Últimamente se oye mucho hablar de anarcocapitalismo y anarcocapitalistas o partidarios de la intervención mínima del Estado en la vida de la gente y, al mismo tiempo, defensores del capitalismo existente. El termino 'anarco-capitalista' es un cóctel explosivo entre lo primero “anarco” y lo segundo “capitalista”, dado que los que así se denominan defienden por un lado la reducción del Estado a su mínima expresión y por otro tienen fe en el mercado, la competencia y la propiedad privada, por lo que son en realidad los liberales o neoliberales de toda la vida, que quieren un Estado mínimo, porque el Estado nos roba, y contra eso se rebelan, pero no contra la propiedad privada, que es como aseveró Proudhon el auténtico robo. Por eso han elegido como su bandera o sus colores la aurinegra: el amarillo representa al oro y la propiedad privada, y el negro la anarquía.
Que la derecha más extrema se sienta cómoda con el término «anarcocapitalismo» molesta e irrita puesto que la defensa de un anarquismo de libre mercado o de propiedad privada, nada tiene que ver con el término anarquía y ni siquiera con el termino anarquismo, que ha rechazado mayoritariamente la propiedad privada y el libre mercado capitalista.
Como escribe la historiadora Laura Vicente en su blog: La derecha nos roba los 'muebles': anarquismo y lo libertario: Hace tiempo que tengo la sensación molesta de que la derecha se apropia de términos que no les han pertenecido y que los medios de comunicación, ¡¡como no!!, ayudan en la consolidación de dicha apropiación.
Nos roban, en efecto, el mobiliario terminológico. El otro término del que se han apropiado es “libertario”, de larga tradición en España con el significado de “anarquista” desde la fundación de las Juventudes Libertarias en 1932, y que aparece también en la expresión “movimiento libertario” que vinculaba y relacionaba a la CNT, la FAI y las JJLL.
Pues bien en 1971 se crea en los Estados Unidos el Libertarian Party o Partido Libertario, que nada tiene que ver con el anarquismo, cuyos objetivos son la mínima expresión del Estado, y la reducción de los impuestos, pero no la abolición del dinero ni de la propiedad privada.
El Partido Libertario argentino, mucho más reciente, fue creado en 2018, y en 2021 se presentó a las elecciones formando una coalición con otros partidos de la misma cuerda político-económica llamada La Libertad Avanza, que presentaba a Javier Milei como primer candidato con su lema ¡Viva la libertad, carajo! y su defensa de la minarquía o minarquismo -mínima expresión del Estado-, que resultó elegido presidente de la república y es el actual inquilino de la Casa Rosada.
Otra diferencia con el movimiento libertario clásico que rechaza las elecciones, tanto las sindicales como las políticas.
La contradicción de estos “libertarianos”, como los denomina Laura Vicente para diferenciarlos de los libertarios, es que, partidarios como son de reducir el Estado a su mínima expresión, lo quieren fuerte, por lo que no renuncian al uso de la fuerza y de su columna vertebral, que son las fuerzas armadas, tanto el ejército como las diversas policías.
Y finalmente se apoderan de la palabra “libertad”, que no vamos a definir positivamente, pero sí negativamente como hace y dice cualquiera que piense un poco y diga lo que siente: Libertad no sabemos qué es, pero sí sabemos que no puede ser consumir, no es la servidumbre de los mercados, no es dejarnos gobernar por nuestros presuntos representantes y sus fementidos cantos de sirena.
La palabra anarquía, procedente del griego ἀναρχία, compuesto de la negación an- y del término arquía, que procede de ἀρχή que tiene un doble sentido (en primer lugar comienzo, y de ahí principio, punto de partida y también meta o punto de llegada; y en segundo lugar, poder político, autoridad o gobierno), no solo significa la negación de este último, sino también de su fundamento primero y último que instaura una jerarquía fuera de la cual imperaría el caos y el desorden.
