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martes, 8 de diciembre de 2020

Espectáculo de Variétés (II)

 


Delito de odio: Cuando se ejerce la libertad de expresión, lo que los griegos llamaban παρρησíα (parresía, que literalmente significa “decirlo todo” y suele traducirse en castellano por “franqueza” o “sinceridad”, en inglés por free speech, en francés por franc-parler y en alemán por Freimüthigkeit), siempre se ofende a alguien queriendo o sin querer. Los legisladores carpetovetónicos han penalizado el llamado delito de odio procurando que no se hiera la sensibilidad de nadie, lo que conlleva una peligrosa restricción de la libertad de expresión. Ni el amor ni el odio son un delito, sino unos sentimientos muy humanos. El Poder utiliza esa etiqueta para castigar opiniones políticas heterodoxas y para, al mismo tiempo, conformar una opinión pública partidaria de castigar cualquier opinión discordante, justificando la represión como una exigencia social y democrática, lo que hace que su carácter constrictivo pase casi inadvertido. Lo mismo que algunos reivindicaron antaño el amor libre, deberíamos reivindicar ahora el odio libre y la despenalización de todos los sentimientos.
 
Lenguaje políticamente correcto: No está mal traído el ejemplo que propone el historietista Alberto Montt en su viñeta "Clásicos infantiles políticamente correctos" en la que sustituye el título del cuento de Blancanieves y los siete enanitos por "Blancanieves y un grupo de gente pequeña". De todas formas, nada me ha hecho reír más últimamente que el eufemismo de Sánchez de llamar al "toque de queda" impuesto en el país por presuntas razones "sanitarias" con la campanuda expresión de "reducción de movilidad nocturna", porque lo otro, lo de "toque de queda" suena a algo anticuado y obsoleto, a algo "de cuando la guerra y eso", es decir, de ahora mismo, porque "hoy es siempre todavía", como cantó Machado.



Inteligencia emocional: Hablar de inteligencia y calificarla de “emocional” como hacen los psicodemagogos modernos le da un prestigio a lo emotivo que no tenía antes, imprimiendo un certificado de inteligencia a las emociones del que carecían, como si todo acto emotivo fuese de por sí ya inteligente con ese sello de calidad. La noción de “inteligencia emocional”, que trata de convertir los sentimientos o emociones en ideas o conceptos supuestamente inteligentes, oculta la otra cara de la moneda, complementaria y necesaria de la primera, que sería la de “idiotez o estupidez emocional”, que pone de manifiesto lo tonto que es dejarse llevar y manipular por las emociones y los sentimientos.


Las cloacas del Estado: Resulta revelador en boca de políticos y periodistas la expresión las “cloacas del Estado”. Es una imagen escatológica, que nos recuerda etimológicamente el hedor del estiércol (σκατός, scatós, en efecto, es una variante de σκῶρ, scor, que significa excremento en griego, palabra de la que procede también nuestra escoria). Esta locución no sólo denota que en el Estado hay unos bajos fondos donde se acumulan la inmundicia inherente al propio sistema, sino que también sugiere que el Estado todo en conjunto está levantado sobre un estercolero. Quizá ese y no otro sea el significado último de la expresión que tanto se oye de Deep state, en la lengua del Imperio, o Estado Profundo en la nuestra: lo que hay en el fondo del Estado, lo que se esconde en las honduras del monstruo más frío de todos los monstruos que, como dijo Nietzsche, mentía cuando afirmaba: "Yo soy el pueblo".

 Vista de la Cloaca Máxima de Roma. Óleo de Christoffer W. Eckersberg (1814)

No es que en el Estado haya cloacas sino que Él es la Cloaca Máxima;  expresión esta, por cierto, con la que evocamos el albañal más antiguo de la ciudad de Roma, una canalización subterránea que desaguaba en el río Tíber, y que según la tradición mandó construir el rey Tarquinio Prisco, allá por el año 600 antes de nuestra era, cuya función inicial era drenar las aguas de la vaguada del Foro romano, y que se aprovechó para desaguar en ella las varias redes de alcantarillado de la ciudad eterna que recogían las aguas fecales y residuales procedentes de las letrinas y las termas que había en la ciudad. Como cantaba el llorado Luis Eduardo Aute, a veces es más peligroso asomarse al interior que al exterior.