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martes, 6 de septiembre de 2022

De la epiquerecacia o del regodeo malicioso en el mal ajeno.

    Me encontré casualmente el otro día con la palabra alemana Schadenfreude (literalmente, 'alegría por el daño') en un texto inglés. Se trata de un préstamo lingüístico adoptado por la lengua de Chéspir y a partir de ahí por las demás lenguas occidentales, que se emplea para designar el gozo o la satisfacción que uno experimenta ante la desgracia ajena. El término es un compuesto de Schaden “daño, perjuicio” y Freude “alegría, placer”.
 
    Leo que un filósofo como Schopenhauer considera que la envidia era un sentimiento muy humano, mientras que la Schadenfreude, o sea el regodeo en el gozo-por-la-desgracia-de-otros, era algo diabólico para él; y también que el inglés dispone de otro préstamo lingüístico hindi o sánscrito que es muditā (मुदिता) para referirse a la alegría que uno siente ante el bienestar de los demás, una alegría contrapuesta a la Schadenfreude.
 
    El término Shadenfreude, perteneciente al registro culto y al ámbito de la psicología humana, ganó popularidad cuando apareció en un episodio de Los Simpsons, en el que Homer se reía de que la tienda de Flanders estuviera desierta y de que las cosas no le fueran tan bien a su vecino. Su hija, la sabionda Lisa, le explica a su padre el término alemán Schadenfreude, diciéndole que es una alegría malsana regocijarse, como hace él, con el sufrimiento y la desgracia de los otros. 

 

      Me preguntaba yo si no dispondríamos de algún término grecolatino para referirnos a este sentimiento tan humano, cuando descubrí que los ingleses tienen un sinónimo de Schadenfreude que es epicaricacy, que me puso enseguida sobre la pista de lo que yo buscaba guiado por la presencia del prefijo griego epi-. 
 
    En la Ética a Nicómaco de Aristóteles, en efecto, aparece el término ἐπιχαιρεκακία -epiquerecacia, en un pasaje (1107 a 8-11) donde el estagirita habla de su famoso término medio ideal de vida, que es la mesotes,  el in medio stat uirtus de los romanos ('en el término medio está la virtud'): οὐ πᾶσα δ᾽ ἐπιδέχεται πρᾶξις οὐδὲ πᾶν πάθος τὴν μεσότητα· ἔνια γὰρ εὐθὺς ὠνόμασται συνειλημμένα μετὰ τῆς φαυλότητος, οἷον ἐπιχαιρεκακία ἀναισχυντία φθόνος, καὶ ἐπὶ τῶν πράξεων μοιχεία κλοπὴ ἀνδροφονία, que traduce así Julio Pallí Bonet: Sin embargo no toda acción ni toda pasión admiten el término medio, pues hay algunas cuyo solo nombre implica la idea de perversidad, por ejemplo, la malignidad, la desvergüenza, la envidia; y entre las acciones, el adulterio, el robo y el homicidio.
 
    El traductor ha vertido ἐπιχαιρεκακία por “malignidad”. Aristóteles presenta la epiquerecacia entre las pasiones que no tienen término medio, poniéndola al lado de la envidia, como hacía Schopenhauer. 
 

 
    En latín no hay una palabra que traduzca exactamente el concepto que representa el término griego, que es un compuesto del verbo ἐπιχαίρω 'alegrarse sobremanera' -compuesto a su vez del prefijo ἐπί, con valor intensivo, y del verbo χαίρω, propiamente 'alegrarse'- y el sustantivo κακία 'mal, sufrimiento', con la connotación de regodearse en la desgracia ajena. 
 
    Tomás de Aquino tradujo el término griego al latín como “gaudium de malo” (regocijo por un mal). Y el diccionario grecolatino de Charles Estienne (1554) define el término griego con más precisión como “gaudium ex alienis malis acceptum” (recogijo experimentado por los males ajenos). 
 
         En Las vidas y opiniones de los filósofos ilustres (VII, 114) de Diógenes Laercio aparece también el término aristotélico, que Luis-Andés Bredlow traduce al castellano, mejor a mi entender que 'malignidad', por “regodeo malicioso”: “el regodeo malicioso, placer ocasionado por los males ajenos” (ἐπιχαιρεκακία δὲ ἡδονὴ ἐπ’ ἀλλοτρίοις κακοῖς). 
 
Epiquerecacia
 
    Entre los ejemplos literarios antiguos de Schadenfreude o epiquerecacia, suelen citarse unos versos de Lucrecio, justamente célebres, donde se pone de relive este sentimiento (De rerum natura, II, 1-6): Suaue, mari magno turbantibus aequora uentis, / e terra magnum alterius spectare laborem, / non quia uexari quemquamst iucunda uoluptas, / sed quibus ipse malis careas quia cernere suauest; / per campos instructa tua sine parte pericli / suaue etiam belli certamina magna tueri. Así los traduce Agustín García Calvo: Dulce, cuando alborotan los vientos el piélago vasto, / desde la tierra mirar la de otros pena y trabajo, / no porque sea el que sufra ninguno un gozo ni agrado, / sino que es dulce el ver de qué males uno está a salvo; / trabados por la llanura sin que entres tú en el estrago / dulce también los grandes combate de guerra mirarlos
 
    Lucrecio, sin embargo, no habla en este pasaje del gozo del mal ajeno propiamente dicho, que eso sería la epiquerecacia aristotélica, sino del gozo de ver el mal del que uno se ha librado, algo que recuerda de alguna manera un poco al fenómeno de la catarsis que se experimenta ante la contemplación de una tragedia griega. Edipo cuando descubre que es el autor de la muerte de su padre y que le ha hecho hijos a su madre, se arranca los ojos y se exilia, porque tiene que sufrir y pagar por sus crímenes y darse  muerte sería una salida fácil para él. El espectador, que se ha identificado con Edipo durante el tiempo que dura la representación,  se libera, una vez que cae el telón y se acaba la función, de ese encantamiento volviendo a ser él mismo y comprobando cómo el desenlace trágico ha recaído sobre el protagonista y no sobre él, que se ve así como purgado.
 
    Dice, en efecto, literalmente Lucrecio que no es un placer agradable (iucunda uoluptas) que alguien -otro que no soy yo- sufra tormento (quemquam uexari), sino que lo que es dulce es ver tú mismo de qué desgracias estás libre (quibus malis careas), es decir, que estás libre de las desgracias que ves que sufren los demás.
 
    La trascripción latina del término griego se la debemos a Erasmo de Rotterdam en el Renacimiento: epichaerecacia, que en castellano resulta epiquerecacia, que no figura en el diccionario de la docta Academia. Sin embargo, mucho me temo que se acabe imponiendo, si no se ha impuesto ya a estas alturas, el anglicismo epicaricacy a través de la defectuosa transcripción inglesa de los sonidos vocálicos: epicaricacia.