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martes, 21 de marzo de 2023

Dos latinajos

    Corruptissima re publica plurimae leges, escribe Tácito a propósito del afán legislativo del Estado, que Moralejo en su espléndida traducción vierte al castellano como “en una república corrompida a más no poder se multiplicaron las leyes”. Denunciaba Tácito así que ya no se legislaba para todos (in commune), sino contra particulares (in singulos homines), por lo que proliferaban las leyes en número exorbitantemente creciente. 
    
 Viene la frase en nuestros días a denunciar que cuantas más leyes hay, más corrupción habrá en el seno, es decir en las cloacas del Estado, estableciéndose una relación proporcional: a más leyes, más corruptelas, por aquello que dice la gente de que el que hace la ley hace la trampa para saltársela. La emisión de nuevas reglas, procedimientos, disposiciones, ordenanzas y cualquier tipo de normativa o protocolos, que en su mayoría son absurdas e inaplicables, es cosa de todos los días. Su cumplimiento es tan difícil que se crean enseguida espacios apropiados para la transgresión. 
 
    Y llegamos así al otro latinajo, un poco más largo, que es una definición de la ley, que establece una metáfora muy significativa que Valerio Máximo le atribuía a un bárbaro, el escita Anacarsis: Lex est araneae tela, quia si in ea inciderit quid debile, retinetur; graue autem pertransit tela rescissa. Lo que viene a decir: La ley es una tela de araña porque si algo débil cae en ella lo retiene; pero lo grave se escapa una vez rasgada la tela. 
 
 
    Es algo que sabe todo el mundo: las leyes están para penalizar las pequeñas infracciones, como la telaraña, que captura moscas y mosquitos, pero deja escapar impunes las grandes infracciones, como los abejorros y moscones, que se libran de la tela de araña, destruyéndola y burlándola. Venía así a decir algo que sabe la gente. 
 
    Una copla de La vuelta de Martín Fierro de José Hernández se hace eco de este latinajo: La ley es tela de araña / -en mi inorancia lo esplico-. / No la tema el hombre rico; / nunca la tema el que mande; / pues la ruempe el bicho grande / y sólo enrieda a los chicos.
 
    Si seguimos la metáfora de Anacarsis de que las leyes de un Estado son como las telarañas, el Estado sería el arácnido que ha tejido su red para atrapar a sus presas y engullirlas. Y si relacionamos esto con el primer latinajo: a más leyes, más trampas y más corrupción.

viernes, 29 de mayo de 2020

De opinionibus non est disputandum

Leyendo Los hermanos Karamazov de Dostoyesqui me sorprende el latinajo de opinionibus non est disputandum -no hay que discutir sobre opiniones-, que no conocía, y sobre el que volveré luego. Sí que había oído una formulación parecida, que es de gustibus non disputandum est -no hay que discutir sobre gustos-, y un poco más ampliada, aludiendo también a los colores, de gustibus et coloribus non est disputandum, que equivalen a nuestro Sobre gustos no hay nada escrito, a la muy frecuente paremia Para gustos, los colores, y al pareado Sobre gustos y colores / no discuten los doctores.

No encuentro ninguna formulación en latín clásico ni con las palabras de Dostoyesqui sobre las opiniones, que parece una creación propia, ni tampoco sobre los gustos y los colores, que parece de origen tardío. Quizá lo más parecido que podemos hallar en la literatura grecolatina que conocemos es el virgiliano trahit sua quemque uoluptas A cada cual lo arrastra su gusto, con que el pastor Coridón le confiesa el amor que le inspira al lindo Alexis, que no le corresponde. 

Así que el de gustibus (et coloribus) non disputandum est debe de ser una creación quizá medieval, pero lo cierto es que su resonancia ha llegado hasta nuestros días. Y se refiere a lo absurdo que es ponerse a discutir, por ejemplo, la razón de los gustos personales por su carácter peculiar precisamente y no común. Si a uno le gusta el color azul y a otro el verde, no tiene sentido discutir quién tiene razón porque en ese debate no cabe el razonamiento. 


Ahora bien, si tomamos el refrán castellano: Sobre gustos no hay nada escrito, que podríamos revertir al latín como de gustibus nihil scriptum (est), podemos preguntamos dónde no hay nada escrito porque lo cierto es que en muchos sitios se ha escrito y se escribe mucho sobre gustos, hasta el punto de que sería una labor titánica leerlo todo. No se me ocurre más explicación que en ningún código legislativo o en el Libro de los libros que era la Biblia, porque fuera de esas “sagradas escrituras” hay infinidad de tratados y discusiones que podrían llenar enteras bibliotecas. 

Volviendo a la formulación dostoyesquiana del principio: De opinionibus non est disputandum, lo más parecido que encuentro en la literatura grecolatina es el verso de Terencio (Formión 454): quot homines tot sententiae: suo' quoique mos (latín clásico: suus cuique mos, que Enya canta en Afer uentus): Cuantos hombres, tantos pareceres: cada cual tiene su temperamento, que podríamos traducir libremente con el refrán: cada maestrillo tiene su librillo

The dead pool (La lista negra en España), Clint Eastwood (1988) 

En el mundo anglosajón se ha hecho proverbial la frase "Las opiniones son como los agujeros del culo, todo el mundo tiene un ojete y piensa que el que huele mal es el de los demás". En palabras de la autora de bestsellers Simone Elkeles, que parece que es quien encontró esta formulación: “Opinions are like assholes, everybody' s got one and everyone thinks everyone else's stink”. De la primera parte de la frase se hace eco el personaje que encarna el actor Cleant Eastwood en la película The dead pool (1988). 

El hallazgo viene a decir que es ilógico discutir de opiniones porque son personales y porque son ideas fijas que se resisten, obstinadas, al paso de la razón que las desbarata denunciando su carácter individual, irracional y no común, como los gustos y los colores, y cada cual tiene la suya, cada uno su cadaunada, como decía el otro; no son algo que se pueda poner en la tela de juicio de la puesta en común porque las opiniones, pareceres o ideas no admiten razonamientos, razonar es precisamente desprenderse de ellas. Y ya se sabe aquello de suus cuique crepitus bene olet: a cada cual le huelen bien sus propios pedos. Y aquello otro de cada loco con su tema. Los locos -y lo somos todos en cuanto dejamos de razonar- creen que no han perdido la razón, o sea, creemos que  no hemos perdido la razón, porque lo que nos ocurre es que hemos creado una propia, con nuestras propias ideas, gustos y opiniones,  y eso nos aleja de la razón común de los mortales.

Hay quien dice que todas las opiniones son respetables, pero es mentira. Lo que nos dice el sentido común es que ninguna lo es más que otra, que las opiniones se convierten en dogmas y los dogmas en artículos de fe. Pueden considerarse respetables las personas, y de hecho todas lo son por igual, pero no sus opiniones, precisamente porque no son discutibles, sino irracionales, porque no se dejan someter a la criba antidogmática de la razón.

Enya canta en latín en la última estrofa: Suus cuique mos. Suum cuique / Meus mihi, suus cuique carus / Mememto, terrigena / Mememto, vita brevis / Meus mihi, suus cuique carus.
(Cada cual tiene su temperamento. A cada uno lo suyo / A mí me es querido el mío, a cada uno el suyo/  Recuerda, terrícola/ Recuerda, la vida es breve / A mí me es querido el mío, a cada uno el suyo)