Érase una vez... Melibea, una moza que tenía dos pretendientes que
 le hacían la corte. Jóvenes ambos, no muy mal parecidos: el uno era 
rico pero bastante corto de entendederas, mientras que el otro galán era
 pobre pero más espabilado. 
Un
 día este último, al que no le faltaba el ingenio, le dijo a su rival: 
“Se dice por ahí que Melibea tiene un panal de miel en el ojete del culo. ¿No te 
has fijado en cómo se rasca entre las piernas por delante y por detrás?  Yo, en tu lugar, no me 
acercaría mucho a ella... por si acaso”. 
El
 imbécil al que le sobraba el dinero corrió enseguida a preguntar a la 
moza si aquello que se decía era verdad, pues había visto con sus propios ojos, efectivamente, que a veces se refregaba la
 entrepierna, lo que daba lugar a las habladurías de la gente. 
-“Corre
 el rumor, le dijo, de que tienes un avispero entre las piernas, mi 
amor. Antes de ir más lejos y llegar a algo más contigo, me gustaría 
saber si eso es cierto”. 
-“Lo
 tienes muy fácil, dijo ella riéndose del miedo de su pretendiente, no 
tienes más que meter la nariz ahí adentro tú mismo y comprobarlo, pero 
teniendo mucho cuidado de que no te piquen.... las avispas”.
Acto
 seguido, la moza se levantó el refajo sin ningún remilgo y sin mucho 
miramiento, y dejó ver un indiscreto lamparón en su camisa, que no se 
hallaba precisamente muy limpia por detrás. 
-“¡Vade
 retro, Satanás! No hace falta que me enseñes nada más, dijo el lerdo al
 ver la zurrapa de la camisa de su novia. Cuando se ve el pastel, 
añadió, la colmena no puede andar muy lejos”. 
 oOOo
    El
 cuento es un relato folclórico, 
popular y anónimo de la tradición oral de la región del Quercy, en la región francesa de la Aquitania,  que pone de manifiesto, por un lado, el pavor del varón ante lo desconocido, ante el misterio que guardaba entre las piernas la moza aquejada de pruritos anales y vaginales, miedo que se ha dado en llamar colpofobia. El cuento asocia el sexo femenino, confundiendo lo de delante con lo de atrás, con la dulzura de la miel por un lado, pero por otro se figura como si fuera una rabiosa colmena de
 abejas o quizá más propiamente un avispero, cuyas inquilinas van a 
picar sin misericordia a quien intente arrebatarles su preciado y 
melifluo producto. 
     Es
 muy antigua en la literatura la metáfora del amor “melle dulcior”, más dulce que la 
miel, que decían los romanos. Ya la poetisa griega Safó declaró a Eros, el dios del Amor, dulce y amargo a la 
vez, mas no lo dijo en dos palabras, sino con una sola que inventó: 
dulciamargo (γλυκύπικρον), en aquellos dos versos que Ferraté tradujo: 
“Otra vez Eros, el que afloja / los miembros, me atolondra, dulce/ y 
amargo, irresistible bicho”; y García Calvo: “Héme aquí que me aguija 
atormentador,/ dulceamarga insufrible alimaña amor”.
La expresión castellana “luna de miel”, que es un préstamo del inglés “honeymoon”, donde está atestiguada desde 1546, relaciona entre nosotros la miel con los placeres del amor. “Luna” es sinónimo de mes lunar o lunación, es decir, del tiempo comprendido entre dos conjunciones consecutivas de la Luna con el Sol, que suele ser 29 días y pico. La miel hace referencia a la dulzura de ese período en que los recién casados se aíslan del mundo y emprenden un viaje para consagrarse a los deleites afrodisiacos.
    En
francés el término “lune de miel” aparece en 1747 en el Zadig o
El Destino de Voltaire: “Zadig experimentó que el primer mes del
matrimonio es la luna de miel y que el segundo es la luna de ajenjo”.
Entre nosotros, Ramón Pérez de Ayala publica en 1923, cuando ya
estaba la expresión bastante generalizada, su Luna de
miel, luna de hiel.
    El
 cuento de la moza y la miel, además de reflejar la colpofobia o “metus 
cunni”, el miedo a lo desconocido, en suma, del varón, se burla del rico, que tiene dinero -y por lo tanto "posibles"- pero carece de inteligencia, por ser bastante simple de 
espíritu, mientras que pone de manifiesto la astucia del pobre, que sobrado de ella, conseguirá apartar a su rival y obtener el trofeo de la dama y el botín del tesoro que oculta entre sus 
piernas. 
    El
 momento crucial del relato es cuando el atolondrado pretendiente decide comprobar si
 es verdad lo que se dice de la moza, y esta se quita el refajo y deja 
ver la mancha en la camisa de una zurrapa que el adinerado amante no ve 
como tal, como lo que es, sino como lo que temía, y es que cuando se 
mira una cosa con un prejuicio, no se ve esa cosa, sino la idea 
preconcebida que de ella se tenía. Ve la miel que corrobora la temida 
presencia de la colmena o del avispero y no el escatológico palomino... 

