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domingo, 31 de enero de 2021

Comentarios a la carta anual del señor y la señora Gates

El señor Bill Gates y su señora, Melinda Gates, calificados por nuestro entrañable Periódico Global, de cuyo nombre propio no quiero hacer mención, como “la pareja de filántropos”, publican una carta en donde reflexionan sobre el pasado año 2020, afirmando que “las distinciones entre países ricos y pobres se derrumbaron ante un virus para el cual las fronteras no existen”, como si por arte de magia hubieran desaparecido los ricos y los pobres ante el poder igualitario de la Muerte que no hace distingos a la hora de llevarse a todo el mundo al otro barrio y que como dijo Horacio lo mismo da una patada a las soberbias puertas de los palacios de los príncipes que a las chabolas de los pobres, pero que no soluciona las desigualdades económicas en este mundo, como parece que quieren dar a entender los multimillonarios filántropos norteamericanos que subvencionan los periódicos mundiales donde luego aparecen publicadas sus cartas. 

Según ellos, todos estamos en el mismo barco (we are all in this together), a lo que la voz del pueblo y la razón común les dice que no es verdad. En todo caso todos estamos en el mismo océano, donde unos navegan en lujosos yates como ellos, otros en lanchas o barquichuelas, otros nadando con salvavidas y muchos sin él a merced de la corriente y las olas, y muchísimos naufragan y se ahogan...

El señor y la señora Gates definen el 2020 como el año “en que la salud global se volvió local” (the year global health went local), y parecen muy orgullosos de esta ingeniosa frasecilla a juzgar por las veces que la repiten a lo largo de su epístola, aunque parece que la cosa también podría verse al revés: la salud local es la que se volvió un problema global. Lo privado y particular se volvió un asunto público y general,  y viceversa, habida cuenta de la teoría conspirativa del contagio. 

Ellos, a pesar de sus miles de millones de dólares, tienen la conciencia tranquila, no lo dicen, pero se deduce de su carta porque se sienten orgullosos de la fundación que crearon hace dos décadas,  centrada en la salud mundial, una salud siempre preventiva y nunca curativa, y encaminada según ellos “a mejorar la vida del mayor número posible de personas”. 

A pesar de todas las dificultades, la señora y el señor Gates son optimistas, ven que se acerca el final del principio, ven que “brilla un rayo de esperanza en el horizonte” y están convencidos de que las nuevas herramientas, se refieren a las vacunas principalmente, “pronto empezarán a flexionar la curva de forma rotunda”. 

 Profesora de instituto dando clase en Seúl (Corea)

Esperemos que la susodicha vacuna no sea como el caballo de Troya y no suceda como con la aciaga profecía de la ninguneada y sin embargo clarividente Casandra, que se opuso a su entrada, pero nadie hizo caso de sus advertencias premonitorias. Esperemos que la inoculación de la vacuna en el organismo humano traiga la solución al problema, y no, como creía aquella loca visionaria, su agravación. Esperemos que la propia vacuna no sea un virus troyano que, si lo introducimos en nuestro organismo pensando que es el antivirus perfecto, acabe destruyéndolo y arrasándolo, porque de su interior saldrá el enemigo que pretendíamos combatir y que creíamos haber vencido, y aprovechará el relajo de nuestro sistema inmunitario que se cree a salvo durante el sueño para sembrar la desolación y permitir, haciéndose viral, que entren a saco todos los víruses del mundo. Y Troya será pasto de las llamas.

Resulta conmovedor leer cómo se preocupan los Gates porque, ante una crisis global como esta, las empresas, como hacen habitualmente, “tomen decisiones impulsadas por un afán de lucro” o los gobiernos “actúen con el objetivo limitado de proteger únicamente a sus propios ciudadanos”, como si ese no fuera su cometido, y unos y otros no miren como miran ellos por el bien común y global, palabra mágica esta última que vale por mundial, y que tanto acarician nuestros buenos samaritanos

Para que esto no suceda porque sería muy poco altruista entra en juego la filantropía, es decir, el desinteresado amor a la humanidad sin ánimo lucrativo de los señores Gates que reconocen tener relaciones sólidas “con la OMS, con expertos, con gobiernos y con el sector privado” en los que han invertido, según declaran, 1.750 millones de dólares, que se dice enseguida, para luchar contra la Covid-19, lo que implica, en primer lugar crearla o, si ya existía, magnificarla. Pues para ser un héroe hay que tener un monstruo que combatir que esté a la altura de la proeza heroica que se pretende, y si el monstruo no es tan fiero como lo pintan, hay que maquillarlo y hacer que parezca más fiero de lo que es a fin de infundir pánico y terror. Todo héroe crea el monstruo contra el que dice combatir.

