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viernes, 14 de febrero de 2025

El dinero que mueve el Amor (por San Valentín)

    Conviene saber para entender un poco mejor el mundo en el que (sobre)vivimos que las Lupercales (Lupercalia), una fiesta pagana y obscena de la antigua Roma que se celebraba el 15 de febrero, fueron prohibidas y sustituidas progresivamente por la conmemoración del martirio y la muerte de San Valentín, que habría acaecido el 14 de febrero del año 270 de la era cristiana, y que hoy se conmemora.
 
    Las Lupercales eran unas fiestas que se celebraban a mediados de febrero en la antigua Roma en honor del dios Fauno Luperco. Fauno parece haber sido un antiguo dios romano, que fue identificado enseguida con el griego Pan. Se llegó a creer que Fauno había sido un rey legendario del Lacio, un personaje histórico anterior a la llegada de los troyanos. En época clásica su nombre propio,  de número exclusivamente singular, se convierte en nombre común y adopta el plural. Se diría que el dios se multiplica, y de ser único pasa a ser varios, y aun muchos: los faunos, unos genios silvestres y campesinos, compañeros de los pastores, y equivalentes de los sátiros griegos, con los que se identifican enseguida. Igual que estos, su naturaleza era híbrida: mitad hombre y mitad macho cabrío; tienen cuernos y con frecuencia pezuñas de cabra.
 

  Lupercalia de Conrad Dressler (1856-1940)
 
    En dichas fiestas, los lupercos o amigos del lobo, como revela su nombre, derivado de lupus,  cofradía romana formada por jóvenes, sacrificaban una cabra  en el Lupercal –la cueva donde la loba habría amamantado según la leyenda a Rómulo y Remo al pie del Palatino- y cortaban su piel en tiras llamadas februa (origen del nombre del mes de febrero). Acto seguido se desnudaban y comenzaban a dar vueltas en torno al monte Palatino flagelando a todas las mujeres que encontraban a su paso con correas de cuero fresco. Se creía que esta flagelación atraía la fecundidad sobre las víctimas, constituyendo un rito de purificación y fertilidad que se relaciona de alguna manera con la fundación de Roma.

    Fue precisamente en las Lupercales del año 44 a. de C. cuando Marco Antonio, a la sazón cónsul y luperco, le ofreció una diadema a Julio César, que este rechazó para guardar las apariencias, aunque lo que más deseaba era el poder absoluto que aquella corona real simbolizaba. Cicerón ha inmortalizado el episodio, una anécdota que William Shakespeare recogerá después  en su tragedia Julio César, al comienzo de su tercera filípica o discurso contra Marco Antonio, en donde nos describe al joven luperco con tres pinceladas: nudus, unctus y ebrius: desnudo, ungido de aceite y borracho.

    
    El papa Gelasio I condenó y prohibió esta fiesta pagana en el año 494. La iglesia la sustituyó por San Valentín, que se celebra, como bien se sabe,  el 14 de febrero, fecha en la que habría muerto martirizado el sacerdote cristiano. Valentín, en efecto,  unía en cristiano matrimonio a los jóvenes soldados contra las órdenes del emperador Claudio II el Gótico, que prefería que sus hombres no adquirieran vínculos familiares que les impidieran dedicarse más de lleno al oficio de las armas.
 
    Según la leyenda, forjada en la Edad Media, este Valentín habría desafiado la prohibición del matrimonio que afectaba a los legionarios romanos, enfrentándose así al emperador. Celebró, pues, bodas y por eso fue encarcelado y condenado a muerte. Dicen que en la tumba del santo casamentero una tal Julia, la hija de un oficial romano al que había devuelto milagrosamente la vista el santo, plantó un almendro de flores rosadas, por lo que el almendro, según algunos, se habría convertido en un símbolo de amor y amistad duraderos(?), pero la leyenda contiene pocas trazas (o ninguna) de histórica verdad.
  
    La festividad religiosa cristiana se estuvo celebrando hasta 1969, bien entrado el siglo XX, año en que el papa Pablo VI, según lo acordado en el Concilio Vaticano II, decidió eliminar San Valentín del calendario postconciliar, pasando esta fecha a tener santo pero no celebración, lo que parece que se debió sobre todo a la dificultad para encontrar detalles probables históricamente sobre la vida de este santo.

    Si bien la iglesia católica, apostólica y romana decidió no celebrar san Valentín como festivo, los grandes almacenes y las superficies comerciales todas lo celebran a bombo y platillo con una orgía consumista, declarándolo el Día de los Enamorados, olvidando que el santo casamentero poco tiene que ver con el enamoramiento, si hacemos caso al proverbio de que el matrimonio es la tumba del amor, y que el dios del amor, que hiere con sus flechas a los enamorados atravesándoles el corazón, es propiamente Cupido, o Eros, si usamos su nombre griego.


     Más allá de romanticismo, San Valentín, que este año cae en viernes, eleva la ocupación hotelera y el gasto en comercios y restaurantes, por lo que los hosteleros se frotan las manos esperando hacer negocio. Hay quien dice que San Valentín, al igual que el Día de la Madre, el del Padre, las Navidades, el Día de Todos los Santos etcétera son un invento de los centros comerciales, y no le falta la razón al que lo dice, porque es verdad. 
 
    Este año, además, la onomástica del santo recae en viernes, que es el Veneris Dies, o sea, el día venéreo o de Venus por lo que se dispara la venta de preservativos, por aquello de que hay que hacer el amor. o sea el sexo, seguro, con la debida protección.
 
 
 
     Lo cierto es que este día mueve mucho más dinero que cualquier otro día del año: comidas en restaurantes -algunos reservan mesa y descubren, como si no lo supieran,  que, qué casualidad, el día coincide con el de los enamorados-, entradas de cine u otros espectáculos, cenas, que son más íntimas que las comidas y pueden ir seguidas de una noche inolvidable en un hotel de cuatro o de cinco estrellas, para los que quieren regalarse un lujo, bombones, flores, y cientos de regalos, ofertas y promociones comerciales para aquellos que pese al paso del tiempo que todo lo mata siguen declarándose enamorados. Y es que el amor que se reconoce a sí mismo como “amor”, es decir el amor declarado bajo la fórmula sacramental de “te quiero”, es, como se ve, parece mentira, una de las fuerzas motrices de este mundo y del dinero.