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viernes, 7 de enero de 2022

Cuatro preguntas

1ª.- Se habla a menudo del "nivel de vida" de la gente, y se califica de "alto" y "bajo", "bueno" y "malo". Se dice que hay ascenso o descenso. Pero ¿cómo se mide el nivel de vida? ¿Qué fiabilidad merecen los indicadores que se emplean para determinar el nivel de vida?

2ª.-Dicen que España debería incorporarse con pleno derecho al club de los países ricos. ¿De verdad? ¡No me hagan reír que me meo por las patas abajo! ¿No nos iría mejor seguir siendo lo que somos, pobres, y brillar como miembro de pleno derecho en el club de los países pobres pero honrados?

3ª.- No veo nada de malo en la falta de horizontes -metáfora del futuro- que dicen que tienen las nuevas generaciones. ¿No será el horizonte un trampantojo, digo yo, como la zanahoria que le ponen al burro por delante para que no vuelva la vista atrás y vaya por el camino establecido?  

 

Y 4ª.- Cuando dos soldados de guardia se encontraban en una ronda nocturna, para reconocerse, tenían que dar una clave cada uno de ellos y pedirle al otro la contraclave. El primero que hablaba daba "el santo y seña", generalmente dos nombres propios, uno de persona o sea de un santo del santoral cristiano, y el otro de una ciudad, que empezaban por la misma letra del abecedario, por ejemplo la A: Santo y Seña: "Ana, Ávila". A lo que el otro miembro de la patrulla debía contestar con la contraseña (el password en la lengua del Imperio), que solía ser un nombre común que empezaba por la misma letra, verbigracia: amor. 

 


Era una manera de reconocerse entre los propios soldados, mediante una contraseña que se cambiaba cada día. Pero cuando el centinela se encontraba con un desconocido, es decir, con alguien que no pertenecía al campamento, solía preguntarle: ¿Quién vive? Era la pregunta que antaño dirigía el centinela a las tinieblas, a lo desconocido.

No deberíamos preguntar quién vive, como si reclamáramos  que alguien  se identifique con el Documento Nacional de Identidad, como exige la policía cuando nos detiene, sino algo mucho más profundo y, por lo tanto, menos falso. Nuestro nombre propio es real, por supuesto, pero no deja de ser falso. Movidos aquí por el amor a la verdad, que es odio hacia la mentira, nos preguntamos mejor: ¿Vive alguien? ¿Alguien vive?