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domingo, 19 de octubre de 2025

La Nueva Escuela

    El pedagogo suizo Adolphe Ferrière (1878-1960), promotor de la Escuela Nueva, una corriente de renovación pedagógica surgida a finales del siglo XIX y desarrollada a lo largo del  XX, propuso la reforma de la vieja escuela tradicional denunciando su fracaso; basándose en principios psicopedagógicos modernos pretendió reformar la sociedad mediante una "educación para la vida", dándole la vuelta al non uitae sed scholae discimus ('no aprendemos para la vida, sino para la escuela') de Séneca, convirtiéndolo en lo que debería ser: non scholae sed uitae discimus ('no aprendemos para la escuela, sino para la vida'). Su propuesta está recogida en sus libros como, por ejemplo, 'Transformons l'école' (1920). 
 
 
    Contaba Ferrière que la escuela, lejos de su etimología griega (en griego scholé, ocio), se había convertido en un centro de trabajo (en latín tripalium, tres estacas que servían como instrumento de tortura), un suplicio, lo que se había logrado siguiendo las indicaciones del diablo, su fundador (cito textualmente):  Al niño le gusta la naturaleza: se le enclaustró en aulas cerradas. Al niño le gusta jugar: se le obligó a trabajar. Le gusta ver que su actividad sirve para algo: se hizo de forma que su actividad no tuviera ningún objetivo. Le gusta moverse: se le obligó a permanecer inmóvil. Le gusta manipular objetos: se le puso en contacto con las ideas. Le gusta servirse de las manos: solo se puso en juego su cerebro. Le gusta hablar: se le obligó al silencio. Le gustaría razonar: le hicieron memorizar. Le gustaría investigar la ciencia: se la sirvieron ya hecha. Le gustaría seguir su imaginación: lo sometieron al yugo de los adultos. Le gustaría entusiasmarse: inventaron los castigos. Le gustaría ser útil libremente: le enseñaron a obedecer pasivamente. «Perinde ac cadaver» [igual que un cadáver].
 
    Muy pronto este régimen dio sus frutos. Donde mejor estaban los niños era en la escuela, intramuros, no extramuros, correteando por ahí sin ton ni son. Así es como debía ser. En la escuela aprenden a someterse a unos horarios, de encierro y libertad con el alivio de sus correspondientes recreos. Sin embargo, algunos niños, a los que se les hacía insoportable aquel confinamiento, se rebelaron contra la escuela,  hicieron novillos y practicaron el absentismo escolar: huyeron al bosque a trepar a los árboles, a coger moras, a corretear, saltándose las clases... 
 
    Pronto se vio el fracaso de aquella vieja escuela decimonónica, por lo que el diablo, nunca ayuno de recursos, ingenió otra estrategia, sugiriendo a los ilustres pedagogos como Ferrière que crearan la Nueva Escuela: los niños podrían gozar de salidas didácticas, organizándose periódicas excursiones. Los escolares agradecerían infinitamente la salida del centro (eso es lo que sugiere el prefijo ex- de la palabra ex-cursión con toda su fuerza centrífuga) a los maestros y profesores enrollados que los sacaran por un tiempo prudencial de la jaula de las aulas, para recargar las pilas o mejor, como dicen ahora, las baterías, de forma que pudiesen volver con energía renovada a la incursión (el prefijo in-, aquí de claro valor centrípeto, señala la vuelta a la normalidad y enclaustramiento; tras la excursión se impondría la incursión en la machadiana “monotonía / de lluvia tras los cristales”).
 
 
    Bien entrados ya en el siglo XXI, la Escuela Nueva es una realidad. Centros públicos y privados compiten en la organización de las llamadas “actividades extraescolares”, hasta el punto de que todos disponen prescriptivamente de un Departamento a ellas consagrado, y de un Jefe encargado de hacer su programación y el seguimiento de dichas actividades fundamentales para el normal funcionamiento de un centro escolar de primaria y secundaria que se precie, cuya obligatoriedad sin ellas resultaría intolerable, igual que un calendario sin festividades, un trabajo sin vacaciones o una semana sin su finde.
 
