401.- Literatura y ficción. Chesterton escribió: Literature is a luxury; fiction is a necessity. Lo que en román paladino en el cual suele el pueblo fablar a su vecino, que diría Berceo, viene a ser: «La literatura es un lujo; la ficción es una necesidad». La literatura es un lujo, algo precioso, pero se puede vivir sin literatura. En cambio, sin ficción no se puede habitar en este mundo. Ni el más iletrado de los pocos analfabetos que queden en el mundo carece de ficciones o fabulaciones. Pero la frase hay que entenderla en el sentido de contraponer lengua escrita y lengua hablada. La literatura, en el sentido de lengua escrita, es un lujo, algo precioso y valioso, pero de lo que se podría prescindir sin mayor problema. De hecho, antes de la invención de la escritura, había una mal llamada literatura -el término ya implica escritura, letra escrita- oral, una oralidad que se trasmitía de boca en boca. La ficción es una narración, una historia, un cuento inventado. Sin eso no se puede vivir o, mejor dicho, no se puede existir, porque ficción es la realidad.
402.- IA. La Inteligencia Artificial se ha convertido en el moderno oráculo de Delfos que puede decir a la vez una cosa y la contraria, como cuando a través de su sucursal de Cumas, la Sibila le dijo sibilinamente a aquel soldado que iba a ir a la guerra y preguntó por su suerte: “Ibis... redibis... numquam... in bello morieris”. Lo que tanto valía por “Irás, volverás nunca, morirás en la guerra” como por “Irás, volverás, nunca morirás en la guerra” dependiendo de las pausas que se hicieran en la pronunciación de la solemne respuesta. Recuerdo que cuando, niño, yo iba a misa, antes de la primera comunión, el sacerdote decía: “Palabra de Dios”, y los feligreses, niños y mujeres delante, hombres detrás, contestábamos al unísono: “Te alabamos, Señor”. Hoy podríamos cambiar lo de palabra de Dios por la de IA, la Divina Providencia. Lo que diga la IA va a misa. Los algoritmos nos gobiernan. Y el éxito de su gobierno es que la gente no sepa muy bien quiénes son esos señores, que a veces confunden con los logaritmos. Su éxito se debe a que ignoramos quiénes son, pero el planeta ha pasado a ser de estos señores de la IA. Ahora somos inquilinos en su finca, y los alquileres no dejan de subir. Hay que pagar por vivir porque la vida tiene un precio. Quien no pague su huella de carbono (el alquiler) será desahuciado. Fue Órgüel quien acuñó el neologismo doublethink, que podemos traducir por pensamiento doble en el sentido de contradictorio, en su profética novela que, redactada en el año del ¨Señor de 1948, bailando los dos últimos números, tituló: 1984. Es un buen hallazgo semántico que expresa la facultad que tienen los que mandan para sostener dos opiniones contradictorias y contrarias simultáneamente, igual que la IA. La mentira ha existido siempre, lo novedoso del doble pensamiento es que el que gobierna consigue imponer un lenguaje que dice a la vez lo mismo y lo contrario, lo que significa y lo que él quiere que signifique, así se le ocurra llamar a la guerra paz, o a la esclavitud libertad, o a lo blanco negro, a la verdad mentira, y a la vida muerte, pero también lo que él quiere, como le dijo Humpty Dumpty a la Alicia de Lewis Carrol: Las palabras significan lo que se le antoja al que manda. Para eso es el Puto Amo.
403.- El dicho y el hecho. Entre el dicho y el hecho hay un trecho, el enorme trecho que separa las cosas de las palabras o ideas que nos hacemos, abstrayéndolas, de las cosas. Los italianos dicen “tra il dire e il fare c´è il mare”: entre el decir y el hacer está el mar. Podemos imaginar que se abre un mar tan vasto como el Mediterráneo o, más aún, como el maremágnum del océano: una distancia inabarcable. Todo lo que se cuente es, por lo tanto, por el mero hecho de contarlo un cuento, o sea una mentira, real, como la propia realidad, pero falsa; sin embargo, lo que no se cuenta, lo que uno se calla porque no puede contarlo, eso es lo interesante, lo verdadero. Siempre ha sido lo mejor: lo que se sugiere, lo que no se dice, lo que no se reduce a palabras, porque no se deja etiquetar ni simplificar, lo que se calla porque hay detrás algo más, mucho más que palabras. Eso es lo verdadero, aunque no sea real. Del dicho al hecho hay en realidad mucho más que un trecho, un profundísimo abismo infranqueable.
