El señor Bill Gates y su señora, Melinda Gates, calificados por nuestro entrañable Periódico Global, de cuyo nombre propio no quiero hacer mención, como “la pareja de filántropos”, publican una carta en donde reflexionan sobre el pasado año 2020, afirmando que “las distinciones entre países ricos y pobres se derrumbaron ante un virus para el cual las fronteras no existen”, como si por arte de magia hubieran desaparecido los ricos y los pobres ante el poder igualitario de la Muerte que no hace distingos a la hora de llevarse a todo el mundo al otro barrio y que como dijo Horacio lo mismo da una patada a las soberbias puertas de los palacios de los príncipes que a las chabolas de los pobres, pero que no soluciona las desigualdades económicas en este mundo, como parece que quieren dar a entender los multimillonarios filántropos norteamericanos que subvencionan los periódicos mundiales donde luego aparecen publicadas sus cartas.
Según ellos, todos estamos en el mismo barco (we are all in this together), a lo que la voz del pueblo y la razón común les dice que no es verdad. En todo caso todos estamos en el mismo océano, donde unos navegan en lujosos yates como ellos, otros en lanchas o barquichuelas, otros nadando con salvavidas y muchos sin él a merced de la corriente y las olas, y muchísimos naufragan y se ahogan...
El señor y la señora Gates definen el 2020 como el año “en que la salud global se volvió local” (the year global health went local), y parecen muy orgullosos de esta ingeniosa frasecilla a juzgar por las veces que la repiten a lo largo de su epístola, aunque parece que la cosa también podría verse al revés: la salud local es la que se volvió un problema global. Lo privado y particular se volvió un asunto público y general, y viceversa, habida cuenta de la teoría conspirativa del contagio.
Ellos, a pesar de sus miles de millones de dólares, tienen la conciencia tranquila, no lo dicen, pero se deduce de su carta porque se sienten orgullosos de la fundación que crearon hace dos décadas, centrada en la salud mundial, una salud siempre preventiva y nunca curativa, y encaminada según ellos “a mejorar la vida del mayor número posible de personas”.
A pesar de todas las dificultades, la señora y el señor Gates son optimistas, ven que se acerca el final del principio, ven que “brilla un rayo de esperanza en el horizonte” y están convencidos de que las nuevas herramientas, se refieren a las vacunas principalmente, “pronto empezarán a flexionar la curva de forma rotunda”.
Profesora de instituto dando clase en Seúl (Corea)
Esperemos que la susodicha vacuna no sea como el caballo de Troya y no suceda como con la aciaga profecía de la ninguneada y sin embargo clarividente Casandra, que se opuso a su entrada, pero nadie hizo caso de sus advertencias premonitorias. Esperemos que la inoculación de la vacuna en el organismo humano traiga la solución al problema, y no, como creía aquella loca visionaria, su agravación. Esperemos que la propia vacuna no sea un virus troyano que, si lo introducimos en nuestro organismo pensando que es el antivirus perfecto, acabe destruyéndolo y arrasándolo, porque de su interior saldrá el enemigo que pretendíamos combatir y que creíamos haber vencido, y aprovechará el relajo de nuestro sistema inmunitario que se cree a salvo durante el sueño para sembrar la desolación y permitir, haciéndose viral, que entren a saco todos los víruses del mundo. Y Troya será pasto de las llamas.
Resulta conmovedor leer cómo se preocupan los Gates porque, ante una crisis global como esta, las empresas, como hacen habitualmente, “tomen decisiones impulsadas por un afán de lucro” o los gobiernos “actúen con el objetivo limitado de proteger únicamente a sus propios ciudadanos”, como si ese no fuera su cometido, y unos y otros no miren como miran ellos por el bien común y global, palabra mágica esta última que vale por mundial, y que tanto acarician nuestros buenos samaritanos.
Para que esto no suceda porque sería muy poco altruista entra en juego la filantropía, es decir, el desinteresado amor a la humanidad sin ánimo lucrativo de los señores Gates que reconocen tener relaciones sólidas “con la OMS, con expertos, con gobiernos y con el sector privado” en los que han invertido, según declaran, 1.750 millones de dólares, que se dice enseguida, para luchar contra la Covid-19, lo que implica, en primer lugar crearla o, si ya existía, magnificarla. Pues para ser un héroe hay que tener un monstruo que combatir que esté a la altura de la proeza heroica que se pretende, y si el monstruo no es tan fiero como lo pintan, hay que maquillarlo y hacer que parezca más fiero de lo que es a fin de infundir pánico y terror. Todo héroe crea el monstruo contra el que dice combatir.
Pero llegados a este punto, cuando creíamos que todo iba a solucionarse con la dichosa vacunación que ellos promueven y fomentan, el señor y la señora Gates nos dicen que hay que priorizar la igualdad -¿económica?- y, que tenemos que... “prepararnos para la próxima pandemia”.
O sea, que para cuando salgamos de esta, si salimos alguna vez, ya nos tienen preparada otra. Nuestro gozo en un pozo. Vendrán más pandemias. Vendrán más pestes.
El
multimillonario filántropo, por su parte, sentencia en un alarde
visionario: La amenaza de la próxima pandemia seguirá cerniéndose
sobre nuestras cabezas, a menos que el mundo tome medidas para
prevenirla. El remedio de la inexistente próxima pandemia no es la curación, sino la prevención. Pero si la prevenimos, no lo dudemos, la estamos atrayendo: ya hay cita previa.
Acaban su larga carta escribiendo que, aunque cuesta imaginarlo, la pandemia llegará a su fin algún día, gracias a la “impresionante labor de los líderes surgidos durante el último año para guiarnos a través de esta crisis”. Esos líderes, además de nuestros mandatarios responsables, son todos aquellos que están en primera línea luchando contra la pandemia (sanitarios, profesores, padres y madres, vecinos caritativos que cuidan de que nadie pase hambre en el barrio...), y sobre todo “la pareja de filántropos”, según la expresión de nuestro entrañable periódico local que se ha vuelto global, pareja que se despide de nosotros deseándonos “buena salud” en estos tiempos difíciles.