    Hemos ido viendo desde entonces cómo también rivalizan unos y otros equipos directivos de los centros en la organización de diversos saraos académicos como posados fotográficos para orlas conmemorativas del inolvidable curso escolar, eventos deportivos y concursos varios de misses y misters, bailes de primavera y de graduación, ceremonias de comienzo y fin de curso, llegando a fletar autobuses y chóferes para que se vayan turnando en los largos trayectos por las autopistas de Dios devorando millas a toda pastilla, trenes, cruceros y hasta aviones para poner en circulación por tierra, mar y aire por el ancho mundo las cohortes de estudiantes. 
 
    Parece a fin de cuentas que las Actividades Extraescolares, por lo tanto, se hubieran convertido en las auténticas actividades escolares, las que más caracterizan y definen al Centro Escolar convirtiéndose en el eje de su 'proyecto educativo'(sic), siendo las intraescolares, por emplear este término para las clases cada vez menos magistrales poco más que un breve paréntesis entre una y otra extraescolar y una disculpa para realizar las que realmente promocionan al Centro, las que rompen con la reclusión claustrofóbica, sin las que esta sería insoportable.
 
La vieja y la nueva escuela.

     Los profesores que osan criticar la excesiva realización de dichas actividades, por su parte, son tachados de intransigentes cavernícolas y carcas chapados a la antigua por pretender tener a los alumnos "amarrados al duro banco" de las galeras turquescas que siguen siendo, pese a todos los pesares, las aulas. Como consecuencia de todo esto, la mayoría de los centros educativos han cambiado y se han convertido en centros de actividades extra-escolares: organizan excursiones, intercambios de "inmersión lingüística" (sic) y viajes que hacen la competencia a las agencias del gremio; hacen turismo para dar una vuelta -eso es el "tour"- y volver tras el garbeo del giro copernicano a lo mismísimo de siempre. 
 
    Al tiempo que se organizan las salidas pedagógicas, se extreman las medidas de control interior instalándose cámaras de videovigilancia e intensificándose las guardias de patios y recreos a cargo de profesores que se convierten así en vigilantes más preocupados del buen comportamiento de los escolares que del proceso de enseñanza y aprendizaje.
 
    Pero la Nueva Escuela no solo consistió en la organización de actividades extraescolares, sino, sobre todo, en la imposición de la educación en lugar de la enseñanza, lo que con el tiempo se revelaría igualmente desastroso y no menos doctrinario: la gran mayoría de los niños dejaría de interesarse por las cosas, echando a perder el tesoro de su curiosidad infantil. En la Nueva Escuela se les deja hablar y expresarse hasta la saciedad, y hacer ruido. Nada más obsoleto que aquella voz del maestro gritando "¡silencio!". Se alienta a que los pequeños expresen con sus propias voces y palabras lo que se les inculca, que no deben memorizar, con el detrimento que esto supone para el desarrollo de la capacidad mnemotécnica: memoria minuitur nisi eam exerceas: la memoria se atrofia si no se hace uso de ella. 
      Como a los niños les gusta preguntar, para que no cansen a sus maestros y profesores, se les sirven las respuestas antes de que formulen sus interminables preguntas, y se les aconseja que utilicen la Red donde está toda la información disponible hasta la fecha, y recurran, en el colmo de la estupidez natural, a la Inteligencia Artificial, a través de las pantallas y medios audiovisuales, en detrimento de las viejas pizarras trasnochadas. 
 
    El viejo demonio, fundador de la vieja escuela y refundador de la nueva, sonríe satisfecho, qué diablos,con la nueva e incomprensible jerga psicopedagógica o pedopsicagógica con la que se envuelve su regalo envenenado: la Vieja Escuela de toda la vida de Dios envuelta en el celofán de la Nueva Escuela.