Ya nos habíamos hecho eco en Cabaré de variedades (III) de que la Junta de Andalucía pretendía expropiar y arrasar cien mil olivos centenarios en Jaén para construir en su solar una megaloplanta fotovoltaica. Al parecer, no es un hecho aislado, también en la comunidad de Madrid se pretende cometer algo parecido en torno al término municipal de Aranjuez, donde serán talados si nadie lo impide más de diez mil de estos árboles que producen aceitunas, de donde proviene una de las principales riquezas gastronómicas y económicas de nuestro país: el aceite de oliva.
En la disputa por el patronazgo de la ciudad de Atenas entre el dios Posidón, que clavó su tridente en la acrópolis de donde brotó como regalo del dios el agua de la mar salada, y la diosa Atenea, que plantó allí mismo el primer olivo, ganó la diosa de los ojos glaucos, porque los atenienses consideraron que era más valioso su don al fin y a la postre que el del dios marino, por lo que la adoptaron a ella como su protectora y a raíz de eso la ciudad tomó en adelante el nombre en plural de la diosa en su honor.
El simbolismo del olivo es muy rico, es el emblema de la paz, la prosperidad
y la fertilidad. También de la luz, dado que en la antigüedad, en un
mundo en que no existían ni la electricidad que pretenden generar ahora las placas fotovoltaicas a partir de los rayos del astro rey, ni los consiguientes apagones eléctricos, se utilizaba el fruto oleaginoso de Atenea como combustible para
encender las lámparas de aceite. Además, los atletas en la antigüedad solían untar sus cuerpos desnudos con aceite antes de salir a la arena, y los que alcanzaban la victoria en los Juegos
Olímpicos que se celebraban, como se sabe, cada cuatro años en Olimpia eran
galardonados con
una corona de olivo (a diferencia del laurel, símbolo de Apolo, de los
Juegos Píticos de Delfos).
En la Biblia, la rama de olivo que porta la pacífica paloma en su pico es la
señal inequívoca de que las aguas del diluvio se han retirado por fin de
la faz de la Tierra.
Los romanos plantaron miles de olivos en la curtida piel de toro de la península ibérica. El nombre del árbol en latín era oliua, -ae, y también el de su sabroso fruto, la aceituna, todavía llamada "oliva" en algunos ámbitos dialectales del español, derivada a su vez de OLEA y de OLEUM, que era propiamente el nombre del aceite, lo que nos ha dejado en castellano el término óleo y la forma antigua y alternativa olio.
¿Nos extrañará, si desaparecen tantos olivos, que se dispare el precio del oro líquido? ¿Dejaremos de producirlo para comprárselo a otros países porque será económicamente más rentable? ¿Acaso las placas fotovoltaicas o paneles solares que pueden ser útiles en los tejados de las casas para suministrarles electricidad pero no en los campos de cultivo donde se están instalando en detrimento de lo que allí se cultiva son más sostenibles ecológicamente hablando que los olivos? ¿Nos preguntaremos, como hacía el poeta a los andaluces de Jaén, aceituneros altivos, de quién son esos olivos que van a expropiar y a arrasar por el interés general que supone una energía renovable que, por otro lado, son incapaces de gestionar? ¿Desaparecerán los olivos de la faz de la tierra y tendremos que resignarnos, si queremos verlos, a contemplar las reproducciones de la serie de lienzos que pintó Van Gogh al óleo en la Provenza francesa?
Paseo al crepúsculo, Vincent Van Gogh (1890)
La destrucción a la que se entregan las altas instancias, por unos negocios en permanente renovación, no tiene límite ni consideración alguna con el patrimonio y los recursos hidrográficos y agrícolas que les generan complicaciones; en las mentes carbonizadas, de los estamentos estatales conectados a las sedes centrales allende los pirineos, brilla con luz cegadora la oportunidad de hacerse con alguna parte de las grandes sumas de dinero que se mueven para que la gran Europa fantasmagórica disminuya su cuota de carbono aunque aumente la de cabrones y dejen sin olivos y con apagones a estas tierras, sacrificadas estupidamente por un ideal impuesto y sostenido a cargo del contribuyente.
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