Vuelve la escritura pictográfica, la primera y más primitiva forma de expresión gráfica que se practicó en el neolítico sobre lajas, ahora sobre modernas pantallas electrónicas: Se vale de unos dibujos llamados pictogramas que reflejan un contenido independientemente de la expresión lingüística. Estos modernos pictogramas no podían llamarse así, con un tan culto grecolatinismo, por lo que se han denominado “emojis” en la lengua imperial, o emoticonos, es decir, iconos emotivos, que no deja de ser otro grecolatinismo, esto es: imágenes que tratan de reflejar emociones sin palabras.
Hay quien ha visto ya el
peligro que corre el lenguaje escrito y hablado de ser eliminado por
los pictogramas, porque como dicen sus usuarios “las palabras no
molan tanto como los emojis”. La escritura pictográfica conforma
un lenguaje artificial y superficial, sin ninguna profundidad, completamente
elemental, simpático e infantil, y desprovisto de emociones complejas y sentimientos reales.
Los sustitutos digitales
de las palabras pretenden expresar todo tipo de ideas vacías de
contenido, eliminando el pensamiento, la reflexión,
la argumentación y exposición de razonamientos. Si empobrecemos el lenguaje, el pensamiento se vuelve
dócil, manipulable y controlable, peligro que corren sus usuarios,
los niños, los jóvenes y los adultos no tan jóvenes, que, en lugar
de utilizar ese lenguaje, son utilizados por él.
Los emojis son una forma
vacía de comunicación y, por extensión, de entretenimiento,
igualmente huero y destinado a la anulación del pensamiento. Los
jóvenes los utilizan para intercambiar mensajes carentes de palabras
entre ellos y establecer una comunicación artificial, en detrimento
de la palabra viva y hablada, sustituida por una escritura elemental ni siquiera fonológica.
Los que ostentan el poder no pueden dejar de alegrarse de
contar con una ciudadanía infantilizada, carente de espíritu
crítico, que no se cuestiona nada, con una conciencia
anestesiada por las imágenes de las emociones, cada vez más
presentes.
Las
imágenes siempre han
tenido un poder adoctrinador sobre la población analfabeta. Era el
caso de las imágenes religiosas en las iglesias
medievales. Nuestras nuevas generaciones, analfabetas funcionales
gracias al sistema educativo (manda güebos), utilizan estas imágenes que
son
un medio sutil de adoctrinamiento entontecedor. La desaparición de las
imágenes sagradas de los
templos ha acabado por sacralizar todas las imágenes, que se han
convertido en santos de nuestra devoción. Parecen imágenes
inocentes e ingenuas, algunas hasta simpáticas si no fuera por su
pretensión de serlo a toda costa. Parece que no pueden hacer daño a
nadie, pero su profusión es alarmante, y corremos
el peligro de que sus consecuencias nos pasen desapercibidas si no
reflexionamos sobre ellas.
En una película reciente
de animación destinada a un público infantil y juvenil aparece un
alumno en clase que ha recibido en su móvil un mensaje de una chica
y le comenta, entusiasmado, a su compañero de pupitre que no sabe
qué contestarle. Este le dice: Pues mándale un emoji. Y el
otro exclama: Sí, eso es, un emoji: algo guay. El emoji es
algo guay, sencillo, simpático, sin las complicaciones que tiene
redactar y escribir un texto por muy pequeño que sea con el que corremos
el peligro de cometer alguna falta de ortografía. No, dejémonos de
complicaciones innecesarias.
En
realidad los
emoticonos no se usan como sustitutos, sino como acompañamiento de
mensajes de texto, pero en algunos casos, como el comentado, pueden
sustituirlos. Los teléfonos móviles disponen de un arsenal de ellos
esperando que el usuario los utilice para utilizarlo a él como
propagador del nuevo lenguaje y usuario de la nueva e innecesaria
tecnología.
Una red social tan
extendida entre los preadolescentes y adolescentes como Tuíter
(Twitter en la lengua del Imperio) sólo permitía mensajes de
texto de ciento cuarenta caracteres además de imágenes –fotos,
vídeos y encuestas-; ahora, llamada X, admite el doble: doscientos ochenta como máximo, pero incluye más de mil cien coloridos emoticonos
que representan rostros sonrientes y personas, animales,
fenómenos atmosféricos, comida y bebida, actividades deportivas y
de ocio, medios de transporte, viajes y lugares, objetos diversos,
símbolos y hasta banderas nacionales.
Guasap
(Whatsapp en la lengua del Imperio), sin embargo, cuenta con casi dos mil emojis en
su catálogo.Y suma y sigue. Hay, además, teclados tan
inteligentes que sugieren emojis relacionados con las palabras que
estamos escribiendo en las conversaciones. Si deseamos la imagen de
una mano, pero no tenemos claro
cuál, solamente tenemos que escribir la palabra "mano" y,
automáticamente, la lista muestra todos los emojis disponibles
relacionados con ese concepto, sin necesidad de desplazarse por
infinidad de pantallas. Y es que los smartphones son, pese a su nombre (smart significa inteligente en la lengua del Imperio), la cosa más tonta que hay; lo mismo que las llamadas smartcities,
las ciudades más tontas que hay, porque no puede haberlas más tontas,
donde a la suprema tontería se la considera inteligencia. Esperemos que
la nuestra no sea una de ellas...
Hasta
Gúguel (Google en
la lengua del Imperio) ha llegado a habilitar también la búsqueda
por emojis y su catálogo, con miles de simbolitos, no hace más que
crecer cada año en aras de una mayor riqueza expresiva. Y
seguramente seguirá creciendo porque nunca van a conseguir saciar
las ansias comunicativas de la gente y porque, como suele decirse, el número de los tontos y las tontas crece cada día que amanece.
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