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sábado, 27 de enero de 2024

De la posverdad

    El diccionario de Oxford incluyó entre su vocabulario el neologismo post-truth, y es más lo consideró la palabra clave del año 2016 de la era cristiana. El diccionario oxoniense definió el término como la información o aseveración  que "no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público". Y nosotros aquí, atentos a las innovaciones lingüísticas anglosajonas,  adoptamos y adaptamos rápidamente el palabro como “posverdad” (compuesto de la preposición latina post "después, detrás" y el sustantivo veritatem "verdad"), y enseguida lo recogió también el DLE (Diccionario de la Lengua Española) de la RAE, y lo definió como: Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.


    ¿Quién inventó este hallazgo tan moderno en apariencia? Si nos remontamos al tiempo de los romanos, podríamos decir que la posverdad la inventó Julio César cuando repudió a Pompeya, su tercera esposa, argumentando que la mujer del César no sólo tenía que ser honesta, sino que, además, tenía que parecerlo.

    Recojo la versión de la cita de Suetonio: Y preguntado (interrogatusque), por qué, pues, había repudiado a su mujer (cur igitur repudiasset uxorem): dijo “porque considero que es conveniente que los míos estén libres tanto de la sospecha como de la acusación”( 'quoniam,' inquit, 'meos tam suspicione quam crimine iudico carere oportere.') Apunto de paso que “crimen” no significa en latín sólo "delito", sino también “acusación, indicio, imputación”.

    Cuando Salustio, el historiador, compara a Julio César con Catón, describe a este último con rápida y magistral pincelada diciendo que prefería ser bueno a parecerlo (esse quam uideri bonus malebat), y de rechazo y como contrapartida retrata a Julio César para toda la posteridad: le importan más las apariencias que la realidad, aparentar que ser,  la posverdad que la verdad.


    La posverdad se resume en que la apariencia de los hechos es más importante que los hechos objetivos (objective facts) mismos en sí, aunque esta apariencia oculte, como hace de ordinario, una falsedad. Posverdad, pues, es un eufemismo de la mentira de siempre, pero con todos los visos de ser verdad, es decir que guarda las apariencias de la verdad.

    En su juventud, el obispo irlandés George Berkeley formuló el célebre aforismo: esse est percipi: ser es ser percibido: Es decir, no se puede saber qué es una cosa si no se percibe, porque el ser de las cosas consiste en nuestra percepción subjetiva. El mundo sólo existe en el acto en que lo percibimos, las cosas no son como son, que no lo sabemos y siempre están sujetas a la pregunta que hace que se tambalee todo el edificio de la realidad (¿cómo son las cosas?), sino como las concebimos. No sabemos si Lucrecia es casta o no lo es, pero no lo parece ni aparenta, luego no lo es. Todo lo que puede conocerse de un objeto o de una persona es nuestra percepción del mismo, y resulta gratuito suponer la existencia de una sustancia real al margen de nuestra percepción de ella. Pero eso no significa que nuestra percepción sea la verdad, sino la posverdad.

    Una opinión absolutamente personal e individual puede convertirse en viral -del latín virus “ponzoña, veneno”, contenido que se difunde masivamente- a través de las redes sociales, correo electrónico, mensajería instantánea y un largo etcétera, y ser compartida por miles de personas, con lo que una afirmación subjetiva, una ocurrencia particular y privada, que puede ser una mentira o una falsa noticia, o, cuando menos, un idiotismo muy alejado del sentido y la razón comunes, se convierte de la noche a la mañana en tendencia y,  como dicen los pijos,  trending topic -tema de conversación de moda- por lo menos, y para algunos en la verdad más asumida y aceptada del mundo, porque lo dice interné.

    Una mentira, a fuerza de repetición, no va a convertirse nunca en una verdad, pese al dicho que se atribuye a Goebbels -una mentira mil veces dicha se vuelve una gran verdad que hace que la gente crea en ella-  pero sí en una noticia a la que los medios que la propagan le infunden credibilidad. Nos entretienen más las apariencias que recubren y encubren los hechos, que el descubrimiento del velo de Maya. Pero, por otra parte, se coge antes a un mentiroso que a un cojo, porque la posverdad, aunque tenga un amplio recorrido, seguimiento y difusión por la WWW o Red Informática Universal, tiene, igual que la mentira, las patas cortas y por mucho que corra no llegará muy lejos.