Mostrando entradas con la etiqueta Dostoyesqui. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dostoyesqui. Mostrar todas las entradas

domingo, 4 de agosto de 2024

Como borregos

    El historiador romano Salustio nos ha transmitido un discurso de Gayo Licinio Macro (a veces llamado “Mácer” conservando su nombre original latino, en lugar de adaptarlo al castellano como se debe, que es Macro), tribuno de la plebe romana en el año 73 antes de Cristo, dirigido a la misma. La figura de Licinio Macro, que llegara a ser pretor en el 68 a. de C., y que dos años después fuera acusado de soborno y extorsión por Cicerón y condenado, lo que provocó su suicidio, no nos interesa ahora, como tampoco su labor de analista y autor de una crónica de la historia de Roma en dieciséis libros, que se ha perdido. 

    Cicerón admite de mala gana que nuestro Macro, que ponía especial énfasis en la lucha de clases entre patricios y plebeyos, tomando partido indiscutible por estos últimos, fue un orador de cierto valor, del que llega a decir que tenía una admirable precisión (mira accuratio)  en el hallazgo y disposición del material (in inueniendis componendisque rebus)  pero uno diría que era más fruto de la experiencia (ueteratoriam) que habilidad discursiva innata (oratoriam). 

    Nos interesa resaltar un fragmento de uno de sus discursos dirigidos a la plebe en el que establece una comparación muy significativa que se ha convertido en un tópico literario que se aplica a las personas que eligen voluntariamente la servidumbre en lugar de la libertad, actuar more pécorum (que Séneca reformula más tarde como pécorum ritu): al modo de los borregos, como el rebaño, igual que corderos... (Salustio, Historias, fragmento 48.6 Maurenbrecher), que dice así en traducción de Bartolomé Segura Ramos:

“Sin embargo todos los demás que han sido elegidos para defender vuestro derecho han vuelto contra vosotros toda su fuerza y poder por granjearse un favor, por medio de promesas o de recompensas, y consideran mejor delinquir a cambio de dinero que obrar honestamente gratis”.

    Lamenta así Macro la deriva de otros tribunos de la plebe, como él, que, a diferencia de él, en lugar de defender a sus electores se han vuelto contra ellos, y han preferido faltar a su deber por dinero que representar a la plebe “gratis et amore”, es decir, por las meras gracias y amor de hacerlo, sin que medie remuneración. Hay que tener en cuenta que todos los cargos públicos en la república romana eran honoríficos, es decir, no estaban reribuidos económicamente, por lo que quien se dedicaba a la política profesionalmente no lo hacía a cambio de ningún salario, sino por el honor que eso le confería. La política era gratificante, no tenía, como en la actualidad, ningún interés económico.

“De manera que todos se han echado en brazos de la tiranía oligárquica, de esos que en nombre de la guerra han tomado posesión del erario, de los ejércitos, reinos y provincias, y tienen un alcázar en vuestros despojos”,

    Todos, reprocha Macro a sus colegas, se han subordinado al dominio de unos pocos (“in paucorum dominationem”), unos pocos que han agitado el fantasma de la guerra para enriquecerse a costa del erario público

“mientras que vosotros, que sois multitud, a la manera de borregos, os entregáis a ellos para que cada uno os posea y haga usufructo de vosotros, privados de todo cuanto os dejaron vuestros mayores, con la diferencia de que vosotros mismos con los votos os dais ahora por amos a quienes antaño eran vuestros defensores”.

    El reproche de Macro se dirige ahora a sus electores plebeyos acusándolos de actuar como el ganado, entregándose voluntariamente a la servidumbre de unos amos que ellos mismos han elegido democráticamente (“per suffragia”) cuando debieran velar por defender sus derechos y protegerlos.

    Mientras prosigue con su resumen de la historia del conflicto entre patricios y plebeyos, presenta la tergiversación lingüística como el medio a través del cual ("per militare nomen") los patricios han logrado enriquecerse por la vía del robo.

    Macro, más adelante, advierte a sus oyentes de la perversión lingüística y el peligro de modificar los nombres de las cosas (“nomina rerum”), describiendo como paz (“otium”) lo que es realmente esclavitud (“seruitium”): “Por lo que os pongo sobre aviso y os ruego que tengáis presente no cambiar los nombres de las cosas conforme a vuestra dejadez, y no llaméis tranquilidad a vuestra esclavitud.”

