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viernes, 23 de junio de 2023

Conjuro para queimada en la noche de san Juan

Revolviendo el aguardiente con el cazo, conjuramos, azuladas, a las lumbres del infierno, vivas, relampagueantes llamaradas. 
 
 
 Son las lenguas que nos lamen y nos hablan en silencio, y al conjuro, por la boca y por el culo sueltan, fétidos, dos pedos y un eructo.

Por la virgen malcasada con un viejo, por las viudas enlutadas; por las monjas de clausura siempre malenamoradas y las putas; 
 
por los vientres de solteras que no saben qué es el parto, que se secan sin dar fruto, putrefactos, por los virgos corrompidos de las viejas; 
 
por los perros malaspulgas que barruntan y pregonan cuando aúllan nuestra muerte, falsa cosa, y hombreslobo que le ladran a la luna;
 
 por los búhos y lechuzas, por los sapos y culebras, por las brujas malasbabas y beodas, por las meigas que no existen, y hay algunas,
 
 por los cuernos del cabrón, por las barbas y el hedor del gran chivo, que espantamos con el ajo y el crucifijo de plata, ¡vive Cristo!

¡Dios no quiera que esta noche ronde la Santa Compaña en redor de las brasas y las ascuas de esta hoguera y de su vivo resplandor! 
 
¡Que ardan en el aguardiente el pasado para siempre y el futuro! ¡Que el orujo traiga olvido de las cuitas y las pestes de este mundo!

Pues cuando este brebaje baje por nuestras gargantas y el gaznate, nos librará de la magia negra y de sus brujeriles malas artes.

¡Que se vayan los fantasmas, ánimas del purgatorio, muertos vivos! Y al tomar el bebedizo, ¡que se alejen males de ojo, maleficios, 
 
que se vayan al infierno blanco y negro, Dios y el Diablo, bueno y malo! ¡Que nos dejen, por lo tanto, libres del encantamiento y el engaño, 
 
en tan buena compañía como estamos, retozar hasta el alba, al amor del fuego, en paz, esta noche, nochecita de San Juan!

miércoles, 24 de junio de 2020

El peregrino y la peste

El devoto peregrino y Viaje de Tierra Santa es la crónica del viaje a Jerusalén que fray Antonio del Castillo realizó en 1627 y que le llevó siete años. 

Pasó bastante tiempo hasta que este franciscano viajero publicó su libro (Madrid, Imprenta Real, 1654), que llegó a ser el relato de peregrinación más reeditado desde mediados del siglo XVII, y se convirtió en algo así, diríamos hoy, como la guía oficial del viaje del peregrino  a Tierra Santa.

A su llegada al Cairo, escribe el reverendo padre sobre la peste que asoló la ciudad: (Cito por la edición parisina de 1666, libro II, capítulo tercero).  

“Sola esta ciudad tendrá, según nos afirmaron, cuatro millones de personas: y si nuestro Señor no proveyera de que viniesen aquellas pestes de tres en tres años, en todos aquellos países no cupiera la gente ya en el mundo. 

Viene la peste y no dura más que cuatro meses, Marzo, Abril, Mayo y Junio hasta el día de san Juan, porque esta noche, en cayendo el rocío, el día siguiente no hay más peste. 

El año que yo pasé por allí murieron ochocientas mil personas: otros años mueren un millón y más. 

Barrios viejos de El Cairo durante la epidemia de cólera a finales del siglo XIX.

Había día que morían cuarenta mil y más: porque la cuenta que hacían los mercaderes era decir: Esta ciudad tiene cuarenta mil calles, hay calles de más de legua y media, y otras pequeñas, contando de cada una un muerto, grande con pequeña, vienen a ser cuarenta mil los muertos cada día. 

Hubo día que por sola una puerta de la ciudad, se vieron salir cinco mil muertos. 

Ellos no se guardan de la peste: en muriendo uno, el otro se pone la camisa del muerto, porque dicen es gran favor de su Mahoma el que muere de peste, y así a nosotros los cristianos, que nos guardamos, y a los judíos, nos llaman bestias, porque dicen que la peste la envía Dios, y puede entrar por ventanas y techos.”