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martes, 7 de septiembre de 2021

El caballo de Troya, Laocoonte y Casandra.

    Lo primero que hay que decir es que el famoso caballo troyano no era troyano, sino griego,  obra del pérfido Ulises para conquistar y destruir la ciudad. 

     Laocoonte, un sacerdote troyano, se opuso a meter el caballo en la ciudad. Son célebres sus palabras de advertencia a sus compatriotas: equo ne credite, Teucri! / quidquid id est, timeo Danaos et dona ferentis. (¡No os fiéis del caballo, troyanos! / Sea que sea, a los griegos los temo aunque traigan regalos. Pero el dios Apolo envió unas serpientes que salieron del mar a devorarlo a él y a sus hijos, aunque no lo hizo por sus palabras, sino porque Laocoonte había profanado su templo copulando con su mujer allí. Los troyanos, sin embargo, creyeron que era un castigo divino por su negativa a introducir la ofrenda del caballo. (El director de cine italiano Ettore Scola, dicho sea de paso, entre paréntesis, modifica el dicho latino timeo Danaos et dona ferentes en su película C'eravamo tanto amati (1974) cambiando a los griegos hijos de Dánao por los yanquis: timeo yankees et dona ferentes.) Los troyanos procedieron a meter el funesto caballo en la ciudad para su ruina. El sentido del dicho proverbial latino es que no se puede esperar nada bueno de los supuestos regalos o meras ofertas de los enemigos. 


    Laocoonte y sus hijos, escuela de Rodas (siglo I d. de C.)

    Casandra también salió al paso del funesto caballo oponiéndose a su entrada en la ciudadela, profetizando su destrucción. Era Casandra la más bella de las hijas de Príamo, el rey de aquella ciudad. El dios Febo, más conocido como Apolo, se había enamorado de ella y le había otorgado el profético don de adivinar el futuro. Pero ella, que se sabía mortal y no quería envejecer al lado de un dios inmortal como aquel, rechazó sus requerimientos amorosos. Apolo, en venganza por su desplante, no le arrebató el don que le había otorgado, pero la condenó a que nunca fueran creídos sus anuncios proféticos. 

   Virgilio lo canta en la Eneida (II, vv. 246-247): tunc etiam fatis aperit Cassandra futuris / ora dei iussu non umquam credita Teucris. Según la traducción en hendecasílabos de Gregorio Hernández de Velasco (1555): Casandra en esto, como quien sabía / lo que guardaba a Troya el duro Hado, / mandándoselo Febo, lo advertía; / mas siempre le fue el crédito negado”. O más literal, en hexámetros castellanos: Abre Casandra su boca allí también a futuros / hados, por orden de Apolo jamás de troyanos creída. Casandra se opone a que se introduzca el caballo de madera en Troya, pues, dotada del don de la clarividencia, sabe que no es la salvación de su ciudad, sino todo lo contrario, una trampa mortal que causará su destrucción.  

 

 Casandra, Evelyn de Morgan (1898?)

    Casandra es un personaje esencialmente trágico porque, conocedora de la verdad, o al menos de la falsedad de la realidad que se nos presenta como verdadera, está condenada a no ser nunca creída, a que nadie le haga caso ni preste atención a sus advertencias, a que todos digan: Ya está la loca esa, ave de mal agüero, pronosticando el futuro negro. ¿Cómo puede saber ella lo que va a pasar si nadie lo sabe? No hace falta decir que los troyanos no le hicieron ningún caso. Tanto ella como Laocoonte nos están diciendo que desconfiemos del caballo troyano y de las soluciones milagrosas que nos venden los pérfidos enemigos.

        Prueba de la fama que llegó a alcanzar Casandra es esta talla de Gandhara en relieve que atesora el Museo Británico de Londres y que muestra el caballo de Troya, esa ofrenda envenenada que les dejaron los griegos a los troyanos después de una infructuosa guerra que duró diez años cuando fingieron que desistían de su empeño de conquista y se hicieron a la mar, y una mujer, una troyana, que se opone a su entrada a las puertas de la ciudad de Troya. Es Casandra, la loca. Esta escena muestra que la mitología griega llegó a alcanzar cierta popularidad en el corazón de Asia en una curiosa simbiosis con las tendencias artísticas autóctonas. El relieve data aproximadamente de los siglos II o III después de Cristo. 


Relieve de Gandhara, Casandra oponiéndose al caballo de Troya.

     En la antigüedad, Gandhara, actualmente al noroeste de Paquistán y este de Afganistán, fue una encrucijada comercial y un punto de encuentro cultural entre la India, Asia Central y Oriente Medio y Europa. La región fue conquistada por Alejandro Magno en el siglo IV a.C. La presencia griega en Asia continuó durante muchos siglos después de la muerte de Alejandro. Allí floreció un estilo artístico de origen grecorromano mezclado con elementos budistas e hinduistas  entre el siglo I a. de C. y el siglo VII d. de C.

     Podemos ver en este caballo de Troya el símbolo de lo peligrosas que son las soluciones a los problemas. No sabemos lo que contiene dentro, pero podemos imaginar que no puede ser nada bueno, y que si lo introducimos en la ciudad puede ser la causa de su destrucción y de nuestra muerte...  

 

Caballo de Troya, jarrón de la isla de Mícono ( c. 670 a. de C.)

     Un virus troyano es, en informática, un tipo de malware o software malicioso que, camuflado como legítimo e inofensivo, engaña al usuario, que le da acceso a su sistema, y que una vez cargado y ejecutado puede destruir los archivos del equipo que lo ha albergado y dañar seriamente su sistema operativo. 

     Como Casandra o Laocoonte advirtieron del peligro del caballo, hay quienes nos han advertido del riesgo de las llamadas vacunas contra el covid-19 por su carácter experimental, tanto las de ARN mensajero, (Pfizer y Moderna), como las de ADN o de vector viral (Janssen y AstraZeneca), que fuerzan a nuestras células a producir una proteína, llamada spike en la lengua del Imperio, que desencadena una respuesta inmunitaria muy aparatosa, y que, en opinión de algunos científicos tachados enseguida de heterodoxos por decirlo suavemente, es básicamente tóxica, y en lugar de destruir el virus lo genera.

    Resulta curioso por lo significativo que es cómo el diccionario Merriam-Webster de la lengua de Shakespeare, que sería el equivalente a nuestro diccionario de la Real Academia, ha modificado enseguida la definición de vacuna (vaccine) para incluir las inoculaciones de los nuevos preparados genéticos: a preparation of genetic material (such as a strand of synthesized messenger RNA) that is used by the cells of the body to produce an antigenic substance (such as a fragment of virus spike protein). Ahora ya no podremos decir que no son vacunas. Si consultamos dicho diccionario, resulta que sí lo son, porque han cambiado la definición siguiendo los intereses de la todopoderosa industria farmacéutica.