404.- Ni caso. Durante mucho tiempo la información escaseaba y era un bien más difícil de conseguir que el oro, pero hoy día hay un apabullante superávit. En la Red, desde luego, es lo que más abunda: información, de hecho es casi lo único que hay: informaciones que son publicidad y propaganda para las masas. Hay quien dice que con el aire y con el agua es lo que más abunda en el planeta: información, informaciones. Y dicen que como el agua y el aire es algo necesario. ¿Para qué? Me pregunto yo. Las informaciones son necesarias para meternos el miedo en el cuerpo y en el alma, que es lo mismo, y para distraernos. Lo mismo que el aire y que el agua, que están cada vez más contaminados en el planeta azul, la información también está polucionada, manipulada, sesgada; por lo que su abundancia se convierte en asfixiante: no es una riqueza de la que podamos sentirnos orgullosos, sino un motivo grave de preocupación: la información es un un tumor cancerígeno que pretende aniquilarnos insensibilizándonos ante lo que pasa, porque la información logra que nos desinteresemos precisamente de “lo que pasa” y nos preocupemos por cosas que no nos interesan, que ni nos van ni nos vienen, para que así seamos incapaces de ver lo que tenemos delante de nuestras propias narices, pues vemos, en lugar de lo que hay, las pantallas que nos ponen a modo de aquellas orejeras que les plantaban a los asnos para que caminaran siempre adelante en la misma y prefijada dirección. ¿Es bueno, pues, estar informado? Para nada. No sólo no es bueno, es perjudicial para la salud física y mental. Nuestra tarea, por lo tanto, es librarnos de la información, desinformarnos, no hacer caso de lo que nos cuentan.
405.- Estatua ecuestre del Generalísimo. El 17 de diciembre de 2008 fue retirada la estatua ecuestre de bronce de Franco que formaba parte del paisaje de Santander después de cuarenta y cuatro años en la plaza del Ayuntamiento. Era obra del escultor José Capuz. El ínclito Generalísimo no galopa ni sigue cabalgando a lomos de su caballo; era Francisco Franco pésimo jinete al parecer. No pueden las palomas ya condecorar, ellas que son las mensajeras de la paz, al victorioso general tras mil batallas haciendo sus deposiciones naturales encima de él, en su calvicie o su uniforme. No pasa ya ningún chiquillo que de pronto le entren urgentes ganas de orinar, y se haga pis en el pedestal de la estatua del caudillo, con toda la inocencia de los niños propia, vengando así a los hijos huérfanos de padres, a las madres todas que odian guerras y batallas, y a las víctimas de guerra que en el mundo han sido. No pasa ya ningún borracho por la noche tambaleándose a la luz de la luna, que se apoye, y le eche encima el largo vómito de su amarga borrachera, ya que ellos, los borrachos sólo y los niños dicen a las claras la verdad. Tampoco pasan los amantes ni se besan a la sombra de esa vieja estatua, ni se enfada el viejo carcamal del mílite glorioso indignado porque le hacen burla y el pecado del amor delante, impunemente, de sus narices; y el vejestorio de él, que firmó sentencias de muerte sin que le temblara el pulso y que de eso del amor no sabe casi nada, que sólo amó a la patria, idea descarnada, maldita sea, ya no siente el desdén indiferente de las palomas, los niños, los borrachos y los enamorados. Ya no galopa el militronche sobre el caballo percherón en Santander; le han quitado y retirado, lástima, su estatua ecuestre so pretexto de remodelación de la plaza.