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sábado, 28 de octubre de 2023

Nuevo Tribunal del Santo Oficio

    Las informaciones puntuales durante 24 horas de las actualidades de las guerras nos distraen de la instalación del programa “Great Reset”, que sigue en marcha. Prosigue, en efecto, la implantación del gran reseteo, como se dio en llamar con anglicismo flagrante a dicha agenda, que no se ha paralizado. 
 
    Quizá su característica más importante es la aplicación de la vieja censura para acallar las voces disidentes, aunque, por supuesto, no se llama así porque 'censura' es un término muy ominoso que recuerda viejos tiempos. Se llama lucha contra la desinformación, las falsas noticias y la pseudo-ciencia.
 
     Desde que comenzó la guerra (tanto la de Ucrania como esta otra de Israel que nos sirven ahora los medios, por citar las más espectaculares pero no las únicas que hay en el planeta) han surgido en todas partes llamamientos a la supresión de la libertad de expresión. Recojo una breve muestra de noticias de la prensa diaria a modo de ejemplo de lo que digo: El comisario de la Unión Europea, el señor tal y cual, ha advertido a todas las principales plataformas de redes sociales de que hay que combatir la desinformación sobre Israel, amenazando con multas. La policía alemana y francesa está disolviendo manifestaciones pro Palestina, mientras –tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos– hay llamadas a arrestar a personas por ondear banderas palestinas o a deportar a quienes “apoyan a Hamás”...
 
 
    Se crea así una cultura del miedo que hace que nos asuste expresar nuestras opiniones políticas ante el nuevo tribunal de la santa inquisición y el santo oficio sobre los temas candentes, a saber: el covid, Ucrania, el cambio climático y ahora Israel. Y suma y sigue.
 
    Recojo, a propósito de lo primero, la reciente intervención en la Cumbre Internacional de la Salud celebrada en Berlín de Christian Drosten, el virólogo de cabecera de Ángela Merkel, uno de los mayores responsables de la pandemia, que ideó la aplicación de la PCR para detectar el presunto virus, que dijo que "para la próxima (pandemia)" (luego, va a haber próximamente otra) es fundamental y prioritario comenzar por censurar en los medios a científicos, y reducir toda "la Ciencia" a un dogma dictado por Instituciones de Expertos solventes (como él, naturalmente). 
 
    Lo dice, él que es alemán, en la lengua franca del Imperio para que lo entienda todo el mundo en todo el planeta, con subtítulos en la suya propia que es la de Goethe. Pretende así en nombre de la nueva religión que es la Ciencia que él representa crear un tribunal de la santa inquisición que determine lo que es científico y lo que no, lo que debe divulgarse y lo que no, contradiciendo el propio espíritu científico, siempre abierto a cuestionarse y a ponerse en duda razonable.
 

    El virólogo Christian Drosten dice (el énfasis es mío): Así que no deberíamos permitir a nadie que, sólo por tener algún título académico, hable sobre el núcleo del problema en medio de una pandemia. Según Drosten, hay que defender de una manera numantina las Instituciones de la Ciencia, y excluir el debate científico: Necesitamos recurrir a las instituciones científicas para hacer una selección y nombrar paneles de expertos que sean realmente expertos y que no aparezcan en los medios, pero que de alguna manera estén calificados para resumir el estado de la ciencia. Y esto sólo puede suceder a través de las instituciones de la ciencia. Estas instituciones deben ofrecer esta función a la sociedad. Estas instituciones científicas en realidad están formadas por científicos, científicos de primer nivel.

    Estas sugerencias del virólogo superestrella dan miedo tanto por lo que concierne al mundo de la propia ciencia como a la sociedad en general.

      El hecho de que la fuerza gobernante del mundo sea una élite globalista económica por encima de cualquier Estado y de cualquier régimen político de izquierdas o derechas quedó brutalmente claro con la falsa “pandemia”.   Se está vendiendo la narrativa por parte del imperio estadounidense en vías de desmoronamiento de que existe un nuevo eje del mal orquestado por Rusia, China, Irán et alii, por lo que se renueva la vieja guerra contra el terrorismo (War against Terror, segunda temporada). 

Francotirador debajo del rosetón de la catedral de León.

