Estamos viviendo una pesadilla apocalíptica de índole religiosa. La razón ha sido defenestrada. En su lugar hemos entronizado una teocracia islámica en el sentido etimológico de la palabra árabe islam, لإسلام, que significa sumisión, sometimiento.
La mascarilla, que se ha convertido en una cuestión ética y moral que brinda a los creyentes una falsa sensación de seguridad, es el símbolo, además, de una nueva fe que no promete ya la salvación del alma, espiritual, sino del cuerpo. La mascarilla, dentro de esta nueva religión, es el Hiyab, el velo islámico.
La mascarilla, que se ha convertido en una cuestión ética y moral que brinda a los creyentes una falsa sensación de seguridad, es el símbolo, además, de una nueva fe que no promete ya la salvación del alma, espiritual, sino del cuerpo. La mascarilla, dentro de esta nueva religión, es el Hiyab, el velo islámico.
La inevitable Güiquipedia nos depara a propósito esta sorpresa etimológica: La palabra islām, de la raíz trilítera s-l-m, deriva del verbo árabe aslama, que significa literalmente ‘aceptar, rendirse o someterse’. Así, el islam representa la aceptación y sometimiento a la voluntad de Dios (de Dios, sí, que es la traducción castellana de la palabra árabe Al-Lāh الله que significa precisamente ‘el Dios’). Aunque Nietzsche certificó la muerte de Dios por boca de Zaratustra, sabemos que en verdad no murió sino que se reencarnó en el Estado, y no sólo en Él, sino también en el Capital, añadimos nosotros ahora, que son tal para cual, las dos caras, la política y la económica, de una misma y única moneda.
Los fieles deben demostrar su sumisión venerándolo, siguiendo estrictamente sus órdenes y aboliendo el politeísmo y las creencias paganas anteriores.
En palabras del arabista Pedro Martínez Montávez: Se dice habitualmente que islam significa sumisión total a Dios, lo que es indudablemente cierto, aunque no es menos cierto que ello corresponde a la traducción de solo una parte de la palabra. Queda una segunda parte por traducir, atendiendo a la raíz lingüística de la que deriva, que cubre el campo semántico del bienestar, de la salvaguarda, de la salud, de la paz. Quiere esto decir, sencilla y profundamente, que el creyente se somete a Dios, se pone en sus manos, porque tiene la seguridad de que así se pone a salvo. Obsérvese también que islam y salam —que es como en lengua árabe se dice paz— son términos hermanos, al derivar ambos de la misma raíz.
Pero en realidad esto no es paz, sino una guerra camuflada: una guerra psicológica. Y conviene hacer creer que hemos vencido al virus, el Enemigo, porque era un objetivo hacerlo colectivamente. Esa era la consigna: «Juntos lo venceremos».
Pero no cantemos epinicios todavía. El enemigo es muy traicionero porque permite la bondad de la evolución en muchas personas, sobre todo jóvenes pero que se convierten en portadores y transmisores asintomáticos que van a contagiar a las personas vulnerables... Así que nadie está libre de este apocalíptico enemigo, el peor de todos, el que todos y cada uno llevamos dentro: unos, los más vulnerables porque son sus víctimas, y otros, los más sanos, porque son los portadores víricos y potenciales verdugos.
El enemigo, para San Antonio y sobre todo con el rocío mañanero de la noche de san Juan (con la hoguera de san Juan, todos los males se van), como creían los antiguos, se ha replegado, perdiendo virulencia y retirándose a sus campamentos de invierno. Sencillamente, el virus ahora tiene un trabajo muy difícil de propagación en las condiciones meteorológicas actuales, por lo que, incapaces de seguir empanicándonos con él en la coyuntura actual, aseguran que, entre esporádicos brotes y rebrotes veraniegos, volverá en otoño, renovando la agresividad de su ataque en toda su crudeza, cuando las mascarillas se sustituyan por las bufandas, porque habrá una segunda ola de nuevas invasiones.
El mensaje que transmiten las autoriades sanitarias para que asumamos responsablemente la realidad es que nos hallamos ante unos meses de calma tensa, pero que debemos prepararnos seriamente para un brote otoñal situado en el futuro inalcanzable por definición.
Estamos viviendo una PSYOP, que en la lengua del Imperio es la abreviatura de psycological operation, es decir, de una operación psicológica, en el sentido de maniobra de guerra psicológica.
Esto aparece, no me lo invento yo, en la página electrónica del Ministerio de Defensa del Gobierno de las Españas concerniente al Grupo de Operaciones Psicológicas: Las operaciones psicológicas (PSYOPS) tienen como objeto modificar la conducta de una parte de la población previamente elegida, influyendo en sus percepciones y actitudes. Y también esto otro: Las unidades PSYOPS son necesarias en cualquier operación militar, ya que éstas implican de una forma u otra la imposición de nuestra voluntad sobre la del adversario.