Dicen ser optimistas respecto a la vida después de la pandemia, que nos ha obligado a “asimilar un nuevo vocabulario” -pero sabemos que detrás de ese nuevo vocabulario hay algo más que palabras: hay una nueva realidad o normalidad- y ha aportado un nuevo significado a términos antiguos como “salud global”. Nos quieren decir que hay vida después de la pandemia, pero ¿la hay ahora mismo? ¿Cómo puede haberla después si no la hay ahora?

Pero llegados a este punto, cuando creíamos que todo iba a solucionarse con la dichosa vacunación que ellos promueven y fomentan, el señor y la señora Gates nos dicen que hay que priorizar la igualdad -¿económica?- y, que tenemos que... “prepararnos para la próxima pandemia”.

O sea, que para cuando salgamos de esta, si salimos alguna vez, ya nos tienen preparada otra. Nuestro gozo en un pozo. Vendrán más pandemias. Vendrán más pestes. 

Doña Melinda, que lamenta no haber podido viajar, porque ha tenido que quedarse confinada la pobre en casa como todo el mundo, confiesa que teletrabaja entre otros clientes con el Banco Mundial. Reconoce que para las personas más desfavorecidas “la situación es peor que para las pudientes” como ella, pero lo que parece preocuparle más a la señora Gates y a su marido es que las viejas desigualdades existentes en el mundo, que según ellos habrían desaparecido gracias al virus, se agraven con una nueva: la desigualdad en la inmunidad -que para ellos, como para la OMS, es sinónimo gratuito y automático de vacunación-, un futuro donde sólo los ricos tengan acceso a la vacuna, mientras que el resto del mundo, horro de inmunidad natural, no pueda acceder a ella. Escribe: “Hasta que las vacunas lleguen a todo el mundo, seguirán apareciendo nuevos focos de la enfermedad que irán creciendo y extendiéndose. Los colegios y oficinas cerrarán nuevamente. El ciclo de desigualdad continuará. Todo depende de que todo el mundo aúne sus esfuerzos para garantizar que la ciencia que salva vidas desarrollada en 2020 salve tantas vidas cuantas sea posible en 2021.”

El multimillonario filántropo, por su parte, sentencia en un alarde visionario: La amenaza de la próxima pandemia seguirá cerniéndose sobre nuestras cabezas, a menos que el mundo tome medidas para prevenirla. El remedio de la inexistente próxima pandemia no es la curación, sino la prevención. Pero si la prevenimos, no lo dudemos, la estamos atrayendo: ya hay cita previa.


Le hacen los ojos chiribitas al tío Gilito cuando piensa en el dinero que va a gastar y en las vidas que va a salvar para el cielo de la ciencia: El mundo necesita gastar miles de millones para ahorrar billones (y prevenir millones de muertes). Escribe mirando a su bola de cristal: Para la próxima pandemia, tengo la esperanza de que tengamos lo que yo llamo plataformas de megadiagnóstico que podrían hacer pruebas hasta al 20 por ciento de la población mundial cada semana... Y anuncia una nueva y prometedora terapia: los anticuerpos monoclonales que, según él, pueden reducir la tasa de muerte, si se reciben con la antelación necesaria, en un 80%, y la creación de un cuerpo de unos tres mil socorristas de primera línea para las enfermedades infeccionas en todo el mundo, comparables a los bomberos, que irían a apagar los fuegos infecciosos, con lo que los pobres humanos nos volveríamos inmortales, gracias a esa ciencia que salva vidas como antaño la Iglesia, que salvaba almas para el cielo. Seremos inmortales como los dioses y como las ideas de Platón.

Acaban su larga carta escribiendo que, aunque cuesta imaginarlo, la pandemia llegará a su fin algún día, gracias a la “impresionante labor de los líderes surgidos durante el último año para guiarnos a través de esta crisis”. Esos líderes, además de nuestros mandatarios responsables, son todos aquellos que están en primera línea luchando contra la pandemia (sanitarios, profesores, padres y madres, vecinos caritativos que cuidan de que nadie pase hambre en el barrio...), y sobre todo “la pareja de filántropos”, según la expresión de nuestro entrañable periódico local que se ha vuelto global, pareja que se despide de nosotros deseándonos “buena salud” en estos tiempos difíciles.