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domingo, 24 de julio de 2022

En algún lugar de la Mancha...

    En cuanto alguien ha publicado en las redes y se ha viralizado esta vieja portada de la revista El Español, el sedicente 'semanario de los españoles para todos los españoles', ya desaparecido, correspondiente a la semana del 11 al 17 de agosto de 1957 bajo el título “El verano más caluroso del siglo”, refiriéndose, claro está, al pasado siglo XX, con una foto en blanco y negro de chicos y chicas de la época refrescando sus pies en una fuente, los fact-checkers del Ministerio de la Verdad carpetovetónicos (Maldita.es y demás prensa orgánica) han corrido a sentenciar que es un bulo. La portada de El Español afirma “Temperaturas de 50 grados en algún lugar de la Mancha”. No parece un titular muy serio, sino algo sensacionalista y, desde luego, literario que enseguida evoca en nosotros el comienzo de El Quijote con su impreciso lugar de la Mancha de cuyo nombre no queremos acordarnos.


     Quien ha subido la imagen a las redes ha aprovechado para poner en solfa la doctrina políticamente correcta del Cambio Climático argumentando lo siguiente: A mediados de agosto de 1957, en plena canícula, con menos de la mitad de habitantes en el planeta y sin apenas autos ni fábricas ya se alcanzaban los 50 grados centígrados en algún termómetro de algún lugar de La Mancha en algún momento central del día, y aprovechaba para decir que durante los veranos se superaban los 45 grados sin hacer una tragedia alarmista de este dato. Pero este alguien ha sido tachado en seguida de negacionista. 

    La prensa orgánica dice que “La Aemet (Agencia Estatal de Meteorología) desmiente a los negacionistas que no se creen el cambio climático”. ¿Qué dice la Aemet? Que lo más seguro es que ese termómetro no fuera muy fiable. Pero ¿de quién vamos a fiarnos más, de la revista de hace sesenta y tantos años o de la Aemet de ahora? La propia Aemet afirma que la temperatura más alta registrada en agosto en España ese año fue de 44 grados en Jaén, según los datos de los servicios meteorológicos de la época.

    Sin entrar en la cuestión de fondo que se debate, que es la existencia del Cambio Climático, que es una cuestión de fe, y allá cada cual con sus sacrosantas creencias, lo que sí resulta curioso es que están tratando de alarmarnos con las altas e infernales temperaturas y con los muertos que caen víctimas de ellas. 


    Un solo ejemplo gráfico: comparemos al ya veterano en las pantallas Hombre del Tiempo ante dos mapa de temperaturas estivales de dos veranos distintos, uno de antes y otro de ahora: en el primero, cuya coloración recuerda al semáforo automovilístico,  se presentan como temperaturas normales o sin riesgo, coloreadas de verde, las iguales o inferiores a la temperatura del cuerpo humano, que se sitúa en los 36,7 grados, como se sabe, y se colorean de amarillo y de marrón, como el ámbar de los semáforos, que indica precaución, las de riesgo de cierta importancia, y en rojo las de riesgo extremo, vamos las de peligro de muerte; en el mapa de abajo, que es el actual, no hay ningún color verde: todo es ámbar y rosa fucsia o rojo. Son temperaturas alarmantes, peligrosas, infernales... ¿A qué se debe ese cambio de perspectiva? ¿No estarán tratando los gobiernos del mundo -pregunta retórica- con la complicidad de los periodistas, esos terroristas, de convertir la crisis climática en otro asunto de salud pública, para generalizar los poderes extraordinarios adquiridos gracias a la reciente crisis sanitaria que fue la pandemia que decretó la OMS?

 

 

miércoles, 20 de julio de 2022

Un crucero por el Mediterráneo

    ALARGA EL VERANO. Decía antaño el eslogan o grito de guerra de una agencia de viajes que patrocinaba un crucero por el Mediterráneo. HASTA NOVIEMBRE. CRUCEROS POR EL MEDITERRÁNEO. La equiparación “verano” y “viaje” es tan notoria que para proponernos un viaje de otoño, se nos dice que prolonguemos el verano, como si en nuestras manos estuviera hacer una cosa así... 

