano.
Valentín, en efecto, unía en cristiano matrimonio a los jóvenes
soldados contra las órdenes del emperador Claudio II el Gótico, que prefería que
sus hombres no adquirieran vínculos familiares que les impidieran dedicarse
más de lleno al oficio de las armas.
Según la leyenda, forjada en la Edad Media, este Valentín habría desafiado la prohibición del matrimonio que afectaba a los
legionarios romanos, enfrentándose así al emperador. Celebró, pues,
bodas y por eso fue encarcelado y condenado a muerte. Dicen que en la tumba del
santo casamentero una tal Julia, la hija de un oficial romano al que había
devuelto milagrosamente la vista el santo, plantó un almendro de flores rosadas,
por lo que el almendro, según algunos, se habría convertido en un símbolo de amor
y amistad duraderos(?), pero la leyenda contiene pocas trazas (o ninguna) de histórica verdad.
La festividad religiosa cristiana se estuvo
celebrando hasta 1969, bien entrado el siglo XX, año en que el papa Pablo VI, según lo acordado en el Concilio
Vaticano II, decidió eliminar San Valentín del calendario postconciliar,
pasando esta fecha a tener santo pero no celebración, lo que parece que se debió sobre todo a la dificultad para encontrar
detalles probables históricamente sobre la vida de este santo.
Si bien la iglesia católica,
apostólica y romana decidió no celebrar san Valentín como festivo, los
grandes
almacenes y las superficies
comerciales todas
lo celebran a bombo y platillo con una orgía consumista,
declarándolo el Día de los Enamorados, olvidando que el santo casamentero poco tiene que ver con
el enamoramiento, si hacemos caso al proverbio de que el matrimonio es
la tumba
del amor, y que el dios del amor, que hiere con sus flechas a los
enamorados atravesándoles el corazón, es propiamente Cupido, o Eros, si
usamos su nombre griego.
Más allá de romanticismo, San Valentín, que este año cae en
viernes, eleva la ocupación hotelera y el gasto en comercios y
restaurantes, por lo que los hosteleros se frotan las manos esperando hacer negocio. Hay quien dice que San Valentín, al igual que el Día
de la Madre, el del Padre, las Navidades, el Día de Todos los Santos
etcétera son un invento de los centros comerciales, y no le falta la
razón al que lo dice, porque es verdad.
Este año, además, la
onomástica del santo recae en viernes, que es el Veneris Dies, o
sea, el día venéreo o de Venus por lo que se dispara la venta de preservativos, por aquello de que
hay que hacer el amor. o sea el sexo, seguro, con la debida protección.

Lo cierto es que este día mueve mucho más dinero que cualquier otro día
del año: comidas en restaurantes -algunos reservan mesa y descubren, como si no lo supieran, que, qué casualidad, el día coincide con el de los enamorados-,
entradas de cine u otros espectáculos, cenas, que son más íntimas
que las comidas y pueden ir seguidas de una noche inolvidable en un
hotel de cuatro o de cinco estrellas, para los que quieren regalarse
un lujo, bombones, flores, y cientos de regalos, ofertas y promociones comerciales para aquellos que pese al paso del
tiempo que todo lo mata siguen declarándose enamorados. Y es que el
amor que se reconoce a sí mismo como “amor”, es decir el amor
declarado bajo la fórmula sacramental de “te quiero”, es, como se ve, parece mentira, una
de las fuerzas motrices de este mundo y del dinero.
El Amor mueve montañas de dinero, ilusiones y patrañas, poniendo en valor a las 'almas' con esa fuerza espectacular a la que las mismas, adictas, se entregan cual actrices y actores para seguir los modelos interiorizados que la poderosa industria ofrece ininterrumpidamente en la 'caverna', entreteniendo y alimentando el fuego mimético del empantallaje dramático que los 'sujeta'. No en vano se orquesta la celebración concurriendo con escenificaciones patéticas de esas ferias donde se premian las 'inversiones' cinematográficas.
ResponderEliminarCuando tocaban a muerto, pregunté por el finado, y me dijo el campanero: "Muerto, el amor declarado,".
ResponderEliminarMe recuerda un poco a aquella copla: "Madre, suba usté a la ermita, y dígale al campanero que repique la campana, que mi cariño ha muerto".
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