jueves, 1 de febrero de 2024

Vuelve la escritura pictográfica

     Vuelve la escritura pictográfica, la primera y más primitiva forma de expresión gráfica que se practicó en el neolítico sobre lajas, ahora sobre modernas pantallas electrónicas: Se vale de unos dibujos llamados pictogramas que reflejan un contenido independientemente de la expresión lingüística. Estos modernos pictogramas no podían llamarse así, con un tan culto grecolatinismo, por lo que se han denominado “emojis” en la lengua imperial,  o emoticonos, es decir, iconos emotivos, que no deja de ser otro grecolatinismo, esto es:  imágenes que tratan de reflejar emociones sin palabras.



    Hay quien ha visto ya el peligro que corre el lenguaje escrito y hablado de ser eliminado por los pictogramas, porque como dicen sus usuarios “las palabras no molan tanto como los emojis”. La escritura pictográfica conforma un lenguaje artificial y superficial, sin ninguna profundidad, completamente elemental, simpático e infantil,  y desprovisto de emociones complejas y sentimientos reales.

    Los sustitutos digitales de las palabras pretenden expresar todo tipo de ideas vacías de contenido, eliminando el pensamiento, la reflexión, la argumentación y exposición de razonamientos. Si empobrecemos el lenguaje, el pensamiento se vuelve dócil, manipulable y controlable, peligro que corren sus usuarios, los niños, los jóvenes y los adultos no tan jóvenes, que, en lugar de utilizar ese lenguaje, son utilizados por él.

    Los emojis son una forma vacía de comunicación y, por extensión, de entretenimiento, igualmente huero y destinado a la anulación del pensamiento. Los jóvenes los utilizan para intercambiar mensajes carentes de palabras entre ellos y establecer una comunicación artificial, en detrimento de la palabra viva y hablada, sustituida por una escritura elemental ni siquiera fonológica.
    Los que ostentan el poder no pueden dejar de alegrarse de contar con una ciudadanía infantilizada, carente de espíritu crítico, que no se cuestiona nada, con una conciencia anestesiada por las imágenes de las emociones, cada vez más presentes.

    Las imágenes siempre han tenido un poder adoctrinador sobre la población analfabeta. Era el caso de las imágenes religiosas en las iglesias medievales. Nuestras nuevas generaciones, analfabetas funcionales gracias al sistema educativo (manda güebos), utilizan estas imágenes que son un medio sutil de adoctrinamiento entontecedor. La desaparición de las imágenes sagradas de los templos ha acabado por sacralizar todas las imágenes, que se han convertido en santos de nuestra devoción. Parecen imágenes inocentes e ingenuas, algunas hasta simpáticas si  no fuera por su pretensión de serlo a toda costa. Parece que no pueden hacer daño a nadie,  pero su profusión es alarmante, y corremos el peligro de que sus consecuencias nos pasen desapercibidas si no reflexionamos sobre ellas.

    En una película reciente de animación destinada a un público infantil y juvenil aparece un alumno en clase que ha recibido en su móvil un mensaje de una chica y le comenta, entusiasmado, a su compañero de pupitre que no sabe qué contestarle. Este le dice: Pues mándale un emoji. Y el otro exclama: Sí, eso es, un emoji: algo guay. El emoji es algo guay, sencillo, simpático, sin las complicaciones que tiene redactar y escribir un texto por muy pequeño que sea con el que corremos el peligro de cometer alguna falta de ortografía. No, dejémonos de complicaciones innecesarias.

    En realidad los emoticonos no se usan como sustitutos, sino como acompañamiento de mensajes de texto, pero en algunos casos, como el comentado, pueden sustituirlos. Los teléfonos móviles disponen de un arsenal de ellos esperando que el usuario los utilice para utilizarlo a él como propagador del nuevo lenguaje y usuario de la nueva e innecesaria tecnología.

    Una red social tan extendida entre los preadolescentes y adolescentes como Tuíter (Twitter en la lengua del Imperio) sólo permitía mensajes de texto de ciento cuarenta caracteres además de imágenes –fotos, vídeos y encuestas-; ahora, llamada X, admite el doble: doscientos ochenta como máximo, pero incluye más de mil cien coloridos emoticonos que representan rostros sonrientes y personas, animales, fenómenos atmosféricos, comida y bebida, actividades deportivas y de ocio, medios de transporte, viajes y lugares, objetos diversos, símbolos y hasta banderas nacionales.

    Guasap (Whatsapp en la lengua del Imperio), sin embargo, cuenta con casi dos mil emojis en su catálogo.Y suma y sigue. Hay, además, teclados tan inteligentes que sugieren emojis relacionados con las palabras que estamos escribiendo en las conversaciones. Si deseamos la imagen de una mano, pero no tenemos claro cuál, solamente tenemos que escribir la palabra "mano" y, automáticamente, la lista muestra todos los emojis disponibles relacionados con ese concepto, sin necesidad de desplazarse por infinidad de pantallas. Y es que los smartphones son, pese a su nombre (smart significa inteligente en la lengua del Imperio), la cosa más tonta que hay; lo mismo que las llamadas smartcities, las ciudades más tontas que hay, porque no puede haberlas más tontas, donde a la suprema tontería se la considera inteligencia. Esperemos que la nuestra no sea una de ellas...  

    Hasta Gúguel (Google en la lengua del Imperio) ha llegado a habilitar también la búsqueda por emojis y su catálogo, con miles de simbolitos, no hace más que crecer cada año en aras de una mayor riqueza expresiva. Y seguramente seguirá creciendo porque nunca van a conseguir saciar las ansias comunicativas de la gente y porque, como suele decirse, el número de los tontos y las tontas crece cada día que amanece.

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