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jueves, 14 de agosto de 2025

Barba non facit philosophum

    La barba no hace al filósofo, decían los antiguos, cuando las barbas eran características de sabios, filósofos y sofistas griegos sobre todo. Podríamos decir hoy también, frente a la moda juvenil masculina: la barba no hace al hombre. Ambos dichos vienen a decir lo mismo que el proverbio medieval que reza: habitus non facit monachum: 'el hábito no hace al monje'. La túnica y la capucha, en efecto, no hacen al fraile pero le confieren la apariencia de serlo.

     Los islamistas radicales de Somalia, adoctrinados por las sagradas escrituras del Corán que ellos interpretan a su manera y veneran al pie de la letra, y sobre todo por los hadices o dichos atribuidos al Profeta, consideran que no llevar barba da un aspecto afeminado a los varones y que las enseñanzas de Mahoma obligan a no recortarla más allá de un puño. Afeitarse la barba, para ellos, es una forma de mutilación masculina, de castración fálica, de renuncia a la virilidad que un hombre debe presentar. 
 
    En nuestro mundo occidental la tradición del afeitado la impusieron los romanos, frente a los griegos, que se dejaban crecer las barbas. Entre los emperadores romanos el afeitado fue la norma hasta Adriano, que, filohelénico hasta la médula, se dejó crecer la barba e impuso esa tendencia entre la aristocracia romana y los emperadores que le siguieron. 
 
    Aunque la moda de las barbas ha ido y venido según los tiempos, y sigue yendo y viniendo, parece que la costumbre occidental más extendida es el rasurado por la publicidad y la tradición, pese  a la tendencia actual de la juventud masculina de dejarse la barba. El rasurado nos da un aspecto a los varones de afeminados, de mujeres, de niños, de efebos imberbes, es cierto, porque queremos alejarnos del mono, dejar de parecernos a él, y el vello es lo que más nos acerca a él. Las barbas nos aproximan también al oso velludo y ya se sabe lo que solía decirse: el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso. 
 
Busto del emperador Adriano
 
     Con la barba islámica sucede un poco lo mismo que con el velo en la cabeza que cubre el cabello de las mujeres: no es, al parecer, uno de los pilares obligatorios del islam, aunque esté prácticamente generalizado, como sí lo son sin embargo la oración cinco veces al día y el ayuno durante el mes de Ramadán. 
 
    La mayoría de las autoridades religiosas musulmanas, ya sean chiítas o sunitas, llevan barba a imitación del Profeta. Sin embargo, en Egipto, Jordania y Turquía pueden encontrarse algunos imanes que se afeitaban las barbas, hecho que en la década de los sesenta y setenta del siglo pasado se convirtió en un símbolo de modernidad. Pero para aquellos que quieren seguir al pie de la letra las enseñanzas del Profeta, los hadices ofrecen pautas de cómo recortar la barba y mantenerla hermosa.
 
    Hizbul Islam, el partido islámico somalí, llegó a decir que dejarse la barba era una lección moral del profeta Mahoma y que era un deber mantener viva esa práctica y castigar a los hombres que se afeitaran la barba y dejaran crecer el bigote. Cualquiera que violara esa norma afrontaría las consecuencias según dicta la ley islámica mediante latigazos, amputaciones o la muerte.    
 
  
    ¿Qué dirán esos integristas islámicos de los hombres que no sólo se afeitan las barbas, sino de aquellos que se depilan los vellos de piernas, brazos, pechos, sobacos, nalgas y espaldas? ¿Qué dirán de aquellos que, practicando una depilación más íntima, se rasuran el vello púbico para dejarse unas ingles brasileñas? ¿Qué dirán de los bonzos? ¿Qué dirán de las mujeres barbudas? ¿Las obligarán a llevar barba también o a afeitarse o a ponerse el burca o a qué? 

    Las mujeres occidentales, salvo las nórdicas que son más rubias, se depilan las piernas o se decoloran los vellos cuando son muy oscuros, para que no se vean; si no lo hicieran sus piernas velludas parecerían las de un futbolista. 
 
    Estas modas pasajeras no deberían constreñir por la fuerza a nadie, y de hecho en Occidente no lo hacen, pero no por ello dejan de extenderse y generalizarse.
 
     Que cada cual haga de su capa un sayo, y que nos dejen en paz estos talibanes islámicos y todos los integristas en general, que también los hay cristianos y laicos, y son igual de perniciosos los unos que los otros, porque el problema, lo malo digamos, no es la fe islámica concreta que ellos profesan, sino la profesión de cualquier fe, ciegas que son por esencia todas y cada una de ellas y obcecadoras vendas que nos ponemos en los ojos.