 
    Si la pandemia dejó claro que todas las élites del mundo siguen el mismo guion, la guerra está diseñada para hacernos olvidar ese hecho. La guerra sucia -pero no hay ninguna limpia, desengañémonos, como no hay ningún crimen de guerra al margen de la propia guerra- entre Israel y Hamás nos divide aún más, como la guerra contra el virus y la guerra -siempre la guerra, aunque la llamen 'operación especial'- contra Ucrania.  
 
    Pero no nos engañemos, los enemigos no son los musulmanes, ni los judíos, ni los rusos ni ningún pueblo en definitiva... sino las élites, galicismo este que abarca a los gobiernos y a los poderes que hay por encima de ellos a los que obedecen, procede del latín electi, que quiere decir, 'los elegidos', los que se han auto-elegido presentándose a las elecciones democráticas y han sido elegidos y refrendados por las mayorías democráticas, así de claro.


jueves, 5 de noviembre de 2020

Mascarillas y bragas

Recibo un correo electrónico de esos que se reenvían múltiples veces cuya gracia consiste en una inesperada asociación de ideas que compara dos prendas de vestir en principio muy distintas. Copio y pego: “Trata la mascarilla como tratas tus bragas (o tus calzoncillos, que para el caso viene a ser lo mismo, digo entre paréntesis yo): -Ponte una limpia cada día; -Haz que se ajuste sin que te apriete; -No la intercambies con otras personas; -No te la pongas del revés; - Asegúrate de tapar lo que hay que tapar; -Evita toqueteos innecesarios; -Y sobre todo, si tienes que quitártela, que no sea en público en lugares concurridos”. A la retahíla anterior añadiría yo ahora un nuevo y último consejo que también valdría para las braguitas y gayumbos: -Quítatela solamente para dormir.

Y es que esto era lo que nos faltaba: Las mascarillas no solamente son recomendables fuera del hogar tanto en lugares cerrados como abiertos en plena naturaleza, sino ahora también en la propia casa de uno. El primer ministro galo, eminente cráneo privilegiado del país vecino, ha sentenciado que el uso de la mascarilla es fundamental, que hay que portar la mascarilla “y compris chez soi”, incluso en casa de uno mismo, que era lo que nos faltaba. 


Otro cráneo privilegiado del país vecino, un infectólogo del hospital de la Pitié Salpêtrière de París, afirma que sería menester renunciar, en aras de la salud familiar, incluso a la comida en familia sentada en torno a la misma mesa, dado que para comer hay que desprenderse obviamente de la mascarilla, con lo que uno se expone y expone a los demás al contagio, ya que todos somos, a la vez, contaminados y contaminantes, y el riesgo en el seno familiar no es hipotético, sino real. Renunciando a la comida en familia, y a la comida entre amigos y compañeros de trabajo y de empresa el acto social de comer desaparece, y se convierte en un acto individual, recluido a la privacía del retrete, como el de defecar y el de orinar. En el apartado de hacer uno sus necesidades individuales incluiríamos también la de comer más solo que la una.

Al reputado virólogo alemán Christian Drosten, otro cráneo privilegiado, asesor de Angela Merkel, se le va a menudo la olla también. Ya este verano se le ocurrió que elaborásemos un diario de contactos donde apuntásemos los contactos y relaciones que habíamos tenido cada día de manera que en el caso de infectarnos pudieran las autoridades sanitarias hacer un seguimiento de rastreo de nuestros contactos poniendo freno a la expansión del virus al adoptar las medidas pertinentes...  Definitivamente se le ha vuelto a ir la olla ahora también haciendo en una entrevista al Neue Osnabrücker Zeitung la siguiente recomendación paranoica sobre cómo deberíamos actuar en, según él, plena segunda ola de la pandemia: Lo mejor sería que nos comportáramos como si estuviéramos contagiados y quisiéramos evitar la transmisión de la enfermedad. ¿Cómo puede comportarse alguien que no tiene ningún síntoma aparente de contagio ni por asomo y que por lo tanto está sano como un roble como si estuviera contagiado? ¿Cómo puede ser lo mejor emular al Enfermo Imaginario de Molière, es decir, ser un aprensivo hipocondriaco? La característica esencial, en efecto, de la hipocondría, como se sabe, es la preocupación y el miedo irracionales agravados por la convicción de padecer una enfermedad grave que no se padece y que va a llevarnos al otro barrio a nosotros o a nuestros seres queridos y no de una forma instantánea e indolora, sino lenta y a fuerza de sufrimientos, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal, física o psíquica, o de cualquier otro signo que aparezca en el cuerpo o se manifieste en la mente. Si la salud es el olvido, la preocupación por la salud es cualquier cosa menos saludable, es más, es enfermiza: la enfermedad de nuestro tiempo.