     En Los hermanos Karamazof de Dostoyesqui se pone en boca del Gran Inquisidor la disposición del hombre a la necesidad de seguridad y no de libertad: la propensión a pertenecer a un grupo, en la religión, en el partido, señalando así que nos sentimos más seguros en el rebaño “pecorum ritu”, como había sostenido Séneca: Les convenceremos de que no serán verdaderamente libres más que cuando hayan confiado a nuestro favor su libertad.

domingo, 4 de septiembre de 2022

En la casa de citas con Agamben, Bobbio, Debord, Dostoyesqui, Luis Rosales y Galeano

Empezamos con Giorgio Agamben, que nos dice a propósito de estos tiempos nuestros que corren, malos como son para la lírica y la épica: Los historiadores recordarán este momento histórico destacando cómo los periodistas hicieron gala de la más vergonzosa e infame complicidad
 

 
Seguimos con Norberto Bobbio (1909-2004), que escribió en La edad de los derechos (1990) lo siguiente: La función primaria de la ley es la de oprimir, no la de liberar; restringir, no ampliar los espacios de libertad; enderezar el árbol cuando se tuerce, no dejarlo crecer naturalmente. Con una metáfora usual puede decirse que derecho y deber son el anverso y el reverso de una medalla. Pero ¿cuál es el anverso y cuál el reverso? Depende de la posición desde la que observemos la medalla
 
Una cita con todo un clásico, Dostoyesqui (1821-1881), que nos habla en Los hermanos Karamazov sobre la crueldad bestial: Con frecuencia se habla de la crueldad del hombre y se acostumbra a compararlo con las bestias. Esto es injusto; al decir tal cosa se ofende a las bestias. Las bestias no poseen la artística crueldad de los hombres
 

 
Guy Debord (1931-1994) escribió premonitoriamente por su parte: Los espectadores no encuentran lo que desean, sino que desean lo que encuentran
 
 
Unos versos de un villancico del poeta Luis Rosales (1910-1992): ...de noche iremos, de noche, / sin luna iremos, sin luna, / que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra
 
Finalmente Eudardo Galeano (1940-2015) escribe en Patas arriba, la escuela del mundo al revés (edit. Siglo XXI, Madrid 2010), a propósito del lenguaje políticamente corregido, mejor que correcto, que comenzaba a estilarse ya por entonces: “En la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presencia de una señorita. Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública: el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado; el imperialismo se llama globalización; las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos; el oportunismo se llama pragmatismo; la traición se llama realismo; los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos; la expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar; el derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral; el lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres, entre los derechos de las minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría; en lugar de dictadura militar, se dice proceso; las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas; cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos; el saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito; se llaman accidentes los crímenes que cometen los automóviles; para decir ciegos, se dice no videntes; un negro es un hombre de color; donde dice larga y penosa enfermedad, debe leerse cáncer o sida; repentina dolencia significa infarto; nunca se dice muerto, sino desaparición física; tampoco son muertos los seres humanos aniquilados en las operaciones militares: los muertos en batalla son bajas, y los civiles que se la ligan sin comerla ni beberla, son daños colaterales; en 1995, cuando las explosiones nucleares de Francia en el Pacífico sur, el embajador francés en Nueva Zelanda declaró: «No me gusta esa palabra bomba. No son bombas. Son artefactos que explotan»; se llaman Convivir algunas de las bandas que asesinan gente en Colombia, a la sombra de la protección militar; Dignidad era el nombre de unos de los campos de concentración de la dictadura chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya; se llama Paz y Justicia el grupo paramilitar que, en 1997, acribilló por la espalda a cuarenta y cinco campesinos, casi todos mujeres y niños, mientras oraban en una iglesia del pueblo de Acteal, en Chiapas.”

viernes, 29 de mayo de 2020

De opinionibus non est disputandum

Leyendo Los hermanos Karamazov de Dostoyesqui me sorprende el latinajo de opinionibus non est disputandum -no hay que discutir sobre opiniones-, que no conocía, y sobre el que volveré luego. Sí que había oído una formulación parecida, que es de gustibus non disputandum est -no hay que discutir sobre gustos-, y un poco más ampliada, aludiendo también a los colores, de gustibus et coloribus non est disputandum, que equivalen a nuestro Sobre gustos no hay nada escrito, a la muy frecuente paremia Para gustos, los colores, y al pareado Sobre gustos y colores / no discuten los doctores.

