Unos dicen que "Cuando el sabio señala la luna, el necio mira al dedo" es un viejo proverbio oriental en general. Otros que un adagio chino en particular, y se lo atribuyen a Confucio. Hay quien le asigna al mismísimo Buda la frase: “Soy un dedo que señala a la Luna, no me mires a mí, mira a la Luna”. Y hay quienes lo relacionan con el taoísmo.
El vendedor de humo Alejandro Jodorowsky publicó en 2003, arrimando el ascua a su sardina, un libro titulado precisamente “El dedo y la luna”, que contenía cuentos, jaicus y koans "en la más pura tradición zen para ayudar a despertar al discípulo capaz de olvidarse del dedo y admirar directamente la belleza de la Luna", donde se hacía eco de este proverbio oriental según él.
Según otros se trata de un adagio africano, originalmente en idioma rundi, una lengua bantú hablada en Burundi, que reflejaría una sabiduría primitiva y contrapuesta, en cierto modo, a la sapiencia oriental.
Hay quien ha llegado a atribuírselo a Mao Tse-Tung, el ideólogo de la revolución cultural china, bajo la siguiente formulación: "Cuando señalas con el dedo índice a la Luna para mostrarla, los estúpidos (o idiotas, en otra versión), en vez de mirarla, miran a tu dedo". Al parecer, la frase estuvo en circulación durante algunos años entre algunos círculos comunistas de ideología marxista-leninista y maoísta, que decían que el dedo representaba el revisionismo, lo antiguo, y la Luna, la novedad y la revolución.
Hay gente, en efecto, dejando aparte lo del sabio y el necio, a la que le señalas la Luna y se queda mirando el dedo, cuando la Luna es siempre más importante que el dedo que la señala. No se insinúa que la gente sea estúpida, sino más bien que tiene tendencia a la mente dogmática que no quiere no ya creer sino simplemente ver nada, en este caso la Luna, que estropee una realidad idealizada.
En realidad el adagio del dedo y la Luna hay que atribuírselo a Agustín de Hipona, san Agustín, que lo dejó escrito en latín en el prólogo de sus cuatro libros De doctrina Christiana (doy el texto original al final): A los que no entienden lo que propongo les digo que no
deben culparme a mí porque ellos no lo entiendan. Al modo que si
quisieran ellos ver la última Luna o la nueva o alguna estrella poco
clara que yo les mostrara señalando con el dedo, y sin embargo la
agudeza de sus ojos no fuera suficiente ni para ver mi propio dedo, no
por eso deberían enojarse conmigo. Pero los otros que aún después de
entender y penetrar estas reglas no pudiesen alcanzar a ver los lugares
oscuros de las divinas escrituras consideren que pueden ver ciertamente
mi dedo, pero no pueden ver los astros que con él los señala. Por lo
tanto, dejen unos y otros de hacerme reproches y pidan que por voluntad divina
se les otorgue la luz de sus ojos. Pues aunque yo pueda mover un
miembro mío para señalarles algo, no puedo iluminar los ojos con los que
pueda contemplarse o bien mi propia señal o bien lo que quiero señalar.
Viene a decirnos el teólogo que fuera obispo de Hipona que hay dos problemas: no ver la Luna y no ver el dedo que la señala, porque el problema es la ceguera, y ver solo el dedo que la señala. Pero también tenemos que tener en cuenta cómo nos engañan las imágenes en plena dictadura de la virtualidad en la que vivimos. Ya no es posible, o vamos a decir fácil, para el que mira captar el límite entre la puesta en escena construida por la imagen y la realidad que muestra esta construcción. Se anula la distancia entre el espectador y el juego escénico, y el espectador se encuentra a sí mismo reducido a la condición de objeto en la sociedad del espectáculo.
Cuando nos ponemos a indagar en el origen de un dicho que nos parece razonable y con el que estamos de acuerdo, solemos fijarnos en el autor del dicho, es decir, en el dedo que nos lo indica, más que en lo que el dicho dice. Necesitamos ampararnos bajo el escudo protector del argumento de autoridad del magister dixit. Lo ha dicho el Maestro y, por lo tanto, debe ser verdad.
Eso se ha hecho con este proverbio del dedo y la luna, atribuyéndoselo a Confucio, a Buda, a Mao, al primitivismo africano, al taoísmo o a la ideología que queramos. Aquí hemos visto que la formulación escrita más antigua que conocemos se debe a san Agustín, lo que no le quita ni le añade ningún mérito o demérito al adagio, por mucha o poca simpatía que tengamos por el obispo de Hipona y su doctrina cristiana. Lo interesante no es quién ha dicho tal cosa, sino lo razonable que sea esa cosa independientemente de quien la haya podido sostener.
Pero hay quien piensa que hay que retorcer y darle la vuelta al
proverbio, y que cuando no un sabio, sino alguien que cree que sabe,
como un político profesional o un 'influencer', por ejemplo, señala la Luna, lo
inteligente es no caer en la trampa mirando hacia donde él quiere
dirigir nuestra atención, esa Luna que nos señala para distraernos, que
no es la real, sino la virtual que él quiere que veamos. Deberíamos
pararnos a pensar quién es ese político, a quién representa y a dónde
pretende llevar nuestra atención. En este último caso, podríamos decir
que lo inteligente es fijarse en el dedo, mientras que lo necio sería
mirar hacia la Luna.
Agustín recibiendo la inspiración divina: "Toma, lee".*
...illis qui haec quae scribimus non intellegunt hoc dico ita, me non esse reprehendendum, quia haec non intellegunt. tamquam si lunam uel ueterem uel nouam sidusue aliquod minime clarum uellent uidere, quod ego intento digito demonstrarem, illis autem nec ad ipsum digitum meum uidendum sufficiens esset acies oculorum, non propterea mihi succensere deberent. illi uero qui etiam istis praeceptis cognitis atque perceptis, ea quae in diuinis scripturis obscura sunt intueri nequiuerint, arbitrentur se digitum quidem meum uidere posse, sidera uero quibus demonstrandis intenditur, uidere non posse. et illi ergo et isti me reprehendere desinant et lumen oculorum diuinitus sibi praeberi deprecentur. non enim si possum membrum meum ad aliquid demonstrandum mouere, possum etiam oculos accendere quibus uel ipsa demonstratio mea uel etiam illud quod uolo demonstrare cernatur. (Prólogo 3, De doctrina Chistiana, Agustín de Hipona).
NOTA:- Buscando
la soledad con el propósito de llorar, Agustín se apartó muy
lejos de Alipio, cuando, tumbado bajo una higuera, oyó entre los
ríos de sus lágrimas una voz enviada por Dios: Toma, lee; toma,
lee.