Acto seguido, después de dicho esto se queda tan tranquilo y en una pirueta genial, reconoce el virólogo, galardonado con la medalla más importante que un civil puede recibir en su país por la invención y gestión de la pandemia,  que también podía verse la cosa del revés, y considerar, cambiando las tornas, que los enfermos son los otros (l'enfer c'est les autres, que dijo Sartre), y nosotros los sanos. Todos los demás están contagiados, y nosotros no, por lo que debemos protegernos del contacto de nuestros prójimos. Pero ¿cómo podemos vernos al mismo tiempo como enfermos y como sanos sin que eso sea una enfermedad mental que distorsiona la realidad? Ha pronosticado además este cráneo privilegiado teutón una profecía que suena a amenaza: no se espera una normalización a corto plazo, sino hasta el verano que viene por lo menos, por lo que por ahora no hay remisión que valga.

Esto era lo que nos faltaba. ¿O nos faltaba aún algo más? Ya alguien había sugerido que incluso era conveniente mantener el bozal durante las relaciones sexuales con nuestras parejas esporádicas o habituales... 

 

Frente a tanta insensatez, a uno no se le ocurre otra cosa que contestar con aquel viejo refrán popular de nuestras tatarabuelas que puede resultar algo insolente y barriobajero pero que expresa a las mil maravillas la repugnancia contra tantos escrúpulos y miramientos, y no solo la dificultad de hacer algo a lo que uno no está acostumbrado ni maldita la falta que le hace: “Al que no está hecho a bragas las costuras le hacen llagas”. Que en lengua portuguesa suena más contundente: “A quem não traz bragas, as costuras o matam”. Y en italiano resulta más escatológico: Chi non è abituato a portare le braghe, quando va al cesso se le caca (El que no está acotumbrado a llevar bragas, cuando va al retrete se las caga).

La palabra braga, cuyo uso por su forma doble justifica el plural “bragas” con valor de singular, procede del latín “braca” con el significado de “calzón”, es decir, de prenda que se pone de abajo arriba por los pies (calx, calcis, talón, pie), que a su vez procede del galo, porque es sabido que las tribus galas usaban estas prendas. Era los bárbaros los bragados, frente a los romanos, togados. Por lo que el refrán de nuestros tatarabuelos no se refiere a la prenda interior femenina, sino a un tipo de calzón masculino que cubría de la cintura hasta las rodillas. 


La medicina ha venido a ser la enfermedad de nuestros días: todos somos pacientes, todos estamos enfermos ya sea en acto o en potencia aristotélica. En acto, como los ingresados en hospitales y unidades de cuidados intensivos, o en sus propios hogares, donde son atendidos en el mejor de los casos por médicos teleoperadores; y en potencia todos los demás. ¿No es esto un delirio colectivo, una histeria sin precedentes, una psicosis gravísima?

Con palabras muy sencillas, Agustín García Calvo en sus Adioses al mundo (núm. 6: ¡Adiós, profilaxis, matasanos!), razonaba lo siguiente, despotricando contra la Medicina: “Lo que son las cosas, Medicina, lo que es la Historia: tú, que habías nacido para sanar con tu salivita las heridas de la guerra o los achaques de la paz podrida, si se producían, cuando se produjeran, habías venido, con el progreso del Poder y de los Tiempos, a convertirte en guardiana de la falsa salud, en profilaxis de males ideales, a introducir la enfermedad futura en la salud presente (o sea desconocida), a ser pre-ocupación, imposición y consagración del miedo, y así habías venido a ser tú la enfermedad de nuestras vidas”.