Mostrando entradas con la etiqueta realismo socialista. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta realismo socialista. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de septiembre de 2025

Rosas para Stalin

    El pintor soviético Boris Eremeevich Vladimirski (1878-1950), nacido en Kiev, la capital actual de Ucrania, fue uno de los más notables representantes oficiales y seguidores del realismo socialista ruso, el movimiento artístico de propaganda política que promovía retratos hagiográficos de los santos padres de la revolución, la ética del trabajo y el retrato amable de la vida cotidiana en la Unión Soviética bajo la férula del partido comunista. El realismo socialista, pese a su nombre, no deja de ser, sin embargo, un idealismo, una representación, como todas, idealizada e idílica de la realidad, y, por lo tanto, mentirosa como la propia realidad que reflejaba. 
 
«Rosas para Stalin» (1949) de Boris I.Vladimirski. 
 
    Su cuadro Rosas para Stalin es un buen ejemplo de arte al servicio del Poder y de realismo socialista. El cuadro muestra a Joseph Stalin,  o José Estalin, si adaptamos su nombre como se hacía antaño a nuestro idioma con los nombres propios, el político, revolucionario y dictador soviético nacido en 1879 y muerto en 1953, coetáneo del pintor, que fue Secretario General del PCUS y Jefe del Estado de la difunta URSS entre 1946 y 1953, cuyo nombre propio dio origen al estalinismo, una doctrina basada en su interpretación del leninismo y caracterizada por una organización estatal rígida y totalitaria. Stalin aparece en el óleo como figura central y destacada rodeado de un grupo de niños pequeños que le hacen ofrenda de un gran ramo de rosas blancas y rojas. 
 
    El simbolismo del color en el lienzo es fundamental. Stalin está vestido completamente de blanco y semeja una figura angelical. Las representaciones heroicas y divinas de Stalin eran comunes en el arte soviético y formaban parte del gran mito político del Estado como padre benevolente del pueblo que mira por su bien. Los cuatro niños y una niña están vestidos con camisas blancas muy sencillas y de corte limpio, pantalones cortos azules, ella lleva falda, y pañoletas rojas al cuello, semejando boys scouts
 
    El rojo de los pañuelos, que era el color de la bandera revolucionaria, y las rosas contrasta con el blanco angelical y con los suaves tonos azules y verdes del paisaje de fondo, que presentan una naturaleza amable y romántica.  La compostura de Stalin y las expresiones de asombro de los niños que miran hacia arriba evocan un sentimiento de orgullo, respeto y reverencia. El cuadro es sencillo y resulta agradable de contemplar.  Hay poco margen para la interpretación más allá del mensaje evidente de rendir culto a la personalidad del camarada Stalin, el viejo pederasta en el peor sentido de la palabra, que no es el de amante de los niños, sino el de corruptor de la infancia. 
 
    Su mayor perversión, que no fue personal sino general y característica del comunismo soviético, es la de hacerse llamar “camarada”, una palabra igualitaria que pretendía equiparar al jefe y a sus súbditos bajo el mismo rasero; pero ya se sabe, donde hay capitán no manda marinero. 'Camarada' quiere decir compañero de habitación, aquel con quien se comparte cámara, por dormir y convivir en el mismo aposento, y compañero es aquel con quien se comparte, etimológicamente, el pan. 
 
    Las tiernas criaturas le rinden culto a la personalidad del Jefe, porque les han inculcado el culto a la personalidad, ofreciéndole un ramo de rosas.  El leader o Führer se presenta como Salvador del pueblo, como Cristo redivivo, como ángel inmaculadamente blanco, cuando en realidad tenía las manos, sí, esa misma mano que coloca sobre el hombro del infante, manchadas de sangre.