Esa cosa tan moderna de la “cancel culture” no es tan hodierna como parece, sino que viene ya de muy atrás. En la antigua Roma se hablaba de la “damnatio memoriae” o condena de la memoria (y por lo tanto de la Historia), que consistía en borrar del relato oficial del registro histórico, de la memoria histórica, diríamos hoy, un personaje o un suceso particularmente aborrecible.
Los cristianos iconoclastas de la antigüedad tardía y de la baja Edad Media destruían las imágenes paganas justificándolo como que eran demonios. Ahí tenemos, por ejemplo, a Apolonia de Alejandría, santa Apolonia,
encaramándose por una escalera resuelta y decidida con martillo en ristre dispuesta a
destruir una imagen de un ídolo pagano que, para más colmo, está desnudo por completo. La desnudez del diabólico ídolo pagano contrasta con la larga vestimenta de la santa.
El islam ha sido especiamente iconoclasta, es decir, enemigo de las imágenes, argumentando que la representación de la divinidad era imposible por lo que estaba prohibida toda tentativa. Los talibanes en 2001 hicieron explotar enormes estatuas de Buda en el centro de Afganistán para eliminar cualquier representación de Alá, o sea de Dios, que no fuera islámica, mostrando así su decisión autoritaria.
Esta cultura de la cancelación, de hacer borrón y cuenta nueva, que se ha puesto ahora de moda, consiste en imponer un relato único políticamente correcto frente a los demás y aplicar una censura a la historia de todo aquello que se opone a ese relato como si no hubiera existido. Ahora se ha puesto de moda destruir estatuas de dictadores, colonizadores, racistas, esclavistas
y un largo etcétera, considerados en su momento Grandes Hombres dignos
de admiración y de respeto, como si nunca hubieran existido, pretendiendo hacer que desaparezcan sus vestigios. No deja de ser una necedad. Como dijo Umberto Eco en una ocasión: "Sabiduría no es destruir los ídolos sino no crearlos".
De muy poco nos sirve destruir unos ídolos para sustituirlos enseguida por otros que nos parecen más adecuados a nuestras circunstancias. De muy poco o de nada nos sirven esos actos vandálicos si no acabamos con la idolatría.