Dependemos tanto de nuestro dispositivo electrónico que dispone de nosotros a su antojo, el móvil o celular, al que permanecemos constatemente conectados, que ya se ha inventado un terminacho, nomofobia , acuñado al parecer en el Reino Unido en el año del Señor de 2009 e importado como anglicismo: “nomophobia” (“no-mobile-phone-phobia”): es decir la fobia o miedo irracional a perder o que nos roben el teléfono móvil, fijado a nosotros ya como un apéndice de nuestras manos y dedos. Cuando uno no tiene su esmarfon a mano, tiene nomofobia, y se siente como si estuviera en pelotas, aislado del mundo y de los demás.
Marshall McLuhan sostuvo en “Las herramientas de la comunicación” que toda tecnología representa esencialmente una extensión de las facultades humanas, ya sean físicas o psíquicas. Cada dispositivo tecnológico amplificaría una capacidad humana: la rueda sería una extensión del pie, el teléfono del oído, la tele del ojo, la ropa de la piel, los ordenadores del sistema nervioso central, etc.
Hay una frase atribuida generalmente a Marshall McLuhan, que no es de él, sino de su amigo John M. Culkin, SJ, quien era profesor de comunicación y amigo cercano de McLuhan, que aparece en su artículo Culkin, J.M. (1967) A schoolman’s guide to Marshall McLuhan. Saturday Review, pp. 51–53, 71–72, donde expone y sintetiza el pensamiento de McLuhan, que dice en versión original: “We become what we behold. We shape our tools and then our tools shape us (Nos convertimos en lo que contemplamos. Damos forma a nuestras herramientas y luego nuestras herramientas nos dan forma a nosotros).
Aunque la autoría literal es de Culkin, la idea sí pertenece al universo conceptual de McLuhan, lo que explica la atribución del dicho, muy en línea con su noción de que los medios son “extensiones del hombre” y de que toda tecnología modifica no solo nuestras acciones, sino también nuestras percepciones y estructuras sociales. Este enunciado resume uno de los principios fundamentales de su pensamiento: la idea de que los medios y las tecnologías no son solo instrumentos pasivos, sino que tienen un impacto activo y estructural sobre nuestras percepciones, comportamientos y formas de organización social.
Los dispositivos tecnológicos no serían simples herramientas a nuestro servicio, sino auténticas prótesis que modifican nuestra manera de percibir y relacionarnos con el mundo. El problema viene porque estas extensiones o prolongaciones de nuestro cuerpo conllevan paradójicamente una reducción: Cuando adoptamos una nueva tecnología, delegamos en ella algunas de nuestras funciones con el riesgo de atrofiarlas. Es lo que sucedió con la adopción de la escritura, que vino a atrofiar nuestra memoria. Es lo que sucedió con el automóvil que vino a atrofiar la movilidad de nuestras extremidades inferiores, algo que hemos formulado muchas veces aquí bajo la forma de que el utilitario, que es como se denomina a veces al coche, nos utiliza y nos convierte en sus chóferes.
Viene muy bien, como ilustración de lo que estamos diciendo, la viñeta de José Luis Rábago, alias El Roto, en El Periódico Global(ista), que representa un moribundo en su lecho de muerte, y un esmarfon que está ascendiendo a los cielos -o a la Nube, con más precisión- y reza "En el momento de la muerte el móvil se desprende del cuerpo". Sugiere gráficamente que el móvil es la moderna versión de nuestra alma, nuestra personalidad.
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