    La agencia de viajes está pensando en un determinado público, en aquellos que están en el otoño, precisamente, de la vida, por así llamarlo, es decir, en la tercera edad como se dice con horripilante eufemismo, dado que “los mayores de 65 años recibirán una maleta” como obsequio de viaje. Evidentemente, son los jubilados, es decir aquellos que han concluido con júbilo su vida laboral y viven en unas perpetuas vacaciones, apartados de la servidumbre laboral del trabajo asalariado, los destinatarios de estos cruceros por el Mare Nostrum, porque son los que pueden permitirse el lujo de viajar en esas fechas al no estar sujetos como los funcionarios del Estado y empleados públicos a vacaciones en agosto, en plena temporada alta. 

    Los precios de los diversos cruceros no se especifican con exactitud, como cabría esperar: sólo se nos da el importe mínimo: “desde 1000 euros”, por ocho días de crucero en régimen de Pensión Completa (sic, por las mayúsculas iniciales). 
 

    Los buques, que zarparán de Venecia o de Barcelona, harán escala en lugares tan emblemáticos como Estambul, navegarán por el estrecho de los Dardanelos, anclarán en Atenas, y arribarán a las islas griegas, evocándonos en parte la Odisea del divino Homero y la peripecia de su héroe Ulises. Islas como Rodas, Miconos o Santorini, sin olvidar Corfú, o los puertos de Marsella y Civitavechia, que permitirá llegar a Roma y recibir las bendiciones del jefe de la cristiandad. O Palermo o Siracusa o Taormina, en la isla de las tres puntas, o Túnez en el norte de África, donde se irguió la legendaria Cartago,  o ya entre nosotros Palma de Mallorca. 

    Pero nada, en realidad, más alejado que estos cruceros de los viajes y peripecias de Odiseo: se trata de viajes programados: ya se sabe lo que hay que ver y lo que hay que hacer antes de haberlo visto en cada ciudad. Un viaje programado es un viaje que ya está realizado antes de hacerlo y que por lo tanto, desengañémonos, que bastante engañados estamos, no merece la pena. Apenas tendrá tiempo el viajero de perderse por las calles de esa vasta geografía mediterránea tan llena de resonancias y sugerencias, y de descubrir algo que le sorprenda, algo inesperado, algo que no esté en la oferta de las excursiones optativas.

     Si hacemos escala en el Pireo, por ejemplo, que es como se sabe el puerto de Atenas, hay que ir a ver corriendo las ruinas del Partenón, y fotografiarlo rápidamente y hacerse retratar delante de él con la estúpida sonrisa turística para mostrar y demostrar a nuestros contactos de feisbu o de cualquier otra red social que uno ha estado allí en la mismísima acrópolis ateniense y ha visto lo que tenía que ver... 

    Se nos advierte finalmente que las plazas están limitadas, como si se tratara de un lujo exclusivo de unos pocos: la fotografía de uno de los buques, sin embargo, deja ver que, lujo o no, se trata de un barco enorme y de un viaje masificado: pueden ser varios miles, no pocos, los viajeros alojados en un único barco-lata de sardinas, con los consabidos problemas de embarque y desembarcarque -todos a la misma hora- y las aglomeraciones en los momentos del desayuno, almuerzo y cena. 


    Para lo que hay que ver, que ya está más visto que el TBO, mejor quedarse en casa, que resulta más barato, y no encolerizar al divino Posidón,  o sea a Neptuno, que puede provocar agitando las olas con su tridente la irritación de los mares y no pocos mareos: repárese en la relación etimológica entre el mar y el mareo, así como entre la náusea y la “nauis” o el “nauta” que eran los nombres que los romanos daban a la nave y al navegante respectivamente. Etimológicamente todo está relacionado también con el naufragio.

    No olvidemos, además, si decidimos hacer este viaje de placer, que el Mare Nostrum está sembrado de cadáveres de refugidados sirios y libaneses, que es una enorme fosa común y anónima de subsaharianos que intentaron desesperadamente llegar a la otra orilla a nado o en patera, arribar a otras costas huyendo de las guerras y politicas de sus países, igual que hicieron en la antigüedad Eneas y los troyanos supervivientes del desastre de Troya, o la reina Didó, que escapó de Tiro y Sidón y de la crueldad de la dictadura del tirano Pigmalión y buscó y encontró asilo político en el norte de África, donde fundó Cartago... Si eso no nos amarga el crucero desde el ojo de buey de nuestro camarote o desde la barandilla de la cubierta donde tomamos el sol ajenos a lo que pasa delante de nosotros mismos y enajenados, que venga Dios y lo vea.