No encuentro ninguna formulación en latín clásico ni con las palabras de Dostoyesqui sobre las opiniones, que parece una creación propia, ni tampoco sobre los gustos y los colores, que parece de origen tardío. Quizá lo más parecido que podemos hallar en la literatura grecolatina que conocemos es el virgiliano trahit sua quemque uoluptas A cada cual lo arrastra su gusto, con que el pastor Coridón le confiesa el amor que le inspira al lindo Alexis, que no le corresponde. 

Así que el de gustibus (et coloribus) non disputandum est debe de ser una creación quizá medieval, pero lo cierto es que su resonancia ha llegado hasta nuestros días. Y se refiere a lo absurdo que es ponerse a discutir, por ejemplo, la razón de los gustos personales por su carácter peculiar precisamente y no común. Si a uno le gusta el color azul y a otro el verde, no tiene sentido discutir quién tiene razón porque en ese debate no cabe el razonamiento. 


Ahora bien, si tomamos el refrán castellano: Sobre gustos no hay nada escrito, que podríamos revertir al latín como de gustibus nihil scriptum (est), podemos preguntamos dónde no hay nada escrito porque lo cierto es que en muchos sitios se ha escrito y se escribe mucho sobre gustos, hasta el punto de que sería una labor titánica leerlo todo. No se me ocurre más explicación que en ningún código legislativo o en el Libro de los libros que era la Biblia, porque fuera de esas “sagradas escrituras” hay infinidad de tratados y discusiones que podrían llenar enteras bibliotecas. 

Volviendo a la formulación dostoyesquiana del principio: De opinionibus non est disputandum, lo más parecido que encuentro en la literatura grecolatina es el verso de Terencio (Formión 454): quot homines tot sententiae: suo' quoique mos (latín clásico: suus cuique mos, que Enya canta en Afer uentus): Cuantos hombres, tantos pareceres: cada cual tiene su temperamento, que podríamos traducir libremente con el refrán: cada maestrillo tiene su librillo

The dead pool (La lista negra en España), Clint Eastwood (1988) 

En el mundo anglosajón se ha hecho proverbial la frase "Las opiniones son como los agujeros del culo, todo el mundo tiene un ojete y piensa que el que huele mal es el de los demás". En palabras de la autora de bestsellers Simone Elkeles, que parece que es quien encontró esta formulación: “Opinions are like assholes, everybody' s got one and everyone thinks everyone else's stink”. De la primera parte de la frase se hace eco el personaje que encarna el actor Cleant Eastwood en la película The dead pool (1988). 

El hallazgo viene a decir que es ilógico discutir de opiniones porque son personales y porque son ideas fijas que se resisten, obstinadas, al paso de la razón que las desbarata denunciando su carácter individual, irracional y no común, como los gustos y los colores, y cada cual tiene la suya, cada uno su cadaunada, como decía el otro; no son algo que se pueda poner en la tela de juicio de la puesta en común porque las opiniones, pareceres o ideas no admiten razonamientos, razonar es precisamente desprenderse de ellas. Y ya se sabe aquello de suus cuique crepitus bene olet: a cada cual le huelen bien sus propios pedos. Y aquello otro de cada loco con su tema. Los locos -y lo somos todos en cuanto dejamos de razonar- creen que no han perdido la razón, o sea, creemos que  no hemos perdido la razón, porque lo que nos ocurre es que hemos creado una propia, con nuestras propias ideas, gustos y opiniones,  y eso nos aleja de la razón común de los mortales.

Hay quien dice que todas las opiniones son respetables, pero es mentira. Lo que nos dice el sentido común es que ninguna lo es más que otra, que las opiniones se convierten en dogmas y los dogmas en artículos de fe. Pueden considerarse respetables las personas, y de hecho todas lo son por igual, pero no sus opiniones, precisamente porque no son discutibles, sino irracionales, porque no se dejan someter a la criba antidogmática de la razón.

Enya canta en latín en la última estrofa: Suus cuique mos. Suum cuique / Meus mihi, suus cuique carus / Mememto, terrigena / Mememto, vita brevis / Meus mihi, suus cuique carus.
(Cada cual tiene su temperamento. A cada uno lo suyo / A mí me es querido el mío, a cada uno el suyo/  Recuerda, terrícola/ Recuerda, la vida es breve / A mí me es querido el mío, a cada uno el suyo)