Resulta evidente que el llamado «anarcocapitalismo», o neoliberalismo, ni rechaza el poder ni mucho menos ese primer principio y meta a la vez, que sería el dinero o capital, sino todo lo contrario. La anarquía, por tanto, más que la afirmación de alguna cosa positiva como podría ser la multiplicidad y la diversidad ilimitada, es la negación de la jerarquía y de la dominación. Por lo que no tiene nada que ver con la dictadura del mercado, ni con la competencia entre seres humanos, ni mucho menos con la propiedad privada que establece el dinero que convierte a las personas en seres dependientes de otros seres y dominados por el afán de poseer.
En el otro
extremo tenemos a los socialistas, socialdemócratas, “progresistas”
como gustan llamarse ahora en España, o bienestaristas por aquello
de paladines del Estado de Bienestar. Son los partidarios de que el
Estado corrija las desigualdades económicas a fin de no dejarlo todo
en manos del mercado y de la libre competencia, dadas las terribles consecuencias.
Pero ambas
posturas, tanto la que se inclina por el mercado, como la que
prefiere la tutela del estado, no son tan contrapuestas como parecen
a primera y simple vista y como nos quieren hacer creer los políticos
de izquierdas y de derechas, sino más bien complementarias.
Exhibición (a la derecha de la imagen) del 'anarcocapitalismo' argentino.
Los que
parecen enemigos irreconciliables en realidad son amantes
desesperados, y en ese sentido no deberíamos consentir que la
palabra “anarquía” sea tomada por los mayores defensores del
orden, y deberíamos recuperar la vieja tradición del anarquismo y
del pensamiento libertario clásico que se opone tanto al Estado como
al Capital.
Si en España gobiernan con un partido que se dice 'socialista obrero' que suma con el maximo divisor común con los nacionalismos, en Ucrania con un partido para gestionar cadáveres que se llama 'Servir al pueblo', no es de extrañar que el Capital se divierta y anime el cotarro, y los medios de formación de masas se entusiasmen con la proliferación mercantil y diversificada de partidos liberticidas para con unos y libertarios para con otros como la Economía manda, proporcionando más fuerza y vigor, si aún cabe, a las penalidades del Mercado; pues cuanto más leoninas y dictatoriales son las condiciones económicas impuestas por éste ente divino, más 'libertad política' necesitan y de ahí la creación de partidos, con designaciones angelicales y estúpidas (innovación y emprendimiento no han de faltar en la contienda) que permitan a esa estupidez (es la Economía, estúpido), consustancial a la representación democrática en un mercado libre de cualquier restricción u obligación, verse representada como tal y única Fuerza Libertaria y disponer de la imprescindible memez y proyección mediática.
ResponderEliminarEn este contexto, con la desgastada imbecilidad política, desde las altas instancias promueven la diversidad e innovación partidista para ejercitar y contabilizar los votos y ver quien pueda ejercer de representante de una mayoría relativa de devotos, suficiente para hacerla pasar por la sagrada voluntad que se pueda imponer a todos.
Si en la lengua del imperio recurren, de forma un tanto histérica, a engañosas terminologías, será porque la ocurrencia competitiva les viene a privar de la exclusividad de que gozaban en sus ganancias establecidas. Al menos en nuestra lengua, libertarismo, libertario y anarquía designan la resistencia viva e indisciplinada contra las fuerzas despiadadas y liberticidas de ese Mercado y su mortífera Economía, tan bien representadas e integradas en el espectro espectacular de la Política.
Ayer oí cómo se quejaban los que tanto defienden la libertad de mercado de uno de sus principios básicos, que es la competencia, acusando a los chinos de "competencia desleal" por vender más barato que los occidentales. En una economía de libre y 'libertario' mercado, me pregunto, ¿dónde está el límite entre competencia leal y desleal? ¿Quién, qué autoridad superior -¿de quién?- fija los precios y decide cuáles son justos y cuáles no?
ResponderEliminarResulta gracioso, sí, que los defensores de la libre competencia se quejen de la competencia desleal de los chinos, que venden lo mismo que los occidentales